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- 12/02/2009 01:00
El legado de Abraham Lincoln
Este mes conmemoramos el 200° aniversario del nacimiento de Abraham Lincoln, el 16° presidente de los Estados Unidos. Se le recuerda por sus orígenes humildes: nacido en la pobreza en una choza de madera, fue autodidacta en derecho, abogado y político. Se le recuerda por su honestidad y rectitud moral, por su empeño y su apego a los principios fundamentales de la libertad y la igualdad. A Abraham Lincoln se le recuerda por toda su trayectoria, pero se le honra principalmente por el logro histórico de evitar la división territorial de los Estados Unidos a causa de nuestra cruel guerra civil.
Lincoln llega la presidencia cuando Estados Unidos estaba bajo la sombra de la guerra civil: los estados sureños luchaban por la secesión y los del norte peleaban por mantener la Unión. No podría existir una mayor polarización que la de hermanos disparando contra hermanos, familias divididas, y el futuro del joven país en duda.El presidente Lincoln entendía que el conflicto se centraba en la tensión entre lo ideal y lo real, entre los principios de igualdad y libertad ilimitadas consagrados en nuestra Declaración de Independencia y la realidad política de la esclavitud que no prohibía la Constitución de la nueva República.
Esa contradicción entre el ideal de “todo ser humano es creado igual” y el pecado de la institución de la esclavitud se desbordó en un conflicto que al final se cobró más de 600,000 vidas.
La guerra civil acabó con la esclavitud, subrayó la importancia de la integridad física y política de los Estados Unidos y enfatizó el costo de no resolver pacíficamente el conflicto inherente entre lo ideal y lo práctico en la democracia. Pero, ¿cómo sanar las heridas de la guerra y evitar, pasados los años, dejar cicatrices en la futura democracia estadounidense?
El 4 de marzo de 1865, con la inminente victoria de las fuerzas de la Unión, el presidente Lincoln pronunció su segundo discurso de investidura. Es un discurso famoso tanto por lo que dijo como por lo que no dijo. Lincoln no hizo un llamado a la venganza contra los rebeldes, ni fustigó a sus enemigos políticos, ni tampoco recurrió al castigo ni a la retribución. Al contrario, el presidente terminó su elocuente discurso reconociendo que la reconciliación y la paz son los cimientos de la democracia. “Con malicia hacia ninguno; con caridad para todos; con firmeza en el derecho, como Dios nos da para ver el derecho, esforcémonos por terminar el trabajo en el cual estamos empeñados; por curar las heridas de la nación; por cuidar de los que sufrieron la batalla, de sus viudas y de sus huérfanos, hagamos todo por lograr y valorar una paz justa y duradera, entre nosotros con todas las naciones”.
Este llamado a la reconciliación nacional del presidente Lincoln, fundamentado en un sabio reconocimiento de que la democracia requiere de un entendimiento entre sus ciudadanos, de una resolución pacífica y ordenada de las tensiones entre lo ideal y lo práctico, es la lección fundamental para todas las democracias. Y es una razón más que suficiente para rendir homenaje hoy al gran estadista, gran presidente y sabio demócrata Abraham Lincoln.
- La autora es embajadora de los Estados Unidos en Panamá.