Preguntas en busca de respuestas o elogio de la duda

Actualizado
  • 12/12/2021 00:00
Creado
  • 12/12/2021 00:00
El poder se vuelve más potencialmente terrible y opresivo cuanto más es abstracto y aséptico. Con el aumento exponencial de la presencia e injerencia en nuestra vida privada de los 'social media', el poder se vuelve más tortuoso y sin embargo más efectivo
Preguntas en busca de respuestas o elogio de la duda

“Lo que vemos a nuestro alrededor, no es exactamente lo que está afuera, sino una construcción de nuestro subconsciente”, nos amonesta David Eagleman, brillante neurocientífico estadounidense. Pessoa ya lo había dicho (los artistas y los poetas siempre están un paso adelante): “Nada se sabe, todo se imagina. Somos cuentos contando cuentos, nada”.

Hoy, con los social media, esas construcciones del subconsciente, esos “cuentos contando cuentos” se han vuelto una miríada de “autoridades” con pocas decenas, o hasta millones de seguidores, que elevan sus cuentos a verdades manifiestas, provocan tendencias, manipulan protestas, mueven masas de personas y también masas de dinero...

Una de las características más importantes de, por ejemplo, Twitter, es aquella de mantenernos al día acerca de lo que está sucediendo en el mundo –siempre visto, obviamente–, a través de los lentes deformantes del subconsciente de cada “productor”. Twitter nos da la ilusión de sentirnos incluidos en los temas de conversación de moda en un preciso momento a través de los famosos trending topics. Todo lo cual contribuye a una de las más grandes confusiones, y yo diría tragedias, de nuestra época: aquella entre información y conocimiento.

Primera duda o pregunta en busca de respuesta

Lo dicho hasta aquí nos lleva a la primera duda: en qué medida los social media han contribuido a rebajar sea el número de inclinados al conocimiento, como el nivel del valor atribuido al mismo; y cómo revertir esa tendencia, reportando el conocimiento en el centro de las aspiraciones de quienes pretenden interpretar al mundo con instrumentos científicos, y más allá de conocerlo, poder actuar en él y contribuir en aquellas transformaciones auspiciadas, y necesitadas, por grandes masas de población mundial.

Contra el brillante y deslumbrante poder, a veces monstruosamente taumatúrgico, de los social media, sería deseable oponer el lento y meticuloso camino de la ciencia, el silencio de las bibliotecas y de los laboratorios...

Pierre Bourdieu (1930-2002) fue un notable sociólogo francés que se comprometió en primera persona en batallas políticas para la construcción de una sociedad más justa y solidaria. Uno de los temas centrales de su obra es cómo la “retirada de la política”, la disminución de la afección a la política por parte de tantas personas, jóvenes y menos jóvenes, deja más terreno a la economía “nuda y cruda”, a los mecanismos de construcción de riquezas “neutras”, y por esa vía al aumento de las desigualdades, egoísmos y falta de solidaridad social.

En otras palabras, el poder se vuelve más potencialmente terrible y opresivo cuanto más es abstracto y aséptico, y podemos agregar ahora, con el aumento exponencial de la presencia e injerencia en nuestra vida privada de los social media, el poder se vuelve más tortuoso y sin embargo más efectivo, bajo el brillo y una aparente libertad de expresión y comunicación.

En opinión de Bourdieu, la opresión simbólica refuerza aquella material, el imperativo que no necesita expresarse (precisamente como aquello de los social media) produce y actúa “desde el interior” de las personas, produce más sumisión y aceptación.

Por esta vía se llegan a aceptar, por ejemplo, las enormes diferencias entre los niveles de vida de las personas, las retribuciones astronómicas de algunos versus los sueldos de hambre de otros, y en general se justifican todas las “distancias”: culturales, intelectuales, habitacionales, de lenguaje, de gustos, etc.

Segunda duda o pregunta en busca de respuesta

Es en torno a las “distancias culturales” que se asoma la segunda duda. Sabemos que bastante antes del surgimiento de la sociología como ciencia social autónoma, había diferencia hacia el reconocimiento de estructuras mentales o psíquicas que pretendieran ser de orden natural, y por ende comunes a todos los hombres.

En efecto, el relativismo cultural –como concepción fundamentada en el valor relativo, no absoluto, sea del conocimiento como de los principios y juicios éticos, que varían de individuo a individuo, y sobre todo de cultura a cultura, y de época histórica en época histórica– decíamos, el relativismo cultural se abre paso por lo menos con Michel de Montaigne en la segunda mitad del quinientos, cuando afirmaba: “Las leyes de la conciencia que nosotros creemos nazcan de la Naturaleza, en realidad emergen de las costumbres... Las ideas comunes que vemos aceptadas por nuestro entorno, asumen a nuestros ojos el valor de leyes generales y naturales”.

No hay duda que el relativismo cultural, la valorización y el respeto de toda cultura como expresión de identidad de un pueblo, de una nación, una etnia, es piedra miliar de la sociología, o por lo menos de las más amplias corrientes de pensamiento dentro de la misma.

Si el relativismo cultural consiste en un decidido y pleno reconocimiento del valor de la diversidad cultural, el mismo debe traducirse inevitablemente en la aceptación de la incidencia de las costumbres y tradiciones –históricamente elaboradas y asentadas– en la organización de la vida social, comunitaria y familiar, y en específico, para acercarnos al punto que interesa a “nuestra duda”, en la aceptación aun de aquellos elementos culturales que aparecen inaceptables o hasta monstruosos para otras culturas.

Debería... pero ¿podemos decir en conciencia que sea posible hacerlo?

Estamos más que de acuerdo con Montaigne y los tantos después de él, cuando nos dice que las leyes nacidas de las costumbres, recibidas de una tradición no cuestionada, son aceptadas como inviolables y eternas.

También estamos de acuerdo con Max Horkheimer y Theodor Adorno cuando, por la mitad del XX siglo, interpretan al relativismo cultural como un necesario programa de desmitificación de los diferentes mitos y verdades “universales” de las sociedades occidentales.

Sin olvidarnos de Lévi-Strauss que, en la línea de Franz Boas y Margaret Mead, afirma decididamente que cada sociedad es única, que las costumbres tienen justificación en sus contextos específicos, y que cada cultura tiene un enorme valor en sí.

Pero las dudas surgen a ver, por ejemplo, los horrores que están pasando en el Afganistán actual, donde las adolescentes han sido alejadas de las escuelas, donde mujeres vienen bárbaramente trucidadas por no aceptar cubrirse con el burka; donde han torturado y asesinado a uno de los actores cómicos más amado y a uno de sus poetas históricos; desalojado millares de familias de sus hogares, ahorcado públicamente algunos hombres; donde a niñas de 10 años se les obliga a casarse con viejos (no pocos los casos de muerte después de “la primera noche de boda”). Todo lo anterior es, sin duda, consecuencia y parte de tradiciones y cultura milenarias.

¿Cómo queda nuestra firme aceptación del relativismo cultural? Difícil e intricada cuestión...

La autora es doctora en materias literarias de la Universidad de Bologna, Italia. Ha sido docente de sociología y lengua italiana en la Universidad de Panamá.

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Pensamiento Social (Pesoc) está formado por un grupo de profesionales de las ciencias sociales que, a través de sus aportes, buscan impulsar y satisfacer necesidades en el conocimiento de estas disciplinas.

Su propósito es presentar a la población temas de análisis sobre los principales problemas que la aquejan, y contribuir con las estrategias de programas de solución.

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