• 11/08/2021 00:00

Carta a mi abuelo: Repensar la muerte

"La muerte de un joven es una tragedia, porque corresponde a un naufragio, a un navío extraviado en la inmensidad del mar, sin embargo, la muerte de un viejo, es cumplir con un fin de vida"

Dicen que las naciones se componen de hombres y mujeres que están dispuestos a dar la vida, por ciertas palabras, la de mi abuelo fue la “Responsabilidad”. Una responsabilidad, que transgredía las leyes de lo que humanamente conocemos como compromiso y dedicación. Reconozco que, bajo la sabiduría popular, cualquier individuo que fallezca es vanagloriado como un ser que roza la perfección, sin embargo, con suma coherencia y prudencia, me atrevo a señalar que Juvenal Bellido, mi abuelo, era la viva encarnación del compromiso y de todo lo que conceptualiza al concepto de la responsabilidad, sin embargo, eso no significa que fue un hombre carente de defectos, no obstante, esos defectos potenciaban sus virtudes.

Un hijo, hermano, padre y ciudadano comprometido, con su familia y sobre todo con su país. Un padre que dedicó su vida al cuidado, protección y educación de sus hijas, así como de sus nietos y nieta, ante todo pronóstico y ante toda adversidad. Un educador, no intelectual, sino existencial, que predicaba incesantemente y con sumo desinterés el valor de la vida y del trabajo, y sobre el esfuerzo y la dedicación que anteceden a estos. Su constante inquietud por el bienestar no solo de su familia, sino también del colectivo social, lo motivaban recurrentemente a hacer uso de la consejería no solicitada, percibida quizás por muchos como necedad, sin embargo, estos actos eran consecuencia de su alto sentido de responsabilidad.

Decía Viktor Frankl que la responsabilidad destaca por encima de todos los valores y que es este el que constituye el contenido del sentido de la existencia y es ante la muerte, ante la finitud de la temporalidad humana, que es necesario hacer un llamado a que cada uno de nosotros emule dicha responsabilidad.

Pero, detengámonos a reflexionar sobre su partida, sobre la tan desprestigiada muerte. La muerte da sentido al tiempo, al presente. Sin la presencia de la finitud de la existencia, de la conciencia de un límite en nuestras vidas, el presente carecería de sentido en sí mismo, por ello, Mario Benedetti decía: “Que la muerte es un síntoma de que hubo vida”. Secuencialmente, Isabel Allende señaló: Que la muerte solo existe, siempre y cuando el que muere es olvidado; y si nunca olvidamos, podremos seguir compartiendo con nuestros seres queridos en nuestra mente, inmortalizados en nuestros recuerdos.

La vida es como un viaje en barco, la muerte es llegar a un puerto. El hecho de que algo muera significa que antes ha estado vivo. Indica que ese algo ha crecido, madurado y experimentado el mundo de una forma única, dejando su huella en él. Por eso, la muerte de un joven es una tragedia, porque corresponde a un naufragio, a un navío extraviado en la inmensidad del mar, sin embargo, la muerte de un viejo, es cumplir con un fin de vida, es llegar a la meta, es llegar al puerto y al descanso eterno.

Quien tiene la dicha de ser padre, reconoce que la prioridad de su vida, el fin de su existencia se vuelca hacia sus hijos; y a mi madre y mis tías les digo, que estén tranquilas, porque quizás, ahora, solo estamos aquí para ser recuerdos de nuestros hijos, ya que cuando eres padre eres el fantasma de su futuro. Pero, esa tranquilidad que predico, radica, en que la muerte de nuestro ser amado, no es más que un cambio de misión; es el cambio, de ser nuestro guardián en el mundo terrenal, a pasar a serlo en un mundo metafísico.

A los queridos lectores los invito, a que aprovechemos este momento no solo para despedir digna y honradamente a un gran hombre, sino también a traer el concepto de la muerte a nuestra vida, de hablarlo con nuestras familias y amigos, ya que “la muerte solo será triste para aquellos que no hayan reflexionado sobre ella”. Reflexionar sobre nuestra muerte es reflexionar acerca de nuestra vida, no hacerlo, es negarse a vivir y para vivir plenamente hay que tener el coraje de integrar a la muerte en la vida, pues la muerte es una meta y evitarla es evadir su propósito.

El autor es psicólogo
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