• 04/07/2020 00:00

El grito ahogado ante una pandemia de muchas caras

Tras 115 días de iniciada esta interminable serie de Netflix que nadie pidió ver y menos vivir, aún no se vislumbra el final y menos los protagonistas que quedarán vivos y victoriosos.

Tras 115 días de iniciada esta interminable serie de Netflix que nadie pidió ver y menos vivir, aún no se vislumbra el final y menos los protagonistas que quedarán vivos y victoriosos. No se sabe quién sobrevivirá, porque el enemigo común no hace distinción política, social o económica.

Lo que sí se sabe es que la humanidad en situaciones de crisis muestra su verdadero rostro y nos permite descubrir la pureza de unos y la bajeza de otros. Y es que hemos visto cómo un gran número de personas, en organismos no gubernamentales, empresas y Gobierno, ha puesto alma, vida y corazón para contribuir a superar la crisis. Donando tiempo, alimentos, equipos o dinero expresan su solidaridad y, más allá de la institución que representan, denotan su valor interior.

Pero, de la misma forma desfilan, ante cámaras de televisión y redes sociales, lobos disfrazados de ovejas. Revuelvo la mirada y a veces siento espanto cuando buscando una solución encuentro a los mal llamados líderes tratando, en medio del llanto de quien despide a un ser querido o el que no tiene qué comer, de enriquecerse ilícitamente o posicionarse a costa de la tragedia humana.

Mi primer sentimiento es rabia, los siguientes frustración e indignación, porque ninguna de mis expresiones sensibilizará la vena de quien hoy practica antivalores. Eso sí, el único sentimiento que no voy a permitir que me inunde es resignación, confío que la justicia, más temprano que tarde, tome cartas en el asunto; que alguien con autoridad diga “se acabó”; y que quienes engatusan a la población desinformando, queden en evidencia.

En esta historia también hay realidades distintas. Ariel, de quien dependen cinco personas, vive en una casa de 30 metros cuadrados. Ariel se ha enfermado y le ordenan cuarentena. Sus hijos se han contagiado, no hay cómo aislarse, y tienen hambre. Ariel es informal, consciente de que va a contagiar a otros, sale a trabajar, porque la vida de su familia es prioridad.

Cruz vive en una casa grande que lograron adquirir con trabajo y esfuerzo, su pareja ha quedado suspendida y todos los compromisos económicos caen sobre Cruz. Cruz aún tiene ingresos, pero no sabe hasta cuándo, tras 115 días de paralización, su empresa se ha quedado sin recursos y fórmulas para apoyar a sus empleados. Cruz y su pareja están desesperados, no piden donación, solo piden trabajar de forma segura para traer sustento a casa.

Concepción se sentía en control cuando llegó la pandemia. Contaba con suficientes ahorros para aguantar hasta ocho meses. Su familia estaba cubierta, lo que Concepción no esperaba es que su madre se contagiara y que, a pesar de los recursos económicos, la enfermedad se la llevaría. La familia de Concepción se sumerge en un profundo dolor.

René lleva más de 100 días de encierro, víctima de la agresión de su pareja. Ahoga sus gritos para que sus hijos no escuchen, tiembla de solo pensar que también los agreda. No tiene a quién pedir auxilio. René solo pide libertad.

Dani ha llegado a casa, el cansancio es inexplicable, ¡qué alegría que algunos salieron de UCI!, ¡qué pesar que otros no lo lograron! Esto es de nunca acabar, el regreso a casa estuvo repleto de miradas de rechazo. Dani se siente como un bicho, cuando realmente es un héroe. Siente ganas de llorar, pero no puede darse ese lujo, no ahora.

Todos encienden al atardecer la televisión esperando ver la luz al final del túnel, pero aún no llega. Mañana será otro día, se repiten. Saben que aún no hay solución, es necesario mitigar los impactos a la salud, el hambre y la seguridad. ¡115 días han pasado! Rezan por los que tienen en sus manos las riendas del país para que trabajen como equipo y presenten pronto un plan social integral con acciones concretas; para que con humildad digan “necesito ayuda” y sepan escuchar propuestas para construir un nuevo país; para que reconozcan que el país lo componen 50 % mujeres y 50 % hombres y que el balance se logra con inclusión; y para que pongan alto al descaro y desfachatez de quienes nos restriegan día a día que la justicia es ciega.

Especialista en desarrollo sostenible.
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