• 07/10/2019 00:00

La caverna de Panamá

“En esta época moderna, en la que cualquier individuo con una conexión a internet es capaz de acceder al conocimiento universal, la humanidad acusa una enorme carencia de cultura [...]”

La paz es un estado al que todos debemos aspirar. Buscando estar en paz, evito ver las noticias en la televisión, evito escucharlas en la radio, y me alejo de personas negativas, pues tengo claro que esa “mala vibra” se pega, y es causante de muchos, o acaso de todos los males que nos aquejan, tanto física como mentalmente.

En esta época moderna, en la que cualquier individuo con una conexión a internet es capaz de acceder al conocimiento universal, la humanidad acusa una enorme carencia de cultura, mucho mayor a los tiempos arcaicos en los que no existían estas maravillas tecnológicas. Suena paradójico. Aún más paradójico resulta que, a pesar de estar las personas conectadas al internet, un altísimo porcentaje de su tiempo productivo al día, no estén buscando conocimiento para ilustrarse, sino que están perdiendo el tiempo.

En otras palabras, nos pasamos el día pegados al teléfono móvil chismeando, viendo memes, averiguando la vida de los demás, o inventando una vida falsa para que aquellos que nos vean crean que tenemos todo y hemos encontrado la felicidad. Viajes, matrimonios y familias perfectas en una sociedad que se cae a pedazos de lo podrida que está. Doctores, motivadores, abogados, ingenieros, arquitectos, y hasta físicos cuánticos nos aconsejan cómo debemos vivir, y opinan en los más diversos temas con la seguridad de expertos.

El problema con estos colegiados del Google es que opinan de todo, pero no saben nada, pues su diploma lo han obtenido en cinco minutos mediante una búsqueda en la red. Lo extraño es que, a pesar de esto, no son pocas las personas que le dan crédito a lo que dicen y aconsejan estas “eminencias de la nube”.

Nuestra sociedad vive idiotizada por ruidos vulgares a los que se les ha concedido el estatus de “música”; por “influencers” que son capaces de fingir enfermedades terminales con tal de generar empatía y lograr llamar la atención de los demás, mientras las autoridades de turno hacen lo que les da la gana con el país, ya que la población está demasiado ocupada rasgándose las vestiduras al salir a la luz el secreto a voces de que en la Iglesia hay curas homosexuales…

Esa falta de atención de la población me resultó extraña. Si tenemos un poquito de retentiva podemos ver un patrón en el manejo de la información en Panamá. Es simple, cada vez que al Gobierno de turno se le prende un rancho se destapa un suceso amarillista que, por aberrante, acapara la atención de los panameños en las redes sociales y medios de comunicación, dejando en segundo plano el asunto estatal.

Buscando similitudes, noté lo bien que encaja la alegoría de la caverna en nuestra actualidad nacional. Los panameños hemos nacido presos, y no lo sabemos. Dada la familiaridad que tenemos con nuestras cadenas, pues siempre han estado allí, no las vemos. No vemos ni siquiera los grilletes que hacen imposible girar la cabeza hacia otra dirección que no sea donde aquellos que controlan nuestra realidad quieren que veamos. No conocemos otra cosa que no sea la que nuestros captores nos han hecho ver. No entendemos, no pensamos, no razonamos, solo miramos el espejismo que nos permiten ver.

¿Quiénes nos tienen presos? Las televisoras y las redes sociales. Allí nos dicen qué debemos ver, qué nos debe gustar, a quién debemos admirar y a qué debemos aspirar.

Una población esclavizada por lo vulgar, lo primitivo y lo simplemente brutal es fácil de controlar. Solo debemos poner atención a ciertos titulares para notar lo salvajes que nos hemos vuelto, justo como los que nos tienen presos desean. Así nos enteramos de que un hijo mató a un padre, y de que un político saldrá libre, pues el juez de su caso fue evidentemente comprado, con una naturalidad animal. Nada de esto nos afecta, pues nos han acostumbrado a ese tono de eventos. Deshumanización a niveles nunca antes vistos, resultado de una campaña de embrutecimiento colectivo que ha sido muy exitosa. Reina la ignorancia, pero nos creemos genios.

¿Cómo se combate la ignorancia? Con educación. La educación se logra inicialmente en la Familia, pero es precisamente la Familia el blanco de los ataques desmedidos de grupos efímeros y suicidas, pues anhelan una sociedad irracional sin núcleos familiares, ignorando por completo que sin Familia no hay sociedad. Es el talón de Aquiles de la maldad: se destruye a sí misma.

Por supuesto que existen personas que tratan de traer la luz a esta oscuridad, pero son rechazadas tajantemente por la población, convencida de que lo que ve en celulares y televisores es la realidad. La idiotez generalizada ha alcanzado un clímax al creer que por escribir algo en Facebook o en Twitter hacemos una diferencia. “Roguemos por la Amazonia”, o “dale like para que ayudes” son cosas que la mayoría de la gente cree como verdades. Es indiscutible el éxito de la campaña de control, pues ya no sabemos diferenciar la realidad de la fantasía.

Lo peor es que, si seguimos el ejemplo de la alegoría de la caverna, a aquel que escapó de la caverna, vio el mundo y regresó para liberar a los demás, lo asesinaron, pues no podían entender otra realidad de la que les hacían creer.

¿Estaremos listos para ver la verdad, o asesinaremos al que nos quiere liberar?

Dios nos guíe.

Ingeniero civil, miembro de SPIA-Coici, Seccional de Azuero, inspector de la JTIA.
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