Palabras del Dr. Carlos Guevara Mann en la sesión solemne de la Sociedad Bolivariana de Panamá

Actualizado
  • 17/12/2021 17:45
Creado
  • 17/12/2021 17:45
En 2024, el bicentenario de las batallas de Junín y Ayacucho no podrá pasar inadvertido, como, tampoco, el aniversario de la convocatoria al Congreso de Panamá

La Sociedad Bolivariana de Panamá conmemoró el 191 aniversario del deceso del Libertador Simón Bolívar.

La ceremonia solemne fue realizada este viernes, 17 de diciembre, a la que acudió el presidente de la sociedad, Alfredo Oranges Bustos. 

El doctor Carlos Guevara Mann fue el orador y este fue su discurso:

Señor presidente y miembros de la Junta Directiva de la Sociedad Bolivariana de Panamá:

Compañeros bolivarianos, invitados especiales, damas y caballeros:

A la 1 de la tarde del viernes 17 de diciembre de 1830, en la quinta de San Pedro Alejandrino, a las afueras de Santa Marta, Colombia, exhaló su último aliento el americano más grande, el patriota más consumado, el estadista más preclaro, el Libertador Simón Bolívar. En recuerdo de sus hazañas y en testimonio de respeto a su deceso, acaecido un viernes, como hoy, pido a todos los presentes que observemos, de pie, un minuto de silencio.

Señoras y señores:

Constituye un gran desafío rendir adecuado homenaje al Libertador Simón Bolívar. Si, por una parte, la amplitud de sus proezas es tal que hasta la más prolija y desarrollada intelectualidad tiene dificultades para abarcarlas, por otra, la excelencia de quienes, en los siglos transcurridos desde la vida de Bolívar, han acometido la tarea, sobrepasa con creces mis limitadas posibilidades.

En este sentido, no puedo dejar de mencionar a grandes bolivarianos istmeños, quienes mucho han contribuido a recuperar y difundir el legado del insigne caraqueño, entre ellos, a varios de los fundadores e impulsores de la Sociedad Bolivariana de Panamá, como Octavio Méndez Pereira, Nicolás Victoria Jaén, Héctor Conte Bermúdez, José Dolores Moscote, José de la Cruz Herrera—cuya erudita trilogía sobre Bolívar merece ser recuperada y ampliamente diseminada, en pro de la cultura cívica de la población—y, más adelante, Carlos Iván Zúñiga, sobre cuyos discursos bolivarianos tuve la ocasión de disertar ante esta sociedad en 2013. Todos estos meritorios panameños y bolivarianos se han pronunciado con excelsitud y justicia sobre el padre de la patria, cuyos extraordinarios aportes a la vida política de nuestros pueblos rememoramos en esta solemne ocasión.

Agradezco, en consecuencia, el encargo del presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá, Dr. Alfredo Oranges Bustos y, sobre todo, le expreso mi gratitud por haberme solicitado que circunscriba mis señalamientos a los nexos entre Bolívar y la independencia de Panamá de España, lo cual, de alguna manera, facilita mi tarea, al colocarle linderos a mi disertación e impedir que me explaye por rumbos diversos. Hablemos, en consecuencia, de nuestra emancipación del dominio español y nuestro abrazamiento del sistema republicano, acontecimientos que ocurren al unísono a finales de 1821 y que están inspirados, en gran medida, por el desempeño del Libertador Simón Bolívar, aquel prohombre de carácter superior que entregó sus energías, su bienestar, su peculio, su comodidad, su salud y, finalmente, su vida por liberar de la opresión a los pueblos de América y sustituir el despotismo como fórmula política por un gobierno de ciudadanos libres, instituciones sólidas, leyes justas e imparciales y proba administración.

Si preguntamos, ¿qué relación hay entre Bolívar y la independencia de Panamá?, una inmensa mayoría de panameños frunciría el ceño en señal de desconocimiento. Tan menguado y decaído está nuestro sistema educativo, que ni siquiera es capaz de inculcar en nuestra niñez y juventud nociones básicas de civismo y patriotismo. Ignórase ampliamente el interesante influjo que tuvo el Libertador Simón Bolívar, tanto por sus acciones heroicas como por sus ideas políticas, en la emancipación de nuestro istmo. Ignórase, además, que Simón Bolívar fue el primer presidente de los panameños—así como uno de sus destacados combatientes, Tomás Herrera, fue el primer presidente de Panamá—y que como tal debe ser reconocido y honrado por los istmeños.

