• 22/09/2019 07:00

Un viaje con el tiempo

“[...], debemos pensar que el tiempo no es una línea de una sola dirección, sino un vector con diferentes fuerzas y direcciones”

Los seres humanos hemos luchado durante siglos para comprender el significado del tiempo, no solo a través del mundo externo de los átomos y las galaxias, sino también del mundo interno de nuestros corazones y nuestras mentes. Los antiguos babilonios vieron el tiempo como una rueda, repitiéndose en ciclos. Confucio comparó el paso del tiempo con la corriente de un río. Para los cabalistas, el tiempo es una ilusión. Isaac Newton concibió el tiempo como un andamiaje rígido, erigido por Dios.

El concepto del tiempo ha provocado que los científicos se pregunten cuál es su magnitud y dirección. Antes de Einstein, se creía que el tiempo era absoluto, que un segundo era un segundo y punto, y que el tiempo fluía en la uniformidad del paso del día en todas partes del universo. La idea era tan obvia como para no ser cuestionada, hasta que lo fue. En 1905, Einstein se propuso explicar el funcionamiento de la electricidad y el magnetismo, y en el proceso sugirió que los relojes idénticos en movimiento uno con respecto al otro no marcaban a la misma velocidad. Esa proposición aparentemente absurda ya ha sido probada. Más tarde, Einstein conjeturó con una teoría altamente matemática, llamada “Relatividad General”, que la gravedad también afecta la velocidad del tic-tac de los relojes: un reloj en fuerte gravedad marca más lentamente que uno en gravedad débil. Esa afirmación también ha sido probada. Y por último, el insulto final: dos eventos que son simultáneos para una persona, no son para otra persona que está en movimiento con respecto a la primera. Con lo cual, todo lo que se asume sobre el tiempo y del “ahora” debe replantearse.

Para empezar, debemos pensar que el tiempo no es una línea de una sola dirección, sino un vector con diferentes fuerzas y direcciones. Y que más que la velocidad con que suceden los eventos, lo fundamental sobre el tiempo es ese deslizamiento que sentimos en nuestro pulso, en el enigma de la memoria y en la ansiedad sobre el futuro. Si vemos una película de una taza de cerámica caerse del borde de una mesa y romperse en mil fragmentos, la película parece perfectamente normal. Pero, si tuviéramos que ver una película en la que los trozos de cerámica esparcidos por el suelo se juntan de repente, forman una taza y saltan a la mesa, interpretaríamos esa película como reproducida hacia atrás en el tiempo. Y la razón es porque nunca hemos visto una secuencia de eventos así en el mundo real. ¿O sí?

La respuesta es una cuestión de probabilidad. Una taza rota podría volver a formarse por las vibraciones y el calor en el piso, pero es poco probable que esto suceda. La física muestra que pasar del orden al desorden es más probable que el inverso, mucho más probable cuando se trata de grandes colecciones de átomos, como una taza. En términos científicos, este movimiento determina la dirección del tiempo. Y el hecho de que esta dirección sea tan definida en todo lo que vemos, tanto en la tierra como más allá, significa que el cosmos debe haber comenzado en un estado de orden relativamente alto, con suficiente espacio para no complicar el futuro. Es ese recorrido hacia el caos, lo que impulsa la evolución del universo y estimula el cambio. Sin él, las estrellas y los planetas nunca se hubieran formados, los humanos y otras formas de vida nunca hubieran existido, y las tazas nunca se hubieran hecho, rotas o de cualquier otra manera.

La gente común no habla sobre estos temas ni intuye acerca del grado de orden y desorden que existe en el universo. No es una cuestión común de perspectiva humana sobre las que dependen nuestras interacciones diarias con el mundo físico. Teóricamente, se puede probar que el universo fue creado por una explosión y que de allí ha ocurrido toda la evolución y cambios que hoy sabemos. Pero es un universo donde, sin distinción entre el futuro y el pasado, los fragmentos de cerámica del tamaño de un átomo no se juntan espontáneamente para formar tazas del tamaño que a menudo usamos para tomar café.

Vivimos pues, en un universo donde la teoría y la práctica muchas veces son difíciles de distinguir. Donde tal vez veinte años no son suficientes, pero cien sí son bastantes. Y donde el tiempo es la forma en que los seres humanos interactuamos con el mundo, marcando la fuente de nuestra identidad y midiendo el tic tac tic tac de nuestra propia existencia.

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