• 06/07/2020 00:00

El traje nuevo de Ayú Prado

Días atrás, hacía tareas domiciliarias dignas de cuarentena y abrí una caja almacenada en mi depósito. Dentro de ella me encontré con dos diferentes salvamentos de voto por parte del magistrado Ayú Prado, donde barrenó mis intentos de rescatar mi buen nombre.

Días atrás, hacía tareas domiciliarias dignas de cuarentena y abrí una caja almacenada en mi depósito. Dentro de ella me encontré con dos diferentes salvamentos de voto por parte del magistrado Ayú Prado, donde barrenó mis intentos de rescatar mi buen nombre. En el 2002, el hoy defenestrado juez Rubén Darío Royo, inexplicablemente, me sentencia a 48 meses de cárcel en La Joya. Meses antes, la supuesta víctima les había confesado a los médicos forenses (¡autenticado!) que había sido obligada a mentir en mi contra por mis megaafluentes detractores. Súbitamente me vino a la mente aquel valiente magistrado que dijo al mundo, vía la periodista Flor Mizrachi (2015): “en Panamá se tiende a vender los fallos al mejor postor”.

En la misma polvorosa caja también encontré tres correos electrónicos autenticados (2007-09) del HQ de Interpol (Lyon, Francia). Repetidamente inquirían a su contraparte en Panamá el porqué del afán de dedicarme una ALERTA ROJA en sus computadoras en cada aeropuerto del mundo. En su último correo, antes de Lyon removerme de su plataforma, preguntaron incisivamente “¿por qué se irrespetó (sic) la solicitud de casación por parte del procurador en el 2003?”. Ningún correo fue contestado por Panamá. “Déjà vu”. Durante esos años el enlace de Interpol en Panamá era el Lic. Ayú Prado Canals.

De esos correos haber sido contestados probablemente yo terminaba mi autoexilio y absuelto en el 2009. En cambio, regresé a finales del 2017, gracias a un tenaz joven abogado, apoyado por mi mejor amigo. De ser así, hubiera degustado múltiples momentos amenos con mi única tía y dos hermanos que murieron antes de mi regreso. Contrario a lo que me insisten mis dos hermanas, Mónica Tate y Michelle Marie (“you are a warrior!”), insisto en que hubo una fuerza mayor. Había una cantidad de amigas, amigos y anónimos rezando por mi todos esos eternos quince años en el extranjero durante mi autoexilio.

En fin, en los veintiún años que se inició esta charada, con la complicidad de elementos dentro de nuestro Órgano Judicial y fiscales, aprendí a ser más gente. El centenar de veces que estuve boca abajo sobre la lona escuchaba voces motivándome a levantarme y continuar peleando contra nuestro frecuentemente inequitativo aparato judicial.

Por último, al fondo de la susodicha polvorosa caja encontré un librito corto que le leía a mi hija durante su infancia. Era del danés Hans Andersen y me inspiró el título de este escrito. En la realidad, el atuendo debe ser para algo positivo y acorde al derecho procesal. Aquí en Panamá muchos tienden a olvidarse que al final tenemos que rendir cuentas ante nuestro Creador. Varios de los involucrados en este “imbroglio” no tendrán mi paz cuando yo lo encare a Él.

Ingeniero en Sistemas y Telecomunicaciones.
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