Tanta ignorancia, tanta desidia, tanta inopia, tanta carencia intelectual imperan entre nosotros que no solo la masa popular, sino personajes encumbrados e incultos gobernantes son presa fácil de las habladurías, engaños y manipulaciones de quienes se empeñan en rebajarnos y denigrarnos como apéndice insustancial del virreinato de la Nueva Granada, espuria invención de Wall Street, o peón en el ajedrez político de las grandes potencias de antaño y hogaño. Todo intento por adecentar las condiciones políticas en nuestro país, anhelo muy diseminado en una sociedad que se queja permanentemente de la corrupción y otros males, debe comenzar por el fortalecimiento de nuestra auto estima y este mejoramiento tiene, necesariamente, que iniciar con un adecuado conocimiento de nuestra historia, una cierta exploración de nuestras raíces y un honrado escudriñamiento de nuestro pasado.

Para hablar de la influencia de Bolívar nuestra independencia, tomemos como punto de partida la presencia de nuestro istmo en la cosmovisión bolivariana. A esta tarea se han aproximado ya otros compatriotas, entre los cuales me complace destacar al finado Julio E. Linares, cuyo artículo sobre Bolívar y el canal de Panamá, publicado con motivo del sesquicentenario del Congreso Anfictiónico, examina asiduamente la materia.

Para ello, recurramos a la compilación del epistolario de Bolívar, titulado Cartas del Libertador, realizada por su edecán, el ilustre irlandés americano, Daniel Florencio O’Leary. La primera mención de Panamá en dicha colección está contenida en la carta fechada en Kingston, Jamaica, el 19 de mayo de 1815 y dirigida al comerciante británico Maxwell Hyslop, quien apoyaba, no solo la causa republicana, sino, además, al propio Libertador, desprovisto de otros medios de subsistencia en aquella colonia británica.

Bolívar menciona a Panamá en su carta a Hyslop, revelando en su comentario un importante conocimiento de la geografía de América y una profunda apreciación del valor estratégico del istmo para el comercio mundial. Además, por supuesto, revela Bolívar en la siguiente cita su agudo pragmatismo o realismo, como lo llamaríamos en la disciplina de las relaciones internacionales, evidenciando su gran capacidad para establecer prioridades y proponer negociaciones en aras de un fin superior: la libertad de América. Dice así el Libertador:

La Costa Firme se salvaría con seis u ocho mil fusiles, municiones correspondientes y quinientos mil duros para pagar los primeros meses de la campaña. Con estos socorros pone a cubierto el resto de la América del Sur, y al mismo tiempo se puede entregar al gobierno británico las provincias de Panamá y Nicaragua para que forme de estos países el centro del comercio del universo por medio de la apertura de canales, que rompiendo los diques de uno y otro mar acerquen las distancias más remotas y hagan permanente el imperio de la Inglaterra sobre el comercio.

“No han faltado autores”, apunta Linares, para quienes dicho párrafo “constituye un extravío, pues, consideran desafortunada la intención del Libertador de vender o enajenar Panamá y Nicaragua a Inglaterra.” No han faltado, agrego yo, las críticas despistadas y los señalamientos malintencionados, desconocedores de la historia, que atribuyen a Bolívar un falso sentimiento de desdén hacia el istmo. Como toda declaración, esta no puede sacarse del contexto. Y el contexto de mayo de 1815 es uno de justificado temor ante los retrocesos patriotas en el continente y el avance feroz del ejército realista, a cargo del llamado “pacificador” Morillo.

Sobre el particular, opina Bolívar: “si el General Morillo obra con acierto y celeridad, la restauración del Gobierno español en la América del Sur parece infalible.” Una alianza con el Reino Unido, la principal potencia del momento, es la estrategia que se plantea el Libertador para evitar el desbaratamiento de la causa de la libertad. De allí la importancia de lograr un acuerdo mutuamente satisfactorio con el imperio británico.

Meses más tarde, ese mismo año, en la célebre Carta de Jamaica que nuestro compañero bolivariano, el Dr. Candanedo, se preocupa por difundir con la mayor amplitud, Bolívar no solo manifiesta su conocimiento de la posición geográfica y el valor estratégico del istmo de Panamá para el comercio mundial. Revela, además, una propuesta política de alcance continental y mundial que tiene su centro en nuestro país. Para que esta pueda realizarse, sin embargo, es necesario un cambio político en el istmo.

