• 27/09/2015 02:00

Sentimientos encontrados

Carmen Posadas, la escritora uruguaya-española, escribió (...) una fascinante novela sobre los últimos días de los Romanov (...) 

San Petersburgo, Rusia—. Visitar esta ciudad, de la cual estoy partiendo en estos momentos, me causa sentimientos encontrados, he vivido experiencias inexplicables y tengo cuestionamientos no resueltos. Aparte de la apabullante historia que contiene, desde el siglo XVIII, pasando por la Revolución bolchevique, las guerras mundiales y el sistema socialista, la vuelta al capitalismo va a cumplir un cuarto de siglo y de las pocas personas con las que pude conversar en español o inglés, todos profesionales, sentían una especie de añoranza por el sistema anterior.

Vayamos por partes: San Petersburgo es la más europea de las ciudades de Rusia, y siempre lo ha sido. Se llama así por el apóstol Pedro (ha tenido tres nombres, y Pedro I El Grande, que además de darle una salida al mar Báltico al país, lo modernizó e industrializó, y se interesó por las bellas artes, y mandó a obtener piezas de incalculable valor a Egipto, Grecia, Italia, España, Holanda, Alemania y Francia, le llamó Petersburgo porque era germanófilo, sus súbditos no lo consideraron apropiado y le pusieron Petrogrado, los bolcheviques le cambiaron el nombre a Leningrado (por su héroe de la revolución que siguen venerando, aún las generaciones más jóvenes) y, posterior al desbande de la Unión Soviética, se realizó un referéndum donde el 54 % votó por volver al nombre original.

Si bien la estrafalaria riqueza de los zares, los palacios que ostentaban, los que le regalaban a sus amantes, las joyas y la indiscutible pobreza a la que sometían a su pueblo fue uno de los detonantes de la Revolución de Octubre, los rusos, tanto los de principios del siglo XX como los de fines del mismo (con la Perestroika) han hecho algo de lo que deberían aprender todos los pueblos: ni los bolcheviques ni los soviéticos ni ahora los rusos han negado su historia. Durante el Gobierno socialista se mantuvieron los museos abiertos, después de la II Guerra Mundial se reconstruyeron los palacios en el mismo estilo en que se habían construido (los que fueron atacados y muchas veces quemados) y en las escuelas se enseña la historia como debe ser, con sus matices, enseñanzas y desaciertos.

La queja mayor que he escuchado estos días es la poca calidad de la educación actualmente. No se está formando un esqueleto para que cada individuo sea capaz de decidir después que le pongan toda la masa alrededor, cuál competencia es la que prefiere o para cuál es apta por sus habilidades. Y lo más importante que escuché, que no será nada novedoso para muchos, que los años de 1990 a 2000 fueron los más difíciles, pues adaptarse de un sistema a otro no solo fue duro, sino que permitió que se desatara una incontrolable corrupción, inseguridad y la prevalencia de las mafias tan afamadas.

Veremos qué me espera en Moscú. Seguramente no serán los canales que circundan la Venecia rusa ni los 490 palacios que he dejado lentamente atrás —voy en tren hacia la capital—. Tampoco la leyenda del ‘sitio de Leningrado', cuando la ciudad sufrió el asedio nazi por 900 días y murieron más de un millón de rusos (los pisos de maderas nobles de los museos los usaron para hacer fuego y calentarse en el frío invierno, todos los cuales han sido restituidos a su estado original y con la misma calidad).

De lo que sí tengo la certeza es que pasarán muchos años durante los que estudiaré esta fascinante población, su historia, volveré a leer a Pushkin, Dostoyevski, Tolstoi, Pasternak y muchos otros. Carmen Posadas, la escritora uruguaya-española, escribió hace un par de años una fascinante novela sobre los últimos días de los Romanov antes de que los fusilaran en Siberia, vistos desde los ojos de un pinche de ficción. Se llama El testigo invisible. Se las recomiendo para entender este complejo mundo ruso, cuyo escudo es un águila bicéfala, que mira de un lado a Asia y del otro a Euro pa.

ARQUITECTA Y EX MINISTRA DE ESTADO.

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