• 29/04/2017 02:02

Justo Arosemena, el educador*

El enunciado que acabé de exponer podría ser el mensaje de Justo Arosemena para nosotros, quienes invocamos su nombre para enseñar.

Es con natural satisfacción que hablo a ustedes en el natalicio de don Justo Arosemena. El nombre del ilustre patricio, nos impone el deber de ser más íntimos en las palabras y más amorosos en la invocación del Maestro.

Justo Arosemena fue ante todo un educador. Su pensamiento político, filosófico, económico y social estaba inspirado en la necesidad de modelar y consolidar la cultura de nuestra tierra. Por tanto, su pensamiento educativo tenía como presupuestos básicos la viva realidad del conglomerado social. Él no pudo nunca, y jamás lo aconsejó, divorciar la tarea de la educación de los problemas de la política. Si alguien dijo que la nación se encuentra siempre frente a una doble crisis, la de la Educación y la de la Política, es porque leyó al insigne Maestro afirmar que la crisis de la educación la resuelven los maestros y estudiantes, y la crisis de la política la resuelve la educación.

Nosotros, los herederos en los campos del espíritu, permanentes unos, interinos otros, de don Justo, no podemos, sin faltar a estos testimonios históricos, olvidar que el gran problema central del Istmo en este nuevo natalicio es determinar las precisas diferencias entre la misión de la política y el deber de la escuela en sentido general, porque en la precisión adecuada de estos conceptos se juega el destino de la cultura panameña por varios lustros.

Es, en consecuencia, crucial nuestro momento educativo. El volver los ojos a los grandes panameños en los momentos inciertos es, a más de sabio, prudente y leal. Fue Méndez Pereira –luz inapagable– quien trajo a colación el pensamiento de Alberdi y Sarmiento que dice, el uno, que gobernar es poblar, y el otro que gobernar es educar, para presentar como de gran validez el ideal de Justo Arosemena. Para él, ‘Gobernar es moralizar y moralizar es mejorar'. Es decir, para el Maestro, la moral es el principio primero, e inseparable del gobernante y de los gobernados. ‘El proceso moral, decía, no es otra cosa que la educación, la de la especie que ha sacado al hombre de las selvas, ha formado pueblos, ha regularizado sus relaciones, y les va enseñando que pueden trabajar en común por la dicha común'. Y si la moral es el principio primero porque es fundamento de la educación, en esta verdad encontramos argumento irrebatible para expresar que el gran problema contemporáneo de Panamá es que se haya perdido el principio de autoridad, como afirman algunos, sino que se ha perdido el principio de la moral, de la educación, que es primero, más esencial y poderoso en la vida de estos pueblos que el llamado principio de la autoridad. La educación en sí es un principio, la moral en sí es más de valor intangible, es un principio, de suerte que en todo país en que se rompe con persistencia, el principio de la moral cae necesariamente en la rotura de principio de la autoridad. Al romperse la autoridad del principio, se rompe el principio de la autoridad.

El enunciado que acabé de exponer podría ser el mensaje de Justo Arosemena para nosotros, quienes invocamos su nombre para enseñar. Él bien lo dijo: ‘La educación abraza toda la extensión de la conducta humana'. Tócale debilitar las tendencias exageradas y fortalecer las tendencias diminutas, cuando el exceso de las unas o la ineficiencia de las otras pudieron comprometer la dicha. Tócale mostrar la alianza íntima entre el interés propio y el deber, que no es más que el crear hábitos, que suplan a la experiencia y que sostengan al individuo en el sacrificio de los intereses menores inmediatos, a los intereses mayores remotos. Tócale emplear la fuerza social para someter a los individuos irrespetuosos del derecho, a un aprendizaje de sus deberes, y a la formación de hábitos que no alteren la armonía de los intereses'.

He aquí, felizmente compendiada, la misión de la educación de hoy, el fin de la educación en estos momentos cruciales, que sirva ‘Para someter a los individuos irrespetuosos del derecho a un aprendizaje de sus deberes', y lograr la armonía de estos pueblos.

Creo que el educador panameño debe tener en don Justo Arosemena un estímulo de lucha, de jornada, de sacrificio, urgente y apostólico. De no comprenderle así, tendríamos que exclamar con Méndez Pereira: ‘No nos dejes caer Padre don Justo, en la tentación de la comodidad mercenaria o de la paciencia indigna. Líbranos del mal de vivir sin espíritu y sin ansias de nación, sin empeño de mayor justicia para todos, atentos solo al individual provecho'.

¡Haznos unos, cordiales y sagaces, por la patria que tú concebiste, así sea!

ESCRITORA

*EL PRESENTE ESCRITO SALDRÁ PUBLICADO EN LA OBRA ‘MIS PELDAÑOS BAJO EL SOL'.

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