Su “Carta a un caballero que tomaba gran interés en la causa republicana de la América del Sur”—así intitula O’Leary la Carta de Jamaica, supuestamente dirigida a Henry Cullen, otro comerciante inglés—menciona cuatro veces a Panamá, inicialmente para lamentar que el “gobierno general” establecido en la Nueva Granada—o sea, el gobierno patriota—aún no abarcara “las provincias de Panamá y Santa Marta”, las cuales “sufren, no sin dolor, la tiranía de sus señores”. El istmo, como es sabido, formaba entonces parte de la monarquía española, hasta que en1821, por voluntad propia se emancipó y se añadió al “Estado Republicano de Colombia”, la gran república fundada por Bolívar, compuesta por los actuales Estados de Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela.

Más adelante, aduce que Panamá, por su posición central, pudiese ser la capital de un único Estado americano, pero descarta la idea, presumiblemente, porque el istmo carece del “poder intrínseco” que solo posee México en la América Hispana, sin cuyo poder “no hay metrópoli”. En otras palabras, Panamá ocupa una posición estratégica que le provee enorme potencial económico y político, pero no posee las facultades necesarias para realizar su destino.

Algunos párrafos después, especula que la región entre Panamá y Guatemala pudiese constituirse en una “asociación”. Dicha asociación “podrá ser con el tiempo el emporio del universo. Sus canales acortarán las distancias del mundo … ¡Acaso sólo allí podrá fijarse algún día la capital de la tierra! Como pretendió Constantino que fuese Bizancio la del antiguo hemisferio.”

La alusión más famosa a Panamá en la Carta de Jamaica es aquella en que vislumbra al istmo como centro de avenimiento internacional. “¡Qué bello sería”, expresa,

que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto Congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras tres partes del mundo.

Como sabemos, dicho plan del Libertador, avizorado en Kingston en 1815, se concretó, una década más tarde, en este preciso recinto donde nos encontramos hoy y donde se reunió el Congreso de Panamá de 1826, primer concilio de Estados americanos convocado por el campeón de la libertad americana para defender la independencia y el sistema republicano en los países recién emancipados de España.

Los textos suscritos en Jamaica en 1815, en una coyuntura de reveses para la causa patriota, revelan el profundo conocimiento geográfico, económico y político que tenía el Libertador y sus cualidades de estadista sensato, exponente de aquella gran virtud que corresponde al hombre de Estado: la prudencia, la capacidad para discernir entre diversos cursos de acción y elegir el más conveniente o, por lo menos, el que menor desventura produzca.

Pero, si en 1815, los patriotas sudamericanos andaban de capa caída, pocos años le bastaron a la causa independentista para afianzarse de manera irreversible, gracias, en gran medida, al liderazgo de Bolívar y sus épicas realizaciones. La expulsión de los españoles de la mayor parte de Venezuela permitió la celebración del Congreso de Angostura, en 1819, ante el cual pronunció Bolívar uno de sus más célebres discursos, en el cual expone su plan de gobierno republicano.

En agosto de ese año, la victoria bolivariana sobre las tropas realistas en el puente de Boyacá liberó del dominio español a una gran porción de la Nueva Granada, incluyendo a su capital, Bogotá, donde se estableció la sede de la República de Colombia, presidida por Simón Bolívar y creada por el Congreso de Angostura el 17 de diciembre de 1819, en esta misma fecha, fecha también del deceso del Libertador.

En 1820, los patriotas derrocan al gobierno español en Guayaquil y el ejército de San Martín se adelanta hacia el Perú, por vía marítima, con el auxilio indispensable del comandante británico Lord Cochrane, al servicio de la marina chilena. El año siguiente—1821—es de grandes avances patriotas. En junio, Bolívar derrota a los realistas en el Campo de Carabobo.

En julio, San Martín proclama en Lima la independencia del Perú, ante la huida del virrey a Cuzco. En agosto, un Congreso General reunido en la Villa del Rosario de Cúcuta adopta la Constitución de la República de Colombia, nuestra primera constitución republicana.

