• 10/08/2020 00:00

Panamá y la tragedia de Beirut

Casi nada tienen en común Panamá y Líbano Ni el tamaño, la localización geográfica, la población, la historia, la economía ni la cultura.

Casi nada tienen en común Panamá y Líbano Ni el tamaño, la localización geográfica, la población, la historia, la economía ni la cultura. Sin embargo, comparten tres elementos esenciales en su vida pública: CORRUPCIÓN, CLIENTELISMO e IMPUNIDAD. Todo ello provocado y alimentado por una clase política que en gran parte podríamos calificar, con tolerancia, de criminal.

La tragedia que acaba de sufrir Beirut ha desenmascarado, aún más que la cruenta y larga guerra civil, los extraordinarios problemas de la sociedad libanesa y sus posibilidades de futuro. La COVID-19 está revelando, a un costo inimaginable para nuestra sociedad, las actitudes y el comportamiento, las graves carencias del grueso de la clase política panameña y el porvenir que nos espera a todos.

Panamá y Líbano tienen grandes diferencias. Hay en Líbano un Gobierno controlado por tres entidades religiosas polarizadas, cristianos y musulmanes chiitas y suníes, bajo la sombra terrible de Hezbollah y de sus temibles vecinos, Siria e Israel. Están en un país de seis millones de almas con millón y medio de refugiados sirios, con milicias armadas activas. Con un elevado índice de desarrollo humano, una población mejor educada y una economía esencialmente de servicios, entre los cuales los financieros, Líbano padece de extremas desigualdades sociales como Panamá. Una deuda externa abrumadora presagia lo que nos puede pasar si continuamos por el mismo camino de financiar un Gobierno que prefiere alimentar una abultada burocracia en parte inepta y entorpecedora que apoyar a su población más necesitada, la educación de calidad, la salud pública y el sector emprendedor.

Durante décadas partidos impregnados de religión, controlados por políticos extremadamente corruptos, han dominado en Líbano. La población ha soportado con estoicismo admirable sus fechorías y su falta de solidaridad y fraternidad. No obstante, la juventud libanesa comienza a manifestarse con arrojo y rabia, con violencia en las calles, en contra de las instituciones políticas fundamentales que estima responsables principales de su situación, la Asamblea de Representantes y los ministerios del Ejecutivo.

Los libaneses ven la salvación también en la ayuda extranjera y se adelantan conversaciones internacionales entre las potencias para contribuir a la reconstrucción de Beirut y la estabilidad de un país clave en una región muy convulsionada. Apenas consumada la inmensa explosión la población otorga a los políticos la principal responsabilidad de la tragedia por la incapacidad del Gobierno corrupto y su administración pública clientelista, incompetente, con una justicia que promueve la impunidad para los poderosos. Los libaneses exasperados dicen claramente que toda iniciativa positiva proviene del sector privado y el Gobierno, alérgico a la transparencia, no hace más que entorpecerla. ¿Panamá y Líbano se parecen en algo?

Lo que está sucediendo en Líbano debe llamarnos a todas las sociedades que tenemos algunas de sus características más sombrías a vernos en ese espejo y prepararnos para evitar tragedias semejantes. Solo con una depuración rápida de nuestra clase política mediante un urgente pacto nacional y con la participación más activa de los ciudadanos sin tacha, podremos prepararnos para enfrentar un futuro que parece hoy, a la inmensa mayoría de los panameños, como extraordinariamente negativo. Esperemos que los que están en las cimas del poder, embriagados por su frívola sensación de omnipotencia y que se niegan a ver la cruda realidad, no continúen a precipitarnos a un abismo que nos suprima todo porvenir. El hombre al borde del precipicio generalmente supera la dura prueba, cambia radicalmente y se salva. Es la historia de la humanidad. ¿Lo haremos esta vez?

Doctor en Letras y Ciencias Humanas, geógrafo, historiador y diplomático.
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