Panamá, una identidad en proceso de construcción

Actualizado
  • 21/11/2010 01:00
Creado
  • 21/11/2010 01:00
PANAMÁ. La pregunta por la nación nos lleva a la interrogante sobre la identidad como el ‘conjunto de rasgos propios de un individuo o d...

PANAMÁ. La pregunta por la nación nos lleva a la interrogante sobre la identidad como el ‘conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás’ (RAE), y que le concede la personalidad como colectivo. Nación e identidad son los miembros de una misma ecuación que tiene como resultado la entidad nacional, en la que se sintetizan componentes étnicos, geográficos, políticos, históricos y económicos. Una no puede existir sin la otra y el intento de sustentar la solidez de una sobre una débil proyección de la otra es ficción, queda en el ámbito de los mitos sociales construidos para la manipulación.

No se trata de retomar la polémica si somos o no una nación, surgida a raíz del ensayo de Eusebio A. Morales y que ocupó a prestigios intelectuales por más de medio siglo. La vuelta al tema la motiva el esclarecer qué clase de nación logramos crear y en qué forma se ha venido articulando en el devenir espacio-temporal.

LA NACIÓN ESENCIAL

Esta noción ‘metafísica’ de la nación conlleva también a la formulación de un hipotético ‘Ser panameño’ o ‘Panameño esencial’ resultado de una noción histórico-filosófica –generada en el primer tercio de vida republicana y reformulado por intelectuales posteriores– y que Luis Pulido Ritter califica como ‘nación romántica’, plantea la obtención de fines utópicos que la realidad se han encargado de desmistificar. El choque con la ‘mundialización’ del capital’ —según la expresión acuñada por Marx y que hoy llamaríamos globalización— y la inevitable inserción del país en ese mercando mundial como sitio de tránsito, resulta una experiencia inédita que nos lleva de la aldea agraria a la aldea mundial y para lo cual, a pesar de ser parte del discurso de lo ‘nacional panameño’, nunca tuvimos la previsión o la capacidad de prepararnos.

Nación esencial, producto de la experiencia histórica o de la abstracción teórica —en las teorizaciones de Diógenes De la Rosa, Carlos Manuel Gasteazoro, Isaías García, Ricardo J. Alfaro, Diego Domínguez Caballero y Ricaurte Soler—, o nación etnográfica —en el espectro demográfico y cultural de Reyna Torres de Araúz, Manuel F. Zárate. Dora P. de Zárate y Rodrigo Miró, no logra su finalidad identitaria por falta de asimilación masiva. En una y otra se revela la transitoriedad como amenaza sobre esa idea nacional que vincula sociedad y espacio geográfico.

LA NACIÓN CLASISTA

La incapacidad del ideal romántico para satisfacer las demandas sociales y el colapso del evocador discurso liberal para cumplir con la tarea de forjar principios aglutinadores, abre las puertas a nuevas propuestas que emergen de organizaciones populares y estudiantiles que encuentran en la izquierda una ideológica transformadora que en una idílica concepción revolucionaria darían respuestas a las frustraciones de las masas marginadas.

La declinación del liberalismo estuvo aparejada con el surgimiento de agrupaciones de izquierda entre las que –anarquismo, socialismo y una versión del marxismo-leninismo– que de forma independiente o en esporádicas coaliciones hacen planeamientos reivindicativos durante ese periodo (del incidente Pershing de 1920 hasta el 9 de enero de 1964).

El resultado de la gesta del 12 diciembre de 1947 consolidó la posición de estos sectores y les permitió mantenerse con un alto grado de beligerancia ante los embates de la administración del Dr. Arnulfo Arias (1949-51) y del Col. José Antonio Remón (1952-55).

Luego, la polarización de la posguerra permitió un avance significativo en los años posteriores que le permitió ampliar sus bases populares y campesinas.

En ese escenario logra el control de organizaciones sindicales y estudiantiles y toma vigencia teórica en algunos intelectuales de clase media, sin lograr constituirse en elemento de consolidación social. Esta circunstancia permite la fácil absorción de sus cuadros en el proyecto de nación populista que emerge a finales de los años sesenta.