En septiembre, Centroamérica declara su emancipación de España y en México, culmina la cruenta guerra de independencia que se había prolongado por más de una década. En octubre, Mariano Montilla, uno de los más cercanos lugartenientes de Bolívar, quien lo acompañará a la hora de su deceso en Santa Marta, logra la expulsión de los españoles de Cartagena, el último reducto monárquico en la costa caribeña neogranadina.

Todo esto, en 1821. En enero de ese año, nos lo recuerda el Dr. Alfredo Castillero Calvo, Bolívar había propuesto “ceder el istmo de Panamá a la monarquía española, a cambio del reconocimiento de Colombia como república independiente, y si por algún motivo España no aceptaba esta proposición, los comisionados quedaban autorizados para ofrecer el Istmo a cambio de la Capitanía General de Quito”. Basado en una carta de Bolívar a Juan Germán Roscio, fechada el 22 de diciembre de 1820, nuestro destacado internacionalista, Dr. Juan Cristóbal Zúñiga, explica que la propuesta del Libertador tenía como propósito ganar tiempo a través de un armisticio que permitiera consolidar la posición republicana en Sudamérica, para, más tarde, liberar las porciones del territorio americano que aún quedaran en poder de los españoles, entre ellas, Panamá, en caso de que se hubiese alcanzado el acuerdo inicialmente propuesto.

El fracaso de un arreglo diplomático para lograr la liberación de la Costa Firme sudamericana termina por convencer a Bolívar de que para el istmo de Panamá no hay otro destino que la independencia inmediata de España y la adhesión a Colombia. Hacia esa época, más y más hijos del istmo, que hasta entonces se habían mantenido fieles a la corona de Castilla, se convencían de la importancia de zafar a Panamá del imperio español.

El 23 de agosto de 1821, poco después de la independencia proclamada en Lima, desde Trujillo Perú, escribe Bolívar a Lord Cochrane, el marino escocés al mando de la armada chilena:

convido a V. E., para que con su victoriosa cooperación venga a las extremidades de Colombia, sobre las costas de Panamá, a dar su bordo a los soldados colombianos, que dejando la bandera del triunfo sobre todos los muros de la República, quieren volar a los Andes del Sur a abrazar a sus intrépidos y esclarecidos hermanos de armas, para marchar juntos a despedazar cuantos hierros opriman a los hijos de la América.

En otras palabras, invitaba a Cochrane a recoger en Panamá a las tropas patriotas, procedentes Venezuela y la Nueva Granada, dispuestas a combatir para derrotar al virreinato peruano. Para que ello sucediera, evidentemente, el istmo tendría que haberse sacudido la dominación española.

Menos de dos meses después, desde Soatá, Boyacá, Bolívar escribe a Mariano Montilla en Cartagena, recién liberada de los españoles, el 15 de octubre de 1821. La lectura del texto indica que Bolívar ya había previsto una expedición a Panamá por el ejército triunfante, con el propósito de expulsar del istmo a los gobernantes españoles. Deseaba el Libertador que la expedición fuese dirigida por su fiel lugarteniente, pero las dolencias que aquejaban a Montilla le impedían acometer esta nueva tarea.

Por eso le dice Bolívar, en la carta expresada: “siento infinito que U. no pueda ir a la expedición del Istmo; primero, por la causa dolorosa de sus males y segundo porque la expedición tendría un éxito muy brillante bajo sus órdenes.” Y agrega:

Ya Ud. sabrá que mi primera intención fue tomar el Istmo; por consiguiente es indispensable que Ud. haga los mayores sacrificios para que el Istmo se tome. Haga Ud. esto en caliente, de otro modo no se hace nunca. Ahora los ánimos están alegres y dispuestos á nuevas empresas: después no harán nada, porque desmayarán en el reposo. Yo voy á Quito á dar fin á mi empresa y por Panamá obraré de concierto con la expedición de Porto Bello …

Por otra parte estamos esperando en el curso del año, la paz, y si no tomamos el Istmo antes, no la tendremos. Ud. tenía cuatro mil hombres a sus órdenes antes de la toma de Cartagena. Yo haré á Ud. la distribución de ellos. Que vengan a Porto Bello dos mil; que vengan con Salom [a la campaña del Sur] mil; que quinientos veteranos queden en la plaza; que treinta queden en Santa Marta y doscientos en Rio Hacha. Aumentando las milicias del país sobrará guarnición para defender la costa. Ud. debe tener entendido que yo no he pedido á Ud. últimamente más que mil hombres para Salom, no mil soldados, de consiguiente puede Ud. disponer de esos veteranos para el Istmo. El Ministro de Guerra que ha quedado en Cúcuta con el Vicepresidente dará á Ud. las instrucciones necesarias para esa expedición, pero yo insto á Ud. para que anticipe todas las medidas que sean posibles y necesarias.

