• 30/05/2020 00:00

Volver a lo esencial nos salvará

Las circunstancias que nos inundan en estos momentos en que la pandemia provocada por el coronavirus amenaza con transformar por completo la vida como la conocemos y la hemos llevado hasta aquí, nos obligan a hacernos muchas preguntas sobre cómo será la civilización después que se normalicen las curvas que evidencian sus estragos.

Las circunstancias que nos inundan en estos momentos en que la pandemia provocada por el coronavirus amenaza con transformar por completo la vida como la conocemos y la hemos llevado hasta aquí, nos obligan a hacernos muchas preguntas sobre cómo será la civilización después que se normalicen las curvas que evidencian sus estragos. Al abrir nuestra puerta aquella mañana, muchos empleos habrán desaparecido, incluso el tuyo y el mío. ¿Cómo viviremos cuando dentro de poco muchas cosas no funcionen como hasta ahora las conocemos? ¿Cómo solucionaremos el diario vivir? ¿De dónde vendrán nuestros recursos? Todo ello desde la evidencia de que somos más los pobres.

Para entenderlo mejor creo que es bueno estudiar momentos parecidos en la historia de la humanidad que ha regresado con conocimientos básicos a la convivencia en comunidades autodependientes después de haber sobrevivido a un peligro común y donde no llegará la “cooperación internacional” o “los subsidios estatales”, porque toda la población mundial estará en situación de emergencia.

La historia abunda en episodios de catástrofe y aquí señalaremos uno de tantos. Veamos, por ejemplo, el caso de los vikingos y sus arrasadores jefes, guerreros primitivos, que causaron el terror de otras tribus menos fuertes. Destacados jefes guerreros vikingos como Ragmar Lothbrok, Erico el Niño, Halfdan y Gudrum e Ivar el Conquistador o El Deshuesado, considerado el más cruel, según las crónicas medievales, quienes en sus conquistas destruyeron monasterios por toda Inglaterra y con ellos, el saber civilizado contenido en sus manuscritos.

Aunque parezca extraño, los guerreros escandinavos, en realidad un puñado de bárbaros, tenían características similares a las de las temibles esferas proteínicas del coronavirus, los invasores a los que nos enfrentamos en este momento; gracias a los manuscritos de los monjes de la época, sabemos que a aquellos se les consideraba una encarnación del mal y un castigo a causa de los pecados de la gente. Los vikingos eran guerreros vandálicos que no conocían ni miedo ni piedad; incendiaban y destruían todo lo que no podían robar; conjuntamente con los hombres armados que luchaban contra ellos, también mataban a los niños, las mujeres y los ancianos.

Otra similitud es que en pocos años destruyeron gran parte de Londres, París, Hamburgo y Amberes, Burdeos y Sevilla, Marruecos y las aldeas del Ródano. Llegaron a Rusia y sitiaron Constantinopla. Se establecieron y conquistaron Normandía, Sicilia e Islandia. Descubrieron Groenlandia y América y, bajo el reinado de Canuto, unieron Inglaterra y Dinamarca. Nada les asustaba: ni reyes ni ejércitos ni dios ni el frío. Al final, Guillermo de Normandía, descendiente de los vikingos, conquistó Inglaterra en 1066.

Antes, aparece Alfredo el Grande, quien constituyó un hito de la civilización en aquella época todavía primitiva. Fue también el primer rey de Wessex que se autoproclamó rey de los anglosajones. Su vida se conoce gracias a Asser, cronista galés. Hombre culto y letrado, ayudó mucho a la educación y a mejorar el sistema de leyes de su reino. Si bien no ha sido canonizado, se le llama también santo. Desde su juventud pasó su vida luchando y siendo derrotado por las hordas bárbaras del norte, pero volvía a combatirlas una y otra vez. Este extraño rey guerrero fue un fundador de la vida cultural inglesa. Creó escuelas, preservó documentos, insistiendo en el amor por el saber y las artes de la vida amable y civilizada. Finalmente, renace de entre las cenizas de las luchas guerreras un nuevo sistema.