LA NACIÓN POPULISTA

La necesidad de superar un modelo heredado del liberalismo en disolución sirvió para enarbolar en los primeros años del gobierno militar de 1968 la bandera de un populismo nacionalista que agrupó grandes segmentos de la población marginada en un afán de reivindicación colectiva. La nación como conjunción de fuerzas estaba unificada, por lo menos en apariencia, en un proyecto de integración social-nacional hacia lo interno y un proyecto de integración geográfica hacia lo externo dirigido por una elite cívico-militar que controlaba las variables políticas de la propuesta. La legitimidad de ese planteamiento estaba en una mirada hacia el futuro, en ‘las luces largas’ con las cuales el General Torrijos visualizó el salto cualitativo que ubicaría al país en el plano de redención esperado durante setenta años.

Sin embargo, la experiencia fue transitoria y el precio a pagar por el proyecto integracionista fue abandonar a una sociedad precariamente cohesionada, en una vertiginosa disolución que la hizo susceptible a las imposiciones de un modelo globalizador como parte del compromiso por el control del Canal. El carácter mesiánico del proyecto termina por agotarlo una vez desaparecido el Gral. Torrijos y la decisión del cuerpo armado de consolidar su posición de control político. Las crisis institucionales terminan por dividir el país y la estructura metafórica del discurso sucumbe ante el cambio de directrices político-ideológicas una vez consumada la invasión de 1989. Anacrónicos, el ideal soberano y la anhelada identidad dejan de ser relevantes y ceden el campo a los escarceos de la economía global.

LA NACIÓN GLOBALIZADA

La invasión norteamericana significó mucho más que el desmantelamiento del aparato político-militar construido en torno al Gral. Noriega, fue el ariete para instalar en el centro del continente una avanzada del modelo económico diseñado por las grandes corporaciones en su proceso de expansión. La caída del bloque socialista, paralela a la invasión, ofrecía las mejores condiciones para ensayar un programa de desmantelamiento de las estructura económico-política de un Estado de un hipotético bienestar social e imponer un esquema corporativo de administración política.

El discurso economicista promueve la inversión extranjera sin cortapisas con la promesa de un crecimiento que provocaría un desbordamiento que alcanzaría todos los sectores de la población. Esta propuesta impone el desmoronamiento de las barreras defensivas –arancelarias y administrativas– con miras a favorecer la impronta corporativa que adscribe sectores dominantes como socios minoritarios o intermediarios de los grandes consorcios, pero que expulsa del sistema segmentos poblacionales no necesarios a la dinámica.

Lejos de contribuir a la cohesión social que permita integrar la nación, el modelo impone en el plano social una progresiva segregación de los sectores carentes de la ‘competencia’ profesional o económica requerida por el sistema, creando nuevas parcelas de marginalidad y ampliando las diferencias entre pobres y ricos; pero en el plano identitario propicia la remisión de íconos tradicionales para imponer los suyos.

CONCLUSIONES

La nación es el resultado de la capacidad de una sociedad para compartir propósitos comunes por encima de las diferencias étnicas o culturales. Se cimienta como proyecto y aspiración colectiva capaz de generar identidad de intereses. De allí que nación e identidad están indisolublemente ligadas y hablar de identidad nacional para designar a una organización social diferenciada espacial y temporalmente es lo mismo.

Nuestro país, a pesar de haber superado en gran medida algunas diferencias étnicas y culturales, ha sido incapaz de constituirse en una unidad en donde la comunidad de intereses y la identificación con los elementos constituyentes de la nación sean partes dominantes. Preso de mitificaciones y nuevos diseños de ‘integración nacional’ el panameño se regodea en un folklorismo a ultranza, espectáculos mediáticos y promesas vacías que suplantan la necesidad de construir un modelo de identidad sobre nuevas formas de convivencia, un esquema real de participación política y sobre todo de autoestima individual y colectiva.

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