• 06/03/2009 01:00

El mito de las propuestas

Como la política es el arte de gobernar, en Panamá escogemos al presidente del Ejecutivo por una parte; y a los diputados, con funciones...

Como la política es el arte de gobernar, en Panamá escogemos al presidente del Ejecutivo por una parte; y a los diputados, con funciones en toda la República; a los alcaldes y representante en relación con los municipios, por la otra. Ellos a su vez, nombran al resto del personal para la administración del gobierno. La política viene del periodo Neolítico, cuando se empezó a organizar la sociedad de manera jerárquica y desde siempre unos cuantos tutelan al resto, con una dirección impuesta. Se valen de las promociones para lograr la selección.

En este ejercicio del poder se direccionan las actividades tendientes a lograr la armonía en la convivencia, un asunto muy complicado por el juego y rejuego de intereses particulares, que subyacen en el conglomerado entre los ricos, una minoría, y los pobres, en una gran mayoría. Por una parte, el presupuesto es esencial, y por la otra, el deber de cubrir las necesidades sin afectar los derechos humanos, que siempre se incumple, aunque se diga que el interés público prevalece sobre el interés privado.

Dentro de los ajetreos políticos, los más audaces se hacen notar y, como estrategia, critican lo que no se ha hecho, o las insatisfacciones de la sociedad que afectan el interés público. Es aquí donde se valen de la fábula de las propuestas. Los promocionantes las analizan y en teoría las resuelven de un modo dialéctico, para sumarlas a los intereses entre elector y candidato. Círculo vicioso que se retrata en cada campaña y hay quienes alegan que las promesas de campaña no se cumplen.

El contenido de los tres primeros párrafos es ilustrativo, pero en adelante, sostenemos que todas las propuestas deben ser el resultado de las necesidades públicas que, por cierto, es un deber de los gobernantes. “No puedo prometer lo que debo hacer”, entonces ¿cuál es el engaño? Seguro que para el oficialismo es muy duro vender promisiones incumplidas. Si las principales salvas fueron sobre trabajo, seguridad y corrupción, no se han cumplido y como está finalizando el periodo, los receptores de las propagandas se preguntarán “¿porqué no arreglan ahora lo que no se arregló cuando lo tenían que hacer?”. A esto se le denomina continuismo. Las mariposas vestidas con los resultados de “más trabajo”, “más seguridad” y “menos corrupción”, después de aquel triunfo no salieron a otear el horizonte y calentar sus alas con las manchas doradas y plateadas de satisfacción social en todos estos años de gobierno, por lo contrario, hay un rosario de estigmas en los ministerios de: Gobierno, Salud y Educación, para no mencionar a otros, que ha tenido ocupada a la opinión pública, de forma negativa. Es la cosecha de lo sembrado intelectual y materialmente.

Una promesa de campaña es un testimonio de fe que ofrece el interesado, para que lo favorezcan en las urnas y que el votante recoge como buena a la hora de ejercer el voto. No debemos confundir las inconformidades en relación con el interés privado, que algunos resentidos critican, porque no fueron favorecidos con un nombramiento u otra concesión similar. Los escogidos por el voto popular no deben ofrecer ayuda de esta categoría, porque el sufragio sería como la llave para abrir el cofre del botín político. Las promesas son obligaciones del gobernante y sólo se aplauden las extraordinarias y es en este estadio en que se piensa sobre el concepto de la reelección. Se paga con la recompensa por lo actuado.

-El autor es abogado y docente universitario.cherrera@cwpanama.net

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