Esta carta a Montilla deja claro que el Libertador avizoraba que, a finales de 1821, Panamá sería un escenario de las guerras de independencia. Había ordenado que dos mil soldados marcharan sobre el istmo para derribar el gobierno español. Pero el Libertador y sus colaboradores no contaban con la bizarría de nuestros próceres, sobre todo, los de partido de Los Santos, circunscripción que entonces abarcaba la mayor parte del territorio de la península de Azuero y dependía de la Alcaldía Mayor de Natá.

Cuando, a partir de agosto de 1821, los abusos del gobierno español aumentaron en proporción e intensidad a raíz de los intentos del comandante español, José de la Cruz Mourgeón, de reclutar nuevas tropas y acumular recursos para enfrentar a ejército bolivariano, precisamente en la Campaña del Sur que tanto atraía la atención del Libertador, los patriotas santeños se sublevaron a principios de noviembre de 1821, menos de un mes después de que Bolívar diera instrucciones a Montilla de organizar una invasión a Panamá. Dejaron constancia, en el acta suscrita en la Heroica Villa de Los Santos, de su ánimo independentista, de su voluntad de ser libres, de su deseo de instaurar “el sistema republicano, que sigue toda Colombia”, refiriéndose con ello, por supuesto, a la Colombia de Bolívar.

Los patriotas capitalinos y quienes a última hora se les sumaron, también resolvieron declararse libres e independientes del gobierno español y añadir las provincias del istmo “al Estado Republicano de Colombia”, fundado en Angostura en diciembre de 1819, como ya se mencionó, cuyo presidente era Bolívar. En consecuencia, como dije al principio, Simón Bolívar es el primer presidente de los panameños.

La noticia de la independencia de Panamá, por sus propios medios, produjo gran alegría al Libertador. No solo sacudía otro territorio las cadenas que lo sujetaban a la monarquía borbónica, sino que ganaba Colombia una provincia más y no cualquier provincia: una que el propio Bolívar había encomiado como el punto central del continente, con enorme potencial económico y político.

Además, la independencia de Panamá libró al ejército patriota de la tarea de emancipar al istmo, que el Libertador le había encomendado a Montilla. “Al independizarse de España por sus propias fuerzas, comenta el profesor Aparicio, Panamá

le ahorró a Bolívar los enormes esfuerzos que habría significado lanzar una campaña naval contra el Istmo, ya que sus embarcaciones eran escasas y pequeñas, y las campañas de pacificación en el interior de Colombia y los preparativos para avanzar hacia el reino de Quito requerían de enormes recursos militares y extensos contingentes de combatientes. Al independizarse Panamá por su propia cuenta, permitió a Bolívar concentrarse en estos objetivos militares.

Efectivamente, al tener conocimiento, en su cuartel general en Popayán, de las acciones tomadas por los istmeños, el 1 de febrero de 1822, Bolívar escribió a José de Fábrega, jefe superior del istmo, para expresar su gran satisfacción por la independencia de Panamá, lograda por el mérito de los propios istmeños:

¡No me es posible expresar el sentimiento de gozo y admiración que he experimentado al saber que Panamá, el centro del Universo, es segregado por sí mismo, y libre por su propia virtud. El Acta de Independencia de Panamá es el documento más glorioso que puede ofrecer a la historia ninguna provincia americana.

Panamá, como vemos, se independizó por sus propios medios, pero hacia la decisión de liberarnos de la dominación española influyó el conocimiento de las gestas bolivarianas, así como las noticias de una inminente invasión del ejército patriota.

Contribuyó también, sin duda, la difusión de las ideas republicanas, uno de cuyos principales exponentes fue el Libertador Simón Bolívar. Si algo sobresale en su carrera es su vocación independentista y republicana desde los inicios de su lucha emancipadora. En la Carta de Jamaica de 1815, dice al mercader Cullen, en respuesta a su pregunta sobre la forma de gobierno que tendrían los territorios emancipados, “que los americanos, ansiosos de paz, ciencias, artes, comercio y agricultura, preferirían las repúblicas a los reinos.” En otras palabras, los auténticos americanos, a juicio de Bolívar, son—somos—republicanos.

