• 30/09/2008 02:00

¿Qué pasa con la educación?

Bajo el título de “Qué estamos haciendo por la Educación del Futuro”, el ex ministro Pablo Thalassinos, a inicios del gobierno de Ernest...

Bajo el título de “Qué estamos haciendo por la Educación del Futuro”, el ex ministro Pablo Thalassinos, a inicios del gobierno de Ernesto Pérez Balladares, logró firmar con la sociedad civil un pacto nacional dirigido a promover una Estrategia Decenal de Modernización de la Educación Panameña. El único ausente fue el Partido Panameñista y no era casual. Cinco años después su ministra de Educación derogó la mayor parte de todo ese esfuerzo nacional. Se irrespetó así un compromiso con todas las fuerzas sociales del país, se perdieron años de grandes esfuerzos, cientos de millones del Presupuesto de la Nación y muchos más de los organismos internacionales y se condenó a toda una generación al atraso y la marginalidad del conocimiento.

La Ley 34 de julio de 1995 resolvía el largo período de transición que intentó crear una nueva política formativa, luego de la derogatoria de la Reforma Educativa en 1979. Durante esas décadas la educación funcionó con programas de mediados de siglo y con una Comisión Coordinadora Nacional, cuya misión era precisamente formular un nuevo programa. Hecho este, que jamás se materializó.

A parte de todas las consideraciones teóricas y la concreción de una legislación que daba pie a la existencia de “una política democrática y de calidad en condiciones necesarias para modernizar el Estado y la sociedad, mejorar la calidad de vida de la población y fomentar la cultura de paz”, Thalassinos planteó, apoyado en los gremios docentes, una transformación del currículo, para mejorar una preparación del docente continúa y renovada y crear un nuevo modelo pedagógico descentralizado.

Durante el período Arnulfista la transformación del currículo al docente, que no es más que su evaluación y control de calidad para optar al derecho de méritos y ascensos, fue archivada y se estímulo la complacencia reivindicativa ante la presión de sus gremios. La huelga que le estalla al inaugurado gobierno de Martín Torrijos fue precisamente por intentar retomar ese control de productividad del docente. Han transcurrido otros cuatro años y cuatro ministros y el drama de la formación de las nuevas generaciones sigue pendiente.

Hoy el presupuesto de educación, que alcanzó el año pasado $1,184 millones en comparación a los $315 millones en la Administración Pérez Balladares, no parecen haber estremecido el árbol. La política de becas estudiantiles; el programa “Conéctate al Conocimiento”; la ley de apoyo a los discapacitados; programas de Alfabetización y de formación técnica intensiva, etc., siguen evadiendo el principal problema: la Reforma Curricular, o lo que es lo mismo, la evaluación del docente.

Mientras no exista la voluntad política de asumir los costos de esa medida, y los gobernantes miren el tema de la educación como un tema quinquenal ; y mientras por egoísmo y oportunismo los docentes no acepten ser evaluados y se acojan a los programas de superación y actualización, una nueva generación de jóvenes habrá perdido su oportunidad de forjarse un futuro digno y esperanzador. Podremos derrochar muchísimos millones en el sector, gastar otros tanto en equipos, tecnología e instalaciones, pero mientras no actualicemos a los responsables de impartir la educación, su calidad irá desmejorando, creando una juventud sin el conocimiento necesario para afrontar los desafíos que nos impone el mundo moderno.

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