• 20/09/2019 07:05

Hijo amado

“Tres años eternos que siguen su curso alimentados por el tiempo inventado, pero que el dolor no merma y nos obliga en esa incansable lucha por entender lo ocurrido [...]”

Al sentir el trastorno alucinatorio que delira en el pensamiento hasta casi no sentir la humanidad, por las embestidas de las conductas irracionales motivadas en valores anodinos, que nos inclinan a la psicodinámica que se junta con la miseria humana para galopar tajante e insólito, desde aquel trágico 26 de agosto que ya cumplió tres años, debido a la punzante e innecesaria partida de Carlos Augusto Herrera Guardia. Desde entonces el desasosiego anquilosado en la mente rígida, que ni siquiera el ungüento de la conformidad sobrepuesto por el tiempo, ha mermado un ápice de este virulento ramalazo. Los antiguos griegos asociaron a la licantropía con lo mítico que describo en este casi trastorno psiquiátrico, agravado con una limitada mente incapaz de interpretar los misterios divinos.

Tratamos de navegar en el mundo racional para lograr el entendimiento sobre estos asuntos que al final no tienen el valor comparados con la muerte, pero que se esparcen dañinos al resto de los que tienen conciencia, al penetrar hasta donde están los más afectados que crecen en el inconsciente vapor de la edad, sin poder entender sobre el que ya no está en este írrito destino congelado en el adoso inmutable del pensamiento inquebrantable, sobre la carga que debemos llevar hasta que la verdad eclosione de la marisma, en esa ría indeleble en el martirio convertido en una lava hirviente.

La malignidad se genera en personas sin conciencia que navegan en el cosmos de la psicopatía con su permanente trastorno de personalidad, que no es un estado simple para acceder al arrepentimiento y menos se puede arribar al oasis que pulveriza la sed de venganza con el perdón. Aquí nos encontramos con dos extremos, el primitivo confabulado por la indulgencia que libera a la víctima del dolor; lo segundo podría ser la salvación del agresor, que en su defecto, comparten su macabro protagonismo con otros abyectos comportamientos que se trasfunden a pecados mortales estimados en mis creencias, así que se asientan con deliberado consentimiento que en la errática aplicación de la ley humana se arrinconan en una cuchitril de podredura.

No queda otra cosa que seguir incólume ante los fantasmas del recuerdo y frente a la incógnita por saber la verdad, que el tiempo aleja perturbado por las acciones posteriores que reafirman la maldad, que al fin, se regodea con aquellos tambores de un triunfo pírrico, con el ahogo de una vida en su esplendor, que nada pudo sostener para extender la agonía para solventar en esta pasajera vida, sin poder retrotraer el zarpazo de la guadaña en un tiempo inmerecido, pero algo se extiende la vida de los demás, prestos a la espera de un suceso que dará la explicación sobre lo ocurrido en este lento giro de la rueda del destino.

Esto no es fácil y menos comparativo, al encontrar a otras almas que se bañan en este caldo maldiciente, complacidos de lo ocurrido por razones fútiles al cercenar vidas todavía en capullo, por cuestiones intrascendentes o por relaciones humanas en ayuno de sentido, de valor o de importancia, en este infinito oscuro y lleno de una verdadera razón por vivir, por amar o simplemente, por el deseo de hacer el bien, donde prevalecen los apegos materiales, los deseos malsanos o los antojos equivocados o desear lo que no tiene sentidos por su vaguedad, tal vez al poseer lo que se corrompe o quizá eso de acumular lo intrascendente. Serán las arrugas un elogio a la existencia adornada con la experiencia o las sobradas señas inequívocas del deterioro corporal, que es parte de lo fungible ante el espíritu que no envejece.

Tres años eternos que siguen su curso alimentados por el tiempo inventado, pero que el dolor no merma y nos obliga en esa incansable lucha por entender lo ocurrido, en ese trasnoche repetido en que muchos tratan de justificar y aconsejar. Alguien anónimo dijo entre balbuceos que se recurriera a la Virgen, puesto que ella había perdido un hijo, lo que tiene razón lógica o del otro que, a modo de sentencia, mencionó el tiempo de por medio, que puede crear los callos que amortizan o las cicatrices que alivian, mientras queda ese camino para encontrar la conformidad, al convertir el dolor en amor con el implante de los buenos recuerdos y la gratitud por aquellos 48 años compartidos, lo cierto es que duele tanto, que nos queda el parche para esperar que de algún modo mengüe este padecimiento. Lo cierto es que Yuti se hallará por siempre en mi aliento.

Abogado

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