Justificaciones geopolíticas de la invasión a Panamá

PANAMÁ. El 20 de diciembre de 1989, exactamente a las 12 y 46 a.m., el sismógrafo de la Universidad de Panamá registró una explosión. Co...

PANAMÁ. El 20 de diciembre de 1989, exactamente a las 12 y 46 a.m., el sismógrafo de la Universidad de Panamá registró una explosión. Consignaría 90 explosiones del mismo tenor durante los siguientes 10 minutos. Después de otros cuatro largos minutos de silencio atronador registró una explosión de 1.7 grados en la escala de Richter, por los lados del aeropuerto de Tocumen. Pero, antes de que el reloj marcara las 2:00 de la madrugada hubo 55 explosiones en las áreas cercanas a Pacora. Luego explotaron 3 con magnitud de 1 grado en algunos lugares de San Miguelito.

Lo curioso es que en ningún momento se escuchó el rugido de los motores de las naves aéreas al acercarse a sus blancos. Las bombas caían desde lo más alto del cielo, en el más absoluto silencio y la más absoluta oscuridad.

Antes de la salida del sol se escuchaba el tableteo de las ametralladoras. Los helicópteros artillados sobrevolaban los edificios y las barriadas periféricas de las ciudades de Panamá y Colón.

LOS MUERTOS SIGUEN MURIENDO

La última intervención a Panamá, de las muchas que sufrió anteriormente, y de las que poco se habla, ocurrió hace apenas 24 años. ¿Cuántos recuerdan el resplandor del cielo pintarrajeado de rojo y amarillo por el incendio de las casas de El Chorrillo? ¿O las angustias de las muchedumbres que sin saber para dónde correr buscaban refugio en los hospitales? ¿Cuántas personas murieron en aquella monstruosa operación militar? ¿Cuatrocientas dicen las cifras oficiales? Cuatro mil calculan algunos organismos internacionales de derechos humanos. Es algo que nunca se sabrá a ciencia cierta. A parecer la cifra real de muertos seguirá siendo un misterio para la eternidad.

Pero lo peor de todo es que hoy, a mucha más gente de la que debiera le importa un comino esta historia. Lo peor es que cada vez sean menos los panameños que se interesen por saber lo que realmente ocurrió el 20 de diciembre de 1989.

PREGUNTAS TONTAS

¿Es verdad todo lo que se dice respecto a las causas reales de la invasión?

A veces la técnica para examinar problemas complejos es hacerse preguntas tontas, como, por ejemplo, ¿por qué un país invade a otro?

En el caso concreto de Panamá, ¿es creíble la tesis de que Estados Unidos organizó semejante despliegue de fuerzas, con tantos muertos de por medio, para capturar al ‘traficante de drogas’ Manual Antonio Noriega?

Todavía, a pesar de los años transcurridos, argumentos tan baladíes como ese son esgrimidos por sectores generalmente bien informados de Panamá. ¿Lo creerían entonces? ¿Siguen creyéndolo ahora? ¿No les llama la atención que el trasiego de drogas por Panamá se haya incrementado cientos de veces más después de la invasión?

LAS JUSTIFICACIONES

Por no entender las singularidades geopolíticas, muchos panameños, incluso los más educados, se hacen los desentendidos o se incapacitan para entender las causas reales de los conflictos sociales, de las guerras y de las invasiones territoriales. Y, por eso, se tragan el purgante de las justificaciones en strike. Es decir, la excusa, el pretexto, las apariencias ocupan en sus cerebros el lugar de la verdad, o de las verdades. ¿Se habrán dado cuenta de que muchos convirtieron sus intereses, ambiciones y deseos, justos o no, en ‘causas justas’?

SEGURIDAD ES LA CLAVE

Detrás de toda guerra o invasión territorial, sin necesidad de escarbar mucho, más allá de los apetitos y disputas domésticas por el poder, se descubrirán intereses estratégicos corporativos y militares muy definidos, y muy concretos.

Los conflictos actuales, propios de la época en la que vivimos, siempre tendrán que ver con petróleo, uranio, mercados, rutas comerciales, territorios geográficamente útiles a las potencias mundiales… Y, por supuesto ‘seguridad nacional’.

De más está decir que, como van las cosas, las guerras muy pronto serán motivadas por el control de recursos hídricos, tierras fértiles para arbitrar la producción agropecuaria mundial… Y, por supuesto, la ‘seguridad nacional’.

EL SILENCIO TAMBIÉN SE OYE

Pero de nada de eso se habla ni hablará en los informes y propaganda oficial. Los pretextos y justificaciones siempre seguirán siendo democracia, justicia, derechos humanos, terrorismo, narcotráfico, lavado de dinero, dictaduras, armas de destrucción masiva, y así por el estilo.

Serán ‘causas justas’ en la medida en que justifiquen intervenciones militares y saqueos, inseparables las unas de los otros.

LA NECESIDAD DE CREER

Si corporaciones y gobiernos hegemónicos revelaran públicamente sus intenciones y complicidades, al invadir a otros países, correrían el peligro de ser descalificados por sus propios pueblos. Perderían credibilidad. Lo peor es que los destinatarios de estos mensajes directos y subliminales, por muy absurdos que sean, se ven obligados a creerlos, o de aparentar creerlos, para justificar así sus miedos y complicidades.

Tal vez los gobernantes del país señalado por el dedo del invasor sean, en verdad, delincuentes. Pero es la excusa esgrimida para enmascarar estrategias de saqueo, expansión territorial y las relaciones de dominio y servidumbres. Si no existieran tales gobernantes, los inventarían.

¿POR QUÉ INVADIR A PANAMÁ?

Amén de cualquiera otra de las razones aducidas (como son la defensa de la democracia y los derechos humanos, y la lucha contra narcotráfico y el terrorismo) a Panamá se lo invadió por tres razones fundamentales. La primera: para mantener bajo control el sitio más indicado de las américas para vigilar la actividad insurgente de los países del cono sur. La segunda: para desmantelar las fuerzas armadas de Panamá por ser poco fiables en el escenario de conflictos Norte-Sur que se avecina. Tercera: Para devolver a Panamá su estatus de protectorado y de alineamiento subordinado a Estados Unidos en los asuntos hemisféricos.

CONCLUSIONES

La invasión a Panamá, en 1989, tuvo razones geopolíticas. Está claro. No se trataba de capturar a Noriega sino de eliminar un aparente foco disidente en la región centroamericana, potencialmente ‘peligroso’, no tanto por su poder disuasivo sino por ‘descarrilarse’ y constituir un ‘mal ejemplo’ para los demás.

Y un valor agregado. Al eliminar el ejército panameño no sólo se reordenaban los poderes en el área sino que, además, se utilizaba a Panamá como laboratorio de un nuevo modelo de guerra, mismo que se aplicaría meses más tarde en la guerra del Golfo, y luego en Bosnia, Afganistán e Iraq.

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