En su discurso pronunciado ante el Congreso de Angostura, el 15 de febrero de 1819, Bolívar expone, con magistral elocuencia, su propuesta política para construir Estados y sociedades sobre los vestigios de la dominación española. Este impactante texto del Libertador es otro que debe ser difundido y puesto en valor por la Sociedad Bolivariana; aunque algunos de sus conceptos puedan parecer, hoy, extemporáneos, sus componentes esenciales son el republicanismo, la virtud ciudadana y la educación cívica como medios de redención del pueblo americano, uncido durante tres siglos “al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio”.

El republicanismo de Bolívar tiene bases muy claras: “la soberanía del pueblo, la división de los poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de los privilegios.” Destaca la necesidad de la igualdad, de la unidad, de la virtud cívica—tan ausente en nuestra actualidad—; del patriotismo, cuando insiste en “el amor a la patria y a las leyes”, cuando recalca la necesidad de “un respeto sagrado por la patria”; y de la educación popular: “Moral y luces son los polos de una república; moral y luces son nuestras primeras necesidades”, subraya.

Demos a nuestra república—dice—una cuarta potestad, cuyo dominio sea la infancia y el corazón de los hombres, el espíritu público, las buenas costumbres y la moral republicana. Constituyamos este Areópago para que vele sobre la educación de los niños, sobre la instrucción nacional; para que purifique lo que se haya corrompido en la república …”

Su énfasis en la formación ciudadana es tan válido ayer, cuando nuestros pueblos se hallaban sumidos en el atraso educativo, el analfabetismo y la ignorancia, como lo es hoy, cuando una prolongada desatención al sistema educativo se ha confabulado con desatinadas respuestas a la emergencia sanitaria, menoscabando, de la forma más despiadada, la educación pública.

Así como es sabia la insistencia del Libertador en la cultura cívica, también lo es en la arquitectura constitucional, cuyo modelo, como él mismo lo establece, es la constitución británica, no por su elemento monárquico, sino por su equilibrio de poderes y por la sumisión a la ley de todos los componentes del Estado. Rememorando a Montesquieu, quien en el siglo de las luces elogió la constitución inglesa como el mejor ejemplo de republicanismo existente en aquel momento, el propio Bolívar lo plantea así:

Cuando hablo del gobierno británico, sólo me refiero a lo que tiene de republicano; y a la verdad, ¿puede llamarse monarquía un sistema en el cual se reconoce la soberanía popular, la división y equilibrio de los poderes, la libertad civil, de conciencia, de imprenta y cuanto es sublime en la política? ¿Puede haber más libertad en ninguna especie de república? ¿y puede pretenderse más en el orden social? Yo os recomiendo esta constitución, como la más digna de servir de modelo a cuantos aspiran al goce de los derechos del hombre y a toda felicidad política que es compatible con nuestra frágil naturaleza.

El modelo republicano, tan elocuentemente expuesto por el Libertador, atrajo a nuestros próceres y patriotas, y los convenció de la superioridad de la causa republicana. Explica Mariano Arosemena, en sus famosos Apuntamientos, que ya en 1820 el credo republicano estaba extendido en el istmo y que

Por doquiera el espíritu de libertad tomaba vuelo. La independencia de este istmo tenía que ser alcanzada por nosotros mismos; toda cooperación extraña era imposible, después de lo ocurrido con la expedición de MacGregor. Tal era la íntima convicción de los istmeños republicanos, y en ese sentido se obraba, con la cautela que aconsejara la presencia de una guarnición fuerte en la plaza de Panamá, compuesta del batallón Cataluña, la brigada de artillería i la milicia de pardos.

Señoras y señores:

Las consideraciones presentadas constituyen tan solo algunos aspectos del tema que nos convoca hoy, aniversario N°191 del deceso del Libertador, relativo a su influencia en nuestra independencia. Como hemos visto, Bolívar tenía, desde muy temprano, plena conciencia de la centralidad de nuestro istmo, de sus posibilidades económicas, políticas y estratégicas, y a lo largo de su carrera planteó distintas fórmulas para aprovecharlas en aras del bien superior que consistía en la independencia de América y el establecimiento de un gobierno republicano en lugar del despotismo monárquico que durante tres centurias imperó en las posesiones españolas.

