• 19/06/2017 02:03

Sobre padres, hijos y nación

Ayer se celebró el Día del Padre. Muchos papás fueron obsequiados con regalos adquiridos en los almacenes del país

Ayer se celebró el Día del Padre. Muchos papás fueron obsequiados con regalos adquiridos en los almacenes del país; visitados por sus hijos, nietos y familiares. Siempre dudo y delibero internamente sobre este proceso de distinción particularmente moldeada por la publicidad comercial, más que por una introspección emocional sobre la relación y la realidad: lo compartido con el individuo.

Pero reconozco que más que ser solo ejemplo de masculinidad, muchos papás modernos se involucran y participan de las actividades culturales, sociales y formativas de sus vástagos. Ya no solo son el soporte económico de la familia; también colaboran en el funcionamiento diario del hogar y asisten a sus hijos e hijas en todas las áreas de su formación. Pero aún son los menos y el comportamiento varía dependiendo del nivel educativo.

Alguna vez escribí que: ‘Cuando nos celebramos o nos premiamos y congratulamos (...) cerciorémonos de que en realidad lo hacemos sustentado en los méritos que encierra un desempeño riguroso de calidad y de excelencia. Que hemos labrado a cabalidad, con tesón y sacrificio por alcanzar y ofrecer lo mejor de nosotros...'. Hoy agrego ‘honestidad' a esa fórmula. Muchas veces no logramos la excelencia, pero el intento se hace con decoro.

El país viene advirtiendo serios retos en su proceso de construcción de una mejor sociedad que amenaza los intentos por suministrar a sus ciudadanos la más alta calidad de vida posible. En varios sectores, aisladamente, se hace el esfuerzo para que todos podamos acceder a estas bondades. Se fortalecen las políticas y acciones para resolver los problemas de la exclusión, trabajando decididamente en garantizar la inserción de todos los grupos étnicos, los discapacitados y a la mujer en los programas de desarrollo nacional.

Este empuje de cambio se ve amenazado por la corrupción y por otras conductas sociales y culturales que pueden truncar esas transformaciones. No es secreto para nadie que la mujer viene asumiendo mayores responsabilidades, ante todo en su desarrollo personal, sin abandonar sus tradicionales ‘responsabilidades' en el hogar y con su familia. La mujer panameña como promedio tiene 2.5 más años de estudio que el hombre. De cada 100 hogares cerca de 30 tenían como cabeza de familia a una mujer. En el área rural, 27 por cada 100 hogares no tienen una figura de hombre presente en la gestión compartida de las cosas familiares.

Esta falta se evidencia en la conducta de las generaciones en formación a la hora de exigirles compromiso, producto de una situación familiar fragmentada. He sostenido que: ‘... la brújula de la generación que está por sucedernos en los próximos 25 a 30 años en la conducción de las cosas de la Nación, no funciona'. El comportamiento errático y disfuncional de esta generación ante los problemas sociales que dicen ellos que les preocupa, en esencia, es producto de un problema más profundo y complejo: la falta indudable de un proceso educativo natural que debe tener inicio en el seno de la familia.

La falta de respeto a la condición humana del vecino, de circunstancias sociales diferentes, por ejemplo, es evidencia notoria de esta elemental falta educativa. Es aquí en donde la condición de padre y guía familiar toma mayor vigencia y preponderancia. No es posible que nos celebremos —en términos generales— sin reconocer que existen profundos problemas que atentan contra nuestra condición social y cultural: la actual y la futura; y, además, que no entendamos que tenemos algo de responsabilidad en esa conducta.

Los reconocimientos sobran, cuando no nos atrevemos a exigirles a nuestros propios amigos, hermanos o familiares, que atiendan como debe ser a sus hijos. Ese reclamo es igual para el panameño de a pie como para el que ostenta posiciones de liderazgo en la sociedad. Cada padre tiene el deber de estimular a sus hijos a que sean, ante todo, buenos seres humanos; que respeten a sus semejantes y, en el camino de la vida, en la medida de sus posibilidades, que busquen la excelencia.

Celebrar y reconocernos es bueno, pero existe un deber superior como ciudadanos: enfocar los objetivos de desarrollo y crecimiento de la sociedad desde una perspectiva más moderna, completa y justa; involucrándonos con mayor decisión en la crianza de nuestros hijos, en su desarrollo educativo y social, en sus inquietudes políticas e intelectuales y exigirles, ante todo, responsabilidad por sus actos.

COMUNICADOR SOCIAL.

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