• 30/06/2010 02:00

Cultura de la basura

Un autobús de ruta urbana salió de la Gran Terminal del Transporte con pocos pasajeros y varios ‘secretarios’ o asistentes del conductor...

Un autobús de ruta urbana salió de la Gran Terminal del Transporte con pocos pasajeros y varios ‘secretarios’ o asistentes del conductor. Uno de ellos aprovechó para comprar algunas frituras y refrescos para el grupo (un sucedáneo de almuerzo, en términos de Aldous Huxley); a medida que avanzaba el vehículo, fueron consumidos y sus envases arrojados de manera normal a través de las ventanas.

Al llegar a Calidonia, el diablo rojo se desvió por la avenida Nacional y subió la calle P hacia la avenida Central. Una vez que la unidad estuvo bajo el semáforo en esta céntrica intersección, uno de los ‘pavos’ tuvo urgencias, abrió la puerta, descendió, se recostó de la llanta, bajó la cremallera del pantalón y desalojó sus entrañas; colofón de su apurado almuerzo justo en una tarde de brillante sol tropical.

Podría asombrar el panorama de un adolescente que empapa con su orina el neumático de un bus en la vía pública, pero lo que resalta es esta tendencia de cuánta cosa fue convertida en materia residual y lanzada a la calle, sin importar ensuciar la ciudad, o las implicaciones que esto tiene. Lo peor es saber o enterarse de la cantidad de transportes que repiten estas imágenes y la forma como la gente bota sus sobrantes cotidianos.

El hecho llama la atención, porque un gran número de personas tiene la inclinación a desenvolver los caramelos, abrir los envases de la comida chatarra, desempapelar los emparedados, estrujar los conos de refrescos, tazas de papel, cartón u otros materiales y tirarlos al suelo o al primer lugar que se les ocurra.

En la esfera hogareña, sucede algo semejante. Todas las actividades humanas, generan desechos. Nos desentendemos de ellos de la manera más fácil. Una gran bolsa, cuando menos o un cesto que se lleva al tinaco abajo del edificio o afuera de la casa y allí se deja. Lo que suceda después, será problema del municipio respectivo. Para éste, no es un gran problema, pues si no se puede atender, sencillamente no se hace y punto.

Si miramos la situación de todos los municipios del país y su relación con la gestión de los desechos, vamos a encontrar un caos generalizado. Quizás la basura, es el último contratiempo con el que se quiere enfrentar el alcalde y su junta de munícipes, pero tal compromiso queda como el primer asunto que atañe a todo el engranaje local, pues existe una presión de la comunidad.

Aún así, no es esta la dimensión que ocupa la atención en estas líneas, sino aquella otra, individual frente a la disposición de los desechos. Un gran grupo de personas tiende a considerar que la basura y su manejo es una responsabilidad de otros; de la administración del edificio, de los promotores de la urbanización, de la Alcaldía o del Gobierno, pero no propio.

Igual, quienes lanzan latas o envases a la vía pública. Ellos argumentan que ‘hay que darle trabajo a las aseadoras del Municipio’ o ‘para que hagan algo y se ganen su plata’; excusas para deshacerse de cuanto sobre: desde un papelito transparente hasta una refrigeradora o los colchones que a menudo se encuentran en quebradas, ríos o en la playa de Panamá Viejo.

¿Existe una cultura del manejo de la basura en el común de los ciudadanos del país? Algunos contestarán: ‘¿Y con qué se come eso?’. En cualquier urbe moderna, los individuos tienen una práctica cotidiana relacionada con el manejo de los desechos. Estas prácticas se extienden a la vida de la colectividad, desde la vecindad, hasta las macro urbanizaciones.

Todos producimos desechos. Lo lógico es pensar que debe existir una cultura de su manejo y que no es una responsabilidad exclusiva del municipio en el que vivimos (no se intenta exonerar aquí al de la ciudad capital de sus responsabilidades, asumidas pobremente), sino de cada individuo y hogar. En una casa, todos tienen un papel con relación a la basura, incluso hasta el perro.

La separación de los tipos de basura para promover el reciclaje es una medida con una antigüedad de al menos cincuenta años, pero en Panamá todavía no hay un alcalde que haya sido capaz —ni un gobierno— de crear una campaña para que esto se convierta en una cultura ciudadana y así alcanzar logros en soluciones para emplear gente, y a la vez resolver una situación de sanidad comunitaria.

¿Hasta cuándo seguiremos así?

*PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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