• 03/08/2010 02:00

Un camino eficaz para reducir la pobreza

E n el año 2000, más de ciento cincuenta líderes mundiales se reunieron en las Naciones Unidas en Nueva York para fijar objetivos global...

E n el año 2000, más de ciento cincuenta líderes mundiales se reunieron en las Naciones Unidas en Nueva York para fijar objetivos globales para el nuevo milenio. Los objetivos hacían hincapié en la reducción de la pobreza, pero también apuntaban a cuestiones relacionadas, como la infección del sida, el alfabetismo y la mortalidad infantil. Para alcanzarlos, los países más ricos —Estados Unidos, Japón y las naciones de Europa Occidental— acordaron aumentar su ayuda externa con una meta a largo plazo de una séptima parte del 1% de sus ingresos nacionales. Por su parte, los países pobres también prometieron colaborar, implementando reformas honestas y efectivas en materia de administración pública y economía.

El acuerdo fue justo: Más ayuda a cambio de más gobernabilidad. El hecho sorprendente es que una ayuda financiera de la séptima parte del 1% de la producción económica anual de los países ricos —según los niveles actuales, esta cifra asciende aproximadamente a $250000 millones—, si los países receptores la utilizaran de manera efectiva, permitiría controlar las grandes enfermedades pandémicas como el sida, la tuberculosis y la malaria; aumentar la producción de alimentos de los granjeros empobrecidos; asegurar que los niños vayan a la escuela en lugar de trabajar y permitirles a los hogares pobres tener un acceso al menos mínimo al agua potable, la energía y los mercados.

El Informe de Desarrollo Humano 2008 de la ONU menciona los repetidos logros de los programas de desarrollo práctico y detalla cómo se pueden lograr los objetivos a través de inversiones específicas en salud, educación, agricultura, agua, servicios sanitarios y otras áreas urgentes. Pero también demuestra todo el trabajo que resta por hacer.

Los países ricos aportan apenas el 20% del 1% de sus ingresos a los países con mayores necesidades. En cuanto a los países pobres, aunque la buena gobernabilidad sigue siendo un objetivo lejano en muchos rincones del mundo, muestran candidatos que merecen una mayor ayuda: Las democracias de Bangladesh, Bolivia, Ghana, Senegal y Tanzania, entre otras. Estos países hacen esfuerzos para combatir la pobreza y necesitan mucha más ayuda de la que reciben.

Si la reducción de la pobreza es una ecuación tan transparente, ¿qué explica, entonces, la incapacidad del mundo para cumplir con sus reiterados compromisos con esta causa? En el caso de EE.UU., cuya ayuda externa sigue siendo la más baja del mundo donante en términos de porcentaje de ingresos (una décima parte del 1% de su PIB), la respuesta parece radicar en la confusión pública sobre lo que hace EE.UU y qué ayuda puede ofrecer. Las encuestas de opinión demuestran que los estadounidenses están convencidos de que su país aporta más ayuda a los países pobres de lo que sucede en la realidad. Es más, durante la Guerra Fría y aún hoy, gran parte de la ayuda externa norteamericana fue a parar a manos de tiranos en pos de objetivos tácticos de política exterior, mientras que fue mínima la ayuda que se utilizó para combatir la pobreza, el hambre y la enfermedad.

A veces se dice que los países ricos simplemente carecen de los medios para ofrecer más ayuda financiera y que sus presupuestos ya son demasiado ajustados como para donar más al resto del mundo. Sin embargo, EE.UU., Japón y la Unión Europea, en conjunto, gastan mucho más en subsidios inútiles a sus propios agricultores —protegiendo, por ejemplo, a productores de azúcar ineficientes en climas templados— que en ayuda externa.

El interrogante no es si los países ricos pueden esforzarse más o tienen que elegir, por ejemplo, entre defensa y reducción de la pobreza mundial. Dado que se necesita menos del 1% del ingreso nacional, el interrogante solo reside en saber si harán de la eliminación de la pobreza extrema del mundo una prioridad.

Los objetivos establecidos en aquella conferencia del milenio en la ONU en 2000 siguen teniendo vigencia y son la mejor esperanza de la Humanidad para asegurar que la globalización no solo beneficie a los más ricos. Pero queda poco tiempo.

Las metas para reducir la pobreza, el hambre y las enfermedades se fijaron para 2015, dentro de apenas cinco años. Los países ricos deben demostrar que están dispuestos a ofrecer la ayuda necesaria —a través de reglas comerciales más justas y aportes mucho más generosos— a los muchos países pobres que están dispuestos a ayudarse a sí mismos. No hay más tiempo que perder para crear un mundo de mayor justicia, prosperidad y seguridad compartida.

*EMPRESARIO.

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