- 06/10/2009 02:00
100 días
Aunque el número 100 tenga solo tres dígitos, su significación comprende todos los aspectos de la vida. Por ejemplo, el billete de 100 dólares es el más codiciado, la carrera de 100 metros planos es la más esperada en todo evento olímpico y la propia historia de la Humanidad se mira a través del prisma de los siglos, en períodos de 100 años. Y así es igual en otras áreas.
En la política ocurre lo mismo. Cien es el número de días que los ciudadanos tradicionalmente conceden a sus gobernantes para medir su comportamiento. Es una especie de tiempo de gracia que los medios de comunicación ofrecen antes de soltar la caballería, un período aparentemente suficiente para examinar el ritmo que baila el presidente y analizar su perspectiva para los próximos cinco años.
Históricamente, los primeros 100 días han reflejado claramente lo que será el resto del quinquenio. En el caso de Endara, por ejemplo, durante sus primeros días se concentró en las finanzas públicas y el control fiscal. Desde la Contraloría General de la República se impusieron medidas férreas que sanearon la cuenta 215, la cual traía sobregiros acumulados de más de $937 millones. Esto permitió el pago de cheques con fondos, y recobrar el respeto institucional y la credibilidad internacional. No hay dudas de que las medidas iniciadas durante esos primeros días tuvieron efecto hasta el final de la administración Endara, al punto que cuando Ernesto Pérez Balladares tomó posesión, en septiembre de 1994, las arcas del Estado tenían liquidez y total solvencia.
Con respecto a los primeros 100 días de Pérez Balladares, lo más trascendental fue su compromiso inicial con la modernización, liberalización, desregulación y privatización de los mercados. El Plan Chapman adquirió notoriedad de inmediato, y desde las reuniones estratégicas en Bambito y luego en Punta Barco, siempre existió un hilo conductor con la política de los economistas del BID. Sin el Plan Chapman, simplemente, el país no hubiera entrado a la Organización Mundial de Comercio, construido los corredores y carreteras ni privatizado las empresas estatales de telefonía y electricidad.
Los primeros 100 días de Moscoso se caracterizaron por tratar de rehacer o intentar destruir lo que el gobierno anterior había alcanzado o negociado. Con su plan de descabezar a todas las agencias regulatorias, Moscoso propuso a siete días de tomar posesión la infame “ Ley Chorizo ”, aumentó los mismos aranceles que dos años antes habían bajado y limitó la importación de jamones en plena temporada de Navidad. Igualmente, esperó hasta el último día para desenredar el nudo con la designación de dos nuevos magistrados y no le importó con la opinión pública y regaló relojes Cartier. Como es de suponer, su gobierno nunca levantó cabeza y al final se le recuerda por sus francachelas, el HP-1430, los Cadillac, los “ durodólares ”, los viajes a principiados y reinados, y por su forma de no lucir andrajosa. Por supuesto, con un gobierno así, no debiera extrañarle su responsabilidad por el descalabro del candidato Alemán en las elecciones del 2004.
A Torrijos le tocaron unos 100 primeros días muy tormentosos. Ciertamente, el gobierno salió rápido del partidor y pudo designar a los mejores en cargos específicos, lo que permitió posteriormente consensuar y aprobar reformas importantes como la seguridad social y fiscal, y ratificar los acuerdos de libre comercio con Estados Unidos. Pero como consecuencia de esta velocidad inicial, Torrijos llegó al 2009 cansado y sin fuerzas ni siquiera para inclinar la balanza a favor de un mejor candidato. Su energía fue prácticamente consumida por tragedias, empezando por la de Prados del Este a escasos días de tomar posesión, una de muchas que tendría que enfrentar durante su período: incendio de bus, caída del SAN-100, asegurados envenenados por dietilenglicol y un memorando de entendimiento que nunca llegó a Bruselas. Tal vez por cansancio y agotamiento, ninguno de sus cinco principales designaciones iniciales sube la loma y, al final, termina solo y por compromiso.
El actual presidente cumple sus primeros 100 días el próximo jueves, con una popularidad mediática sin precedente, con participaciones estratégicas y medidas populistas bien ejecutadas. Demolió a punta de mazazos las instalaciones de la marina de Figali, entregó los 100 dólares a los mayores de 70 años, puso en jaque a las empresas eléctricas, aumentó el salario al escalafón de la Fuerza Pública, redujo los aranceles de alimentos y productos no sensitivos, mandó señales muy claras de que no permitirá la corrupción y designó a ciudadanos ilustres en cargos importantes.
Pero el país, a casi cien días del 1ro de julio, sigue sin registrar un cambio significativo: los índices de inseguridad superan a los propios entendidos, los productores están preocupados por las nuevas medidas, las exportaciones siguen tambaleantes, las cifras del desempleo no son alentadoras, todo se maneja en base a contrataciones directas, la relación deuda-PIB ha perdido vigencia y a la Zona Libre de Colón le disminuyó su capacidad competitiva. Su mensaje inaugural de que “ se puede meter la pata, pero no las manos ”, se lo han tomado muy en serio; abundan los desaciertos, las improvisaciones y las arbitrariedades. Es notoria la descoordinación y desalineación entre sus propios colaboradores, y los temas de los cupos de taxi, las bases navales y el avión presidencial lo recalcan.
El presidente debe entender que hasta al mejor panadero se le quema el pan en la puerta del horno. Debe ser más humilde, aprender de los errores de sus antecesores, evitar las salidas súbitas y los arranques bruscos, proponer no aparecer en cámaras por insignificancias y tratar de no hablar por hablar. Y sobre todo debe recordar que ya no es gerente, sino presidente. Y pese a toda su destreza empresarial, sus acciones hasta el 30 de junio de 2014 conllevan un costo para el país. Con su negativa a escuchar fuera de su cerrado círculo y su hábito de mandar en vez de gobernar, se arriesga a prolongar la llegada del cambio. Su principal problema no se deriva de la crisis global, sino de sus propias debilidades intrínsecas. Se siente cómodo actuando de director de orquesta, redoblando el tambor y tocando las maracas. Ya le falta poco para cargar los instrumentos y transportar el escenario. Ciertamente, lo quiere hacer todo y así no va a lograr nada.
*Ciudadano del país.lifeblends@cableonda.net