• 16/05/2018 02:03

Necesitamos jóvenes revolucionarios que hagan líos

Los conceptos de ‘revolución' y ‘revolucionario', han sufrido un desgaste histórico

Según vaticinios oficiales, para las elecciones del próximo mayo estarán habilitados para ejercer el voto cerca de 2,8 millones de electores, de los cuales más de una tercera parte, cerca de 950 mil, serán individuos hasta de 38 años. Aproximadamente 300 000 de ellos votarían por primera vez; pero lo descorazonador es que ese voto potencialmente poderoso, que sería importante para inyectar sangre regeneradora de nuestra decepcionante clase política, se desperdiciaría si esos jóvenes se abstuviesen de votar.

¿Qué los aleja de las urnas? ¿Desconfianza? ¿Apatía? ¿Desengaño e incredulidad? ¿Flojera? ¿Son jóvenes indolentes, víctimas de engaños pasados que no esperan ver sus aspiraciones satisfechas? El fenómeno no es exclusivo en nuestro país; otros en parecidas circunstancias tratan de incentivar la participación informada de jóvenes mediante propuestas que los incluyan, sin apasionamientos inmaduros ni eslóganes vacíos.

Los conceptos de ‘revolución' y ‘revolucionario', mencionados en el encabezamiento, han sufrido un desgaste histórico; han degenerado en posturas demagógicas, privándolos de su legítimo sentido original. Ha habido revoluciones políticas, como la cubana, económicas como la industrial, sociales como la soviética, culturales como la Renacentista, pero esta vez nos referimos a los jóvenes revolucionarios que no son precisamente quienes empuñarían armas rebeldes para violentar sistemas democráticos.

Para Fidel Castro la importancia del aporte de la juventud a su revolución era evidente; dirigiéndose a jóvenes cubanos para resaltar su valía, les aseguraba que ‘Nosotros tenemos más fe en los jóvenes que en los demás. Nosotros tenemos derecho a esperar lo mejor y lo más perfecto, precisamente de la generación joven… Ser joven hoy en nuestro país, como ustedes, significa un verdadero privilegio; ser joven y no comprender esto, es un crimen...'.

Igualmente aseguraba Salvador Allende en Guadalajara, que "ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica", porque ‘el ideal del revolucionario era sentar las bases para hacer del mundo un lugar más justo, honesto y equitativo; un lugar mejor, pero no basado en un cuento de hadas o bajo un Estado paternalista y subsidiador'. Esa lucha del joven con espíritu revolucionario que debe realizarse dentro del marco de la democracia, según Allende, tenía como objetivo combatir la desigualdad, la falta de oportunidades, la falta de trabajo, de alimentación adecuada, de vivienda, de salud, y hasta de recreación y descanso.

Para Allende, el estudiante está obligado al voluntariado no sectario —marxistas, laicos, cristianos, juntos—, porque tiene más posibilidades de comprender los fenómenos económicos-sociales, las realidades del mundo y la consiguiente obligación de ser un factor dinámico. No se trata de que se empecinen en una rebeldía malinterpretada, sino en una conducta que resalte, con vigor, entusiasmo y optimismo, la decencia y la moral, como valores de la dignidad individual.

Y recordemos las admoniciones del papa Francisco en Paraguay en 2015, cuando incitó a los jóvenes a hacer ‘líos', a luchar por un país fraterno con compromiso, entrega con esperanza, amor con fortaleza para no andar por la vida como anestesiados, ‘debiluchos, jóvenes que están ahí no más, ni sí ni no; no queremos jóvenes que se cansen rápido y que vivan cansados, con cara de aburridos'.

Una revolución la ejecutan las personas que, en su vida diaria, en su trabajo, en el desempeño de sus diferentes roles sociales, son congruentes con el ideal democrático. A nosotros nos entusiasmaría que nuestros 300 000 jóvenes revolucionarios hicieran ‘líos' en masa y depositaran su voto informado en mayo del próximo año. El complemento indispensable de la ecuación exige que la honestidad del candidato inspire confianza y se elimine la demagogia y el engaño tan característicos de nuestras criollas campañas electorales.

EXDIPUTADA

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