• 19/02/2017 01:00

El educador y la enseñanza

Se necesita educador capaz de entender las carencias, problemas y necesidades del joven

Sin lugar a dudas, la educación, concebida dentro de las corrientes teóricas de modernidad, es un proceso cuyo propósito es múltiple, pues busca desarrollar el intelecto, destrezas, habilidades, competencias, valores, sensibilización, etc., dentro del ámbito de una cultura regente, con normas y preceptos que promueven la convivencia social. Es decir, la educación como insumo de uso social, es una necesidad inalienable que debe satisfacer al ser humano para trascender a su condición de tal.

De ahí, que en las implicaciones del proceso educativo con su sujeto y objeto, el joven estudiante, se debe aspirar a promulgar la libertad; libertad que, desde el hogar y las aulas de clases, permitan al joven pensar, decidir, emprender y crear. Lógicamente, este procedimiento requerirá de supervisión. En el hogar, los padres; en la escuela, el docente.

Esto implica distanciarse de dogmas y de contenidos programáticos totalmente alejados de entornos y de experiencias vividas por los jóvenes. Por consiguiente, una escuela o colegio, independientemente de las asignaturas, requerirá un docente capaz de entender las carencias, problemas y necesidades reales del joven; así, alejado de un formato de tiempo o espacio exigido por los rectores ministeriales de educación, hará lo que el momento exige. Este docente quizás no alcance seis u ocho objetivos (bimestral o trimestralmente) pero tendrá la certeza de que guía por el camino correcto a los jóvenes bajo su responsabilidad.

Enseñar a pensar, a ser críticos, a manejar objetivamente el cúmulo de información que circulan por las redes sociales, también es tarea docente, dentro de un proceso educativo. De hecho, hay que tener claro que enseñar a pensar y quizás a dudar nos sitúa en el plano descartiano de que el pensamiento, con las mismas interioridades del ser humano, nos confirma la existencia, y con esta nos abre un abanico de posibilidades.

En consecuencia, ser proactivo, conocedor de los problemas juveniles y ser poseedor de una filosofía que motive e induzca a otros, hará del docente un profesional distinto. Más que la calificación, más que alcanzar un cúmulo de objetivos, centrará su atención en el problema: su estudiante, en toda su dimensión biosicosociocultural. Viéndolo como un ente no sustraído de un entorno que marca, que distorsiona, que induce y que tuerce aprendizajes e intenciones.

En definitiva, veamos la relación educador-educando, desde una perspectiva pedagógica, sin perder de vista que cada estudiante es una realidad distinta, que las circunstancias determinan actitudes y que, en el momento actual, cuando nuestros jóvenes llegan sin brújulas a nuestras aulas, debemos ser factor determinante en la adquisición de aprendizajes significativos que los incorpore a la sociedad como entes formales con un valor agregado: Ser una nueva generación productiva, con principios cívicos y morales.

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