Así lo confirmó el viceminsitro de Finanzas, Fausto Fernández, a La Estrella de Panamá
- 25/12/2017 01:02
Sin fecha en el calendario
L ejos de Panamá imagino los preparativos tradicionales para recibir el 2018 cuando se renuevan las ilusiones de que el año que se estrena será mejor. En el aire, las canciones propias de estas fechas y los aromas del arroz con guandú, el ron ponche y el jamón anuncian que se le cierra la puerta a la Noche Vieja y se recibe al nuevo año que le da vuelta a la última página del calendario. Hubiera querido que en este último escrito de 2017, de especial significado personal para mí, mis palabras fueran solo de elogios y gratitud para la gente buena de mi Panamá; para los padres que madrugan para atender a sus hijos y cumplir con el trabajo; para los que salieron a defender sus derechos y los de todos; para los que cultivan la tierra; para los que se preocupan por lo que sucede en su país. Y para los que, a pesar de las dificultades y las carencias, persiguen sus sueños. Pero, en el umbral de un nuevo año, mi país se despide con larga cola de vergonzosos hechos de corrupción; de decepcionantes resultados en la aplicación de la justicia; de un escenario político preelectoral de vergüenza, en el que delincuentes comprobados, con descaro inédito y osadía irrespetuosa hacia la ciudadanía decente, aspiran a alzarse nuevamente con el poder. Y lo que es aún peor, que gran parte del pueblo, deformado por décadas del ‘juegavivo' que propician los politicastros, hacen a un lado los escrúpulos y se irán (y se están yendo) detrás del jamón, la estufa, bicicleta, beca o cualquiera de los regalos que corrompen conciencias por votos. Lo que estoy viendo me indica que nada ha cambiado ni cambiará; que adecentar la política no está en los planes de los partidos políticos. Esta realidad me golpea para advertirme que deje de soñar quimeras. Mis deseos de que Panamá tome el buen camino en política no parece cerca de cumplirse; esto solo se lograría si los ciudadanos de a pie, la sociedad civil organizada y otros grupos meten en cintura a los políticos.
No sé quién es el autor de la frase ‘Panamá está condenado al éxito', pero ha resultado acertada. Nuestro país, aunque ‘le saque ronchas' a los de la OCDE, la UE y otras organizaciones que nos acosan —pero que se hacen de la vista gorda con la basura que tienen en sus patios, —lleva años con crecimiento sostenido y lugar destacado en el escenario latinoamericano. Establecer relaciones diplomáticas con China augura bonanza económica y oportunidades de vínculos de diversa naturaleza (cultural, científica, educativa, etc.); a ver si la lección que nos deja Odebrecht sirve para no caer en el error de ofrecer cambalaches y ‘palanca' que, no dudo, serían inaceptables para los empresarios y gobernantes chinos. Nuestro canal sigue siendo fuente de ingresos para el Gobierno central; con la ampliación el aporte ha aumentado significativamente. A pesar del positivo panorama económico, no veo señales alentadoras en otros aspectos; tenemos el triste honor de ser, según informe reciente del Banco Mundial, el país número 10 ¡del mundo! con la peor desigualdad en la distribución de la riqueza. No hay balance entre el crecimiento económico y el crecimiento intelectual, social, moral de la población; seguimos rezagados en educación; la corruptela enlodó internacionalmente el nombre de Panamá; la aplicación de justicia concita descontento y desconfianza; la criminalidad, cada vez más despiadada, está vinculada al narcotráfico que, según casos recientes, cuenta con la complicidad de autoridades; no se presta atención a los estragos del consumo de alcohol y la drogadicción; aumentan los embarazos precoces y enfermedades de trasmisión sexual, pero la politiquería inmoral y cobarde evade legislar sobre programas de educación sexual para no perder los votos de los que la adversan. Un país rico (lo somos) debería proveer salud, educación, seguridad social y bienestar para su pueblo, pero el balance del Debe y el Haber no cuadra. Es inútil tratar de ignorar que ha sido un año convulsionado, con muchos cabos sueltos; algunas cosas resultaron bien, otras mal, y varias ni siquiera se intentaron.
No obstante, el 31 de diciembre echaremos a un lado el descontento y las preocupaciones para recibir con la familia y los amigos el nuevo año. La efímera euforia se esfumará el 2 de enero, cuando volvamos a enfrentar lo que nos dejó el 2017. Suena duro, ¿verdad? Piénselo, a ver si no es así. Porque la realidad es que el cambio de fecha no cambia el rumbo de nada; solo alivia por pocas horas el empacho de ilusiones defraudadas. Por los que tuvieron un buen año, me alegro. También, y agradecida, por los que se esforzaron por ser mejores ciudadanos; por los que abandonaron la apatía y participaron activa y positivamente en los asuntos del país. Porque el país no es de los gobernantes, es nuestro. Y propongo que, a pesar de todo lo que enturbia nuestra cotidianidad, nos permitamos alegrías y esperanzas fuera del calendario de felicidad obligatoria. Porque amor, amistad, alegrías, satisfacciones y esperanzas no se compran en la tienda ni las otorga una fecha en el calendario. Dijo Ovidio, poeta latino, ‘La esperanza hace que agite el náufrago sus brazos en medio de las aguas, aún cuando no vea tierra por ningún lado'.
COMUNICADORA SOCIAL.
‘Dijo Ovidio, poeta latino, ‘La esperanza hace que agite el náufrago sus brazos en medio de las aguas, aún cuando no vea tierra por ningún lado'...'