• 13/12/2008 01:00

A mi maestra, con amor

Cierro los ojos y recuerdo a una persona que me miraba con cariño en 1989. Su paciencia, esmero y entrega las llevo prendidas al alma, t...

Cierro los ojos y recuerdo a una persona que me miraba con cariño en 1989. Su paciencia, esmero y entrega las llevo prendidas al alma, tanto así que sus enseñanzas guiarán mis pasos hasta el último día de mi existencia. Su mirada me brindaba seguridad, sus brazos me ofrecían protección y su ejemplo me inyectaba la chispa de querer parecerme a ella cuando fuese una profesional. Sí, esa era mi maestra. La maestra Vielka. Sus recuerdos han quedado guardados en mi memoria, como uno de los más gratificantes de mi niñez.

Divertida a la hora del juego, seria al dictar una clase, objetiva al resolver un problema y amiga al dar un consejo, eran algunas de las cualidades que más caracterizaban a la maestra Vielka. Era tan apasionada que, cuando uno no comprendía la lección, se quedaba en el aula hasta después de la hora de salida explicando con mil ejemplos las tediosas tablas de multiplicación o el abecedario.

Además de enseñarnos el currículum académico establecido para niños del primer grado de primaria, la maestra Vielka era especial, porque era más que una docente, era nuestra segunda madre. Era esa mamá que nos limpiaba el rostro lleno de lágrimas los primeros días de clases; siempre nos inculcaba la importancia del aseo personal, el cuidado de la naturaleza y la práctica de valores morales. Es decir, era una docente que se preocupaba por ofrecer a sus estudiantes una educación integral.

Han pasado 19 años desde que conocí a mi primera maestra y me pregunto cuántos docentes se preocuparán realmente por ofrecerles a sus estudiantes una educación de primera calidad. Y no sólo me refiero a la implementación de nuevos adelantos tecnológicos para optimizar la realización de tareas, sino esa disposición de enseñar, a pesar de las dificultades que la vida les ponga en su camino. Por ejemplo, en ese salón de primer grado habían estudiantes que no podían comprar un ábaco para realizar las operaciones matemáticas, pero esto no fue problema para que todos aprendiéramos a sumar o restar. La maestra llevó desde su casa nueces y granos y los insertó en unos hilos. En un par de minutos hacer las operaciones matemáticas con esta novedosa técnica, para un niño de seis años, era una maravilla. Soy una fiel creyente de que esto solamente lo realizan los docentes con vocación. La vocación es esa chispa que te mueve a alcanzar tus metas sin importar qué tan alta sea la cima que hay que escalar. Es esa fe que pones en cada actividad diaria que realices, porque verdaderamente amas lo que haces.

El pasado 1 de diciembre celebramos el Día del Maestro panameño, en honor al natalicio de Manuel José Hurtado. Debido al empeño que este docente puso en la educación del país se instauró la Orden Manuel José Hurtado, máximo galardón al que pueden aspirar los educadores panameños, que hayan realizado obras de carácter cultural y educativo.

Felicidades a todos los docentes que todavía conservan en sus corazones esa chispa de entusiasmo y alegría por la ardua labor que realizan diariamente, pues la educación está llamada a influir en la sociedad y en la familia, de tal modo que el mundo que dejemos a nuestros hijos va a depender en gran medida de la educación que les hayamos dado. No podemos olvidar que los niños de hoy van a ser los padres, los esposos y los presidentes del mañana.

Los frutos que recogeremos mañana, dependerán de las semillas que hayamos sembrado hoy.

-La autora es periodista.

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