Yuri, soltar para seguir adelante

Actualizado
  • 13/03/2023 00:00
Creado
  • 13/03/2023 00:00
Una madre venezolana llega con sus dos hijas adolescentes al “Espacio Cuidado de mí” implementado para el autocuidado, el bienestar y la resiliencia a pocos pasos de la selva del Darién.
La idea de “Cuida de mi” es que las mujeres se regalen unas horas para ellas mismas, pero también que los niños y niñas participen de un área amigable.

Son las 9:30 de la mañana y la Estación de Recepción Migratoria (ERM) de Lajas Blancas es una Torre de Babel. Construida en los terrenos de una finca ubicada en el pueblo de Metetí, en Darién, la más agreste de las provincias de Panamá, la estación de Lajas Blancas es un hervidero de gentes —venezolanos, ecuatorianos, angoleños, afganos, haitianos, cubanos— que buscan agua para bañarse, hacen fila para el desayuno o esperan turno en la caseta de recarga de teléfonos celulares.

A pocos metros de la entrada, a la derecha del campamento, hay una carpa de color blanco con el rótulo del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). En la puerta, sobre el piso de tierra, una docena de chanclas, sandalias y zapatillas de todos tamaños, colores y materiales, todos rotos o gastados. Son los zapatos de las personas migrantes. Los zapatos de los niños, niñas, adolescentes, mujeres y hombres que ese día, desde temprano, se han acercado a la carpa donde se desarrolla el programa 'Cuidado de mi' que se abrió a mediados de 2022 con el propósito de crear un espacio para el autocuidado y la solidaridad.

La Torre de Babel

Adentro, sentada entre otras mujeres, está Yuri Castillo. A su lado, sus dos hijas adolescentes, Lucianyelis (15) y Camila (14). Venezolana, con 41 años y enfermera de profesión, Yuri salió de Venezuela en 2018 hacia Ecuador, y allí estuvo trabajando como limpiavidrios hasta que decidió hacer “la travesía por la selva”.

Cerca de 70 mil mujeres migrantes cruzaron la selva de Darién, el año pasado (2022).

“De Ecuador salí el 29 de enero. Llegué a Medellín (Colombia) un martes y ese mismo martes viajé a Necoclí. Estoy viajando con mis dos hijas menores y Valentina, nuestra perra”.

Yuri viste un pantalón y un suéter, llenos de polvo, y el cabello lo lleva recogido en un moño. “¡Llevo días con esta misma ropa!”, dijo de pronto. “¡Mírame cómo estoy!”, agregó, tocándose el cabello, mientras el grupo comienza a intercambiar algunas de las experiencias que vivieron en el camino.

¿Qué cómo fue la travesía? Yuri cierra los ojos un instante y los abre para decir: “El trayecto fue de cuatro días y medio. Parábamos cada tanto, pero no queríamos quedarnos solas. ¡Y nos pasó una vez! Lo cuenta y aprieta las manos contra el pecho. “La montaña es tan alta que a veces sientes que no puedes levantar las piernas porque los músculos no te dan. Todo el día es caminar, caminar y caminar. En un momento me pregunté: ¿Cuándo metí a mis hijas en esto?”.

Fue una de sus hijas la que, en medio del trance del agotamiento y viendo que su madre se derrumbaba, se acercó y le dijo: “¡Mamá, tú puedes! ¡Vamos, vamos!”. Ahora que lo cuenta, a Yuri se le anegan los ojos en lágrimas. “Fue una de mis hijas la que me levantó, la que me dio ánimos… Es que imagínate: yo soy la cabeza de familia… Si me pasaba algo, ¿qué iba a ser de mis hijas?”.

Ha sido un lugar creado por Unicef y junto a RET, para dar acompañamiento psicosocial y actividades recreativas y de desarrollo infantil a los niños y niñas migrantes y de la comunidad indígena cercana.

Pero atravesar la selva de Darién supone mucho más que un reto físico inmenso. Implica, también, superar miedos y pavores. Miedo a la corriente del río, por ejemplo, que ya se ha llevado a muchos. “A mis hijas, de 14 y 16, casi se las lleva el río. Cayeron como en un pozo, y si no fuera porque alguien las salvó…”.

