Aquel homenaje a Amelia Denis de Icaza en 1957

Actualizado
  • 05/12/2021 00:00
Creado
  • 05/12/2021 00:00
Nota del Editor: La Estrella de Panamá del 17 de julio de 1957 publicó un espléndido discurso de la doctora Concha Peña (1906 – 1960), española de nacimiento que acogió a Panamá como su país, donde vivió exiliada y se desempeñó como profesora de la Universidad de Panamá y subdirectora de la Biblioteca Nacional. El discurso fue pronunciado en la Plaza de Santa Ana en un homenaje por el 46° aniversario del fallecimiento de la poetisa Amelia Denis de Icaza (1836 – 1911). El evento que congregó a estudiantes de los colegios de la capital y mucho público se convirtió en “una verdadera manifestación del aprecio que el panameño siente por su excelsa poetisa”.
Aquel homenaje a Amelia Denis de Icaza en 1957

Queridos alumnos de los planteles públicos y privados de la ciudad, señoras y señores:

El primer día que pisé las playas del Istmo, visité la Plaza de Santa Ana, este sagrado lugar que es una de las reliquias más emocionantes de la historia panameña.

Después de penetrar en la Iglesia donde se venera a la Madre de la Virgen y contemplar los bronces que adornan el templo de la gratitud ciudadana en este recinto donde se inmortalizan a los padres de la Patria, me sorprendió el monumento que ahora contemplamos, donde se alza la figura de una mujer ataviada con la clásica mantilla española.

La figura que representa doña Amelia Denis de Icaza, esta cantora del verso eterno a la que hoy rendimos homenaje al cumplirse el 46 aniversario de su muerte (16 julio 1957), me emocionó profundamente.

De inmediato me interesé por la vida y la obra de esta panameña y enseguida creció en mi alma devoción admirativa por ella, que el tiempo y el espacio han contribuido a engrandecer.

Al conocerla por sus escritos plenamente, decidí rendirle pleitesía el 16 de julio, hoy hace diez y seis años (1941), y a los pies de este monumento deposité un ramo de claveles rojos y como si fuera una oración leí su poema “Al Cerro Ancón”.

Desde esa fecha, sin faltar un solo año he venido aquí con el mismo entusiasmo.

Algunas veces me acompañaron dos personas. Otras doce. En aquel día fausto, como una plegaria de amor, hacia la más sensitiva de las poetisas panameñas, rogué a cuantos me acompañaban que dilatasen con palabras de fervor, el culto a esta sublime mujer y que en la Escuela y en el pueblo se infundiese la costumbre de venir a rendirle honores al llegar la infausta fecha de su desaparición terrenal.

Al transcurrir los años, ha cuajado en el alma panameña esta costumbre, pues admiraciones y fervor siempre existió por ella, en el corazón de todos los istmeños.

Y esta tarde de dorada eclosión, frente al monumento que perpetua su memoria ha llegado una selecta concurrencia, que nunca como hoy fue más grande, ni jamás se expresaron con más bellas frases para recordar a la mujer que cantó a la juventud en versos de gloria.

Gracias a todos. Primero a vosotros queridos niños. Después a los adolescentes, vosotros que sois la esperanza de la patria y que formáis la legión de los hombres del mañana.

Y muy sensiblemente os quedo reconocida a vosotros querido pueblo, que habéis rendido con vuestra presencia, entusiasmo y amor a esta maravillosa criatura que fue doña Amelia, la que escribió el drama de su alma trasvertido en música, obra que algún crítico moderno ha tenido como poesía del hogar y que yo valientemente proclamo a todos los vientos como la maravillosa cantora de un lirismo tierno y vertido por un espíritu inasible, ultradinámico, inquieto siempre y perpetuamente herido por los zarpazos de la vida, que ninguna mujer de su tiempo los captó de manera tan soberana y los redujo a términos sonoros, como esta colosa de la sinfonía.

Alma y patria fueron su inspiración y en explosión delirante, ajustó con fe y esperanza sus palabras que sin querer fueron poemas, que guardan el misterio recóndito del areano de su magnánimo corazón y jamás el prisma de la imaginación de una mujer, reverberó más vivaz sobre las arquitecturas puras de la inteligencia.

Compuso versos sin conocer preceptivas. Ella misma lo dijo en un Poema magnífico que tituló “Canto y sufro”.

“En otro tiempo cuando yo cantaba | Lo que mi pobre corazón sentía | A ninguna medida sujetaba | Mi pobre y espontánea poesía. | Nunca estudié, ni conocí siquiera | La métrica que lima el pensamiento; | Mi lira era la flor de primavera | Mi libro la extensión del pensamiento.”.

Siguió toda su vida produciendo poemas de lírica y cristalina entonación.

Cuando ya tenía muchos años y sus producciones no las daba a conocer, alguien la dijo que su fuente de inspiración se había secado con los años.

Fue entonces cuando escribió, seis años antes de morir estas estrofas:

“Dicen que con la edad todo se acaba | Y que la dulce inspiración se aleja; | Yo he visto de un volcán brotar la lava | Y a través de los años se refleja. | Y si es la inspiración hija del cielo | Y es el alma inmortal quien la recibe, | No puede ingrata levantar el vuelo | Mientras se anima el cuerpo donde vive.”.

Gracias señora, madre del dolor que con tus versos conmoviste e hiciste vibrar nuestras almas, llevándola al júbilo glorioso que fortalece porque fuiste hija del Genio que plasmó en luz de auroras el poema de tu inmortalidad: “Al Cerro Ancón”, el que os ruego a todos entonéis.

“Ya no guardas las huellas de mis pasos | Ya no eres mío, idolatrado Ancón. | Que ya el Destino desató los lazos | que en tus faldas formó mi corazón | Cual centinela solitario y triste | un árbol en tu cima conocí: | allí grabé mi nombre, ¿qué lo hiciste?, | ¿por qué no eres el mismo para mí? | ¿Qué has hecho de tu espléndida belleza, |de tu hermosura agreste que admiré? | ¿Del manto que con recia gentileza |en tus faldas de libre contemplé? | ¿Qué se hizo tu chorrillo? ¿Su corriente | al pisarla un extraño se secó? | Su cristalina, bienhechora fuente | en el abismo del no ser se hundió. | ¿Qué has hecho de tus árboles y flores, | mudo atalaya del tranquilo mar? | ¡Mis suspiros, mis ansias, mis dolores, | te llevarán las brisas al pasar! | Tras tu cima ocultábase el lucero | que mi frente de niña iluminó: | la lira que he pulsado, tú el primero | a mis vírgenes manos la entregó. | Tus pájaros me dieron sus canciones, | con sus notas dulcísimas canté, | y mis sueños de amor, mis ilusiones, | a tu brisa y tus árboles confié. | Más tarde, con mi lira enlutecida, | en mis pesares siempre te llamé; | buscaba en ti la fuente bendecida | que en mis años primeros encontré. | ¡Cuántos años de incógnitos pesares, | mi espíritu buscaba más allá | a mi hermosa sultana de dos mares, | la reina de dos mundos, Panamá! | Soñaba yo con mi regreso un día, | de rodillas mi tierra saludar: | contarle mi nostalgia, mi agonía, | y a su sombra tranquila descansar. | Sé que no eres el mismo; quiero verte | y de lejos tu cima contemplar; | me queda el corazón para quererte, | ya que no puedo junto a ti llorar. | Centinela avanzado, por tu duelo | lleva mi lira un lazo de crespón; | tu ángel custodio remóntose al cielo... | ¡Ya no eres mío, idolatrado Ancón!

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