Este y otros muchos ejemplos nos muestran que la vida civilizada es algo endeble que ha sobrevivido, donde le ha sido posible, a fuerza de resiliencia. Las mismas potencias bárbaras están siempre presentes y es precisamente, cuando los sobrevivientes aceptan que son esenciales los valores de tolerancia y autolimitación para la recuperación de la vida civilizada, destacados valores que forman parte de nuestros intercambios cotidianos dentro de nuestro medio social y de las familias. Sí, ha sido una lucha constante entre la civilización y la barbarie.

La reconstrucción debe reiniciar desde lo local, inmediato, concreto y simple. Lo que se pueda manipular activamente. Al preparar este texto, se ha interrumpido el fluido eléctrico. ¿Cómo viviremos en un mundo en el que los más pobres quedaremos sin luz y alimentación de energía para nuestras computadoras y teléfonos, en primer lugar, por no poder pagar las cuentas y en segundo, se irán agotando nuestros canales de acceso, porque “tribus” más poderosas las acapararán o las utilizarán en contra nuestra? ¿O es que creen que verdaderamente todo el mundo trabajará desde casa y se comunicará solo a distancia? ¿O que será posible que todas las escuelas y universidades dejarán de ser presenciales y estarán al alcance igualitario de toda la población mundial? ¿No nos ha mostrado claramente esta experiencia que los que verdaderamente han sido eficaces y esenciales han sido los seres humanos que sirven desde el anonimato y la cotidianidad: el panadero, el taxista, el bombero, los médicos, las enfermeras, el policía y otros al mismo nivel? ¿O que los que mejor sobreviven son los que más tienen, que, aunque algunos de entre sus filas caigan bajo el flagelo de la pandemia, no aprenden la lección y siguen apegados a la “tecnología”, a sus joyas, autos y escuelas privadas?

Si hasta ahora se hablaba de irse de la ciudad y crear comunidades autosostenibles que crearán de la nada las viviendas, los alimentos, el abastecimiento de agua, la energía, con la contribución de cada uno de sus miembros que cuidarán de proveer capacitación a los otros para que todos puedan aportar por igual, se le habría llamado… utopía, locura o unos cuantos epítetos más o menos descorazonadores, a pesar de que sí existen esas comunidades: los pueblos Emberá, Wounaan, Kokonuco, Ngäbe, Solentiname. Es decir, comunidades que construyen una realidad distinta en la que puedan experimentar, compartir, aprender y llevar a la práctica aspectos que pueden aplicarse a un orden diferente. Un proceso de contracultura, aunque la cultura, como hasta ahora la conocemos, solo tiene corrientes opositoras y sencillamente tendrá que ser de otra manera.

Antes mencioné Solentiname. Pero no es mi intención que el recordar que existió, nos lleve a pensar que habrá fondos para iniciar nuestras nuevas comunidades, como fue el caso, porque no habrá “cooperación internacional” ni habrá allá fuera sitio para colocar la producción y venta de arte o vegetales en el sentido de “mercado”, tal como en el sistema capitalista neoliberal que hasta ahora rige nuestra interacción. El sistema tendrá que ser primitivo, libre y se aplica eficientemente como práctica social, política y económica en variados grupos indígenas y constituye la base de la soberanía y autonomía alimentaria: el trueque. Esta práctica económica no es solo para el intercambio de productos, sino también para alcanzar metas institucionales en lo ambiental y lo social, en forma de servicios y, otros productos e industrias artesanales para la protección y sobrevivencia de los individuos y de la comunidad. Debo destacar además su papel renovador de los principios organizativos y políticos de la población.

Esta Arcadia, por supuesto requiere de mucho estudio y planificación, pero cualquiera que sea la ruta y destino que sigan estas interrogantes, la población que se denominaba clase media o clase trabajadora deben aceptar que ya no existen y los pobres, aceptar que son más pobres aún y que la entrada al nuevo orden debe ser mediante actitudes diferentes, pues en ese ámbito tendremos que buscar formas alternativas de intercambio, aparentemente confinadas en un pasado y que todavía es posible actualizarlas en un presente donde los valores se han trastocado.

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