Su doctrina y actuaciones inspiraron el esfuerzo de nuestros próceres por escindir al istmo de la monarquía borbónica. No hubo derramamiento de sangre en nuestro país en 1821—“intrigas y oro fueron nuestras armas”, como lo expresó el Dr. Justo Arosemena—pero a quienes se obsesionan con ese aspecto de nuestra independencia, intentando denigrar a nuestros próceres interioranos y patriotas capitalinos por no haberse desangrado en una epopeya emancipadora digna de la mitología grecorromana, respondamos con los bien fundamentados planteamientos de la Dra. Ana Elena Porras, quien destaca la participación de patriotas panameños en varias acciones cívicas y militares por la independencia de países hermanos, entre ellas, las batallas de Bomboná, Pichincha, Junín y Ayacucho, las cuales, explica “sellaron la independencia de las colonias de España en América, incluyendo por supuesto la de Panamá.”

Esta participación, así como el logro de la independencia por nuestros propios medios, es testimonio de la conciencia republicana que animaba los espíritus de los mejores hijos de nuestro terruño. Es esa conciencia la que es menester rescatar y poner en valor, a fin de capacitarnos para enfrentar democrática y cabalmente los retos que nos impone nuestra contemporaneidad.

La Sociedad Bolivariana de Panamá, destacada y venerable asociación cultural de larga trayectoria, tiene la obligación de contribuir a este fin, poniendo en vigencia el pensamiento de Bolívar relativo a estas cuestiones, en aras del fortalecimiento cívico y el robustecimiento de nuestra identidad.

Las fechas clásicas bolivarianas, como la de hoy, deben ser conmemoradas con lucidez y dignidad, aprovechándoselas para la formación cívica y el mejoramiento cultural de una población atorada en la ciénaga de la banalidad, el oscurantismo y la superstición. Además de las efemérides que obligatoriamente nos corresponde conmemorar—las relativas al natalicio y deceso del Libertador, así como del Congreso Anfictiónico de Panamá—hay otros acontecimientos relacionados con la obra bolivariana que no podemos soslayar.

Las fechas relativas a la Carta de Jamaica y el discurso de Angostura, ya mencionados, deben servir para diseminar profusamente estos textos bolivarianos por su contenido tan valioso para el fortalecimiento de nuestra identidad nacional y nuestra cultura cívica. Nos corresponde, también, tener en cuenta las importantes conmemoraciones bolivarianas que se avecinan.

En 2022 celebraremos el bicentenario de la juramentación de la Constitución de Cúcuta, nuestra primera constitución republicana y de la batalla de Pichincha, que selló la independencia del Ecuador y completó la formación del Estado Republicano de Colombia, en la que participó nuestro máximo héroe, Tomás Herrera, el soldado ciudadano, benemérito de la patria en grado superlativo. En 2023, tocará conmemorar el bicentenario del nombramiento de los primeros agentes consulares en Panamá, paso importante hacia el reconocimiento diplomático de las repúblicas americanas, una de las principales preocupaciones del Libertador Simón Bolívar.

En 2024, el bicentenario de las batallas de Junín y Ayacucho no podrá pasar inadvertido, como, tampoco, el aniversario de la convocatoria al Congreso de Panamá, expedida por el Libertador Simón Bolívar, en Lima, en diciembre de 1824.

Y, particularmente, el bicentenario del Congreso Anfictiónico de 1826 debe ser conmemorado al más alto nivel, bajo la responsabilidad del Gobierno Nacional y con el concurso eficiente de nuestra agrupación, como corresponde a la ocasión y como se esmeraron por hacerlo, en 1926, los fundadores de nuestra sociedad, tal cual tuve el honor de mencionarlo en mi disertación con motivo del aniversario de la creación de la sociedad, en julio pasado.

Con estas reflexiones en mente, actuando armónicamente y con arrestos, dispongámonos a promover el culto cívico a Bolívar y poner su vasto y rico legado al servicio de la comunidad. Este es el propósito de la Sociedad Bolivariana de Panamá, que en el aniversario del deceso del Libertador renueva su compromiso patriótico con el mejoramiento de la cultura cívica de la población istmeña.

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