Pavor a los caminillos abiertos en el borde de las montañas, donde lo único que los sujeta a la vida son raíces y cuerdas puestas allí por los que pasaron antes. “En esos filitos apenas tienes para poner el pie… Lo pones mal y te vas (al precipicio)”.

Cuidado de mí

La idea de crear un sitio como 'Cuidado de mí' surgió, justamente, cuando Johanna Tejada, experta en género y prevención del abuso sexual y la explotación del equipo de la organización de Darién, se dio cuenta de la necesidad de crear un lugar seguro dentro de las estaciones, donde las personas migrantes pudieran retomar su humanidad. Sí, su humanidad. Porque muchos llevan meses viajando desde sus países de origen huyendo de situaciones de violencia, inseguridad, discriminación o vulnerabilidad económica, y para llegar a Lajas Blancas caminan por las trochas selváticas de Darién, una ruta peligrosa por sus condiciones naturales, la presencia de grupos armados y los asaltos de los que pueden ser víctimas.

“Aquí encuentran servicios de salud para curar heridas, servicios psicológicos y médicos para la atención de las violencias y espacios para descarga emocional”, explicó Tejada. “También se realizan actividades como escritura de cartas, espacios para el autocuidado y talleres de resiliencia”, agregó.

Para mujeres

El espacio 'Cuidado de mi' brinda atención a las mujeres y adolescentes que viajan solas y se exponen con mayores riesgos a la trata, explotación y abuso sexual, así como a otras formas de violencia basada en género.

En la concepción y creación del programa 'Cuidado de mi' se utilizó un enfoque de género, y por ello el espacio está pensado, sobre todo, para las adolescentes y mujeres: allí encuentran implementos para arreglarse, objetos de primera necesidad —desodorante, toallas sanitarias, champú, papel higiénico y pasta de dientes, entre otros, en “La Tiendita”—, pero también pañales desechables, ropa interior para niñas y niños y ropa de segunda para toda la familia. “Es que la belleza es una catapulta para restablecer de nuevo la dignidad”, explicó Tejada, y tener un sitio donde poder renovarse por fuera y por dentro, “les devuelve la fuerza para seguir su camino”.

Como detalló Claudia Murrel, promotora psicosocial de RET Internacional, “este es un espacio donde pueden venir a descansar y donde pueden volver a ser personas, como ellas mismas dicen. También recibimos a hombres porque ellos son parte de la familia; porque no nos sirve empoderar a las mujeres, hacerles saber a qué tienen derecho, sino tienen una pareja que las apoya. Entonces, lo que tratamos es de inculcar una nueva masculinidad”.

El espacio dentro de la carpa se queda chico pronto. A medida que avanzan las horas y llegan más personas desde un caserío llamado Bajo Chiquito, a cuatro horas de viaje en piragua, un río de gente sube desde la ribera del Chucunaque que sirve de puerto y, tras las revisiones de rigor por parte de las autoridades, van buscando dónde hacer una llamada, dónde pasar la noche, cómo continuar su viaje hacia el norte del continente.

Contar la experiencia

La visita, sin embargo, se aprovecha para invitarlos a quedarse un rato y participar en las charlas y talleres. Una de las actividades que se realizan, por ejemplo, es la lectura de cartas dejadas por aquellos que ya pasaron y la escritura de cartas para los que vienen: cartas escritas por mujeres, adolescentes y hombres que pasaron por Lajas Blancas y que se animaron a contar su experiencia, compartir su dolor, dejar por escrito sus sueños. Los mensajes son más bien cortos: apenas una cara de texto escrito en papeles de colores… Papeles de colores que quedan como testimonio de la tragedia migrante y de la esperanza.

Yuri, que en la mañana consiguió champú y jabón de baño en “La Tiendita”, regresa a la carpa unas horas más tarde siendo otra: se ha lavado el cabello y luce sus rulos afro, tiene ropa limpia y se coloca sombra celeste en los ojos. Así, sintiéndose otra vez ella misma, se sienta a contar su historia. El trayecto pendiente es largo, pero al menos en la carpa de 'Cuidado de mí' pudo “drenar, soltar para seguir adelante”

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