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- 30/11/2020 00:00
La expiación de culpas como política sanitaria
En otras épocas menos iluminadas, las epidemias y sus muertes asociadas solían ser atribuidas a las fallas morales de la sociedad. Es decir, al pecado. Por supuesto, nosotros en pleno Siglo XXI, con nuestros Estados y culturas modernas, basadas en la ciencia y la evidencia, no caemos en tan burdo moralismo puritano, ¿cierto? Nosotros sabemos que se trata de un virus y que su propagación y consecuencias no tienen nada que ver con la fibra moral de la gente. O eso quisiéramos creer, pero si mira usted con atención, verá que en realidad no somos menos supersticiosos ahora que las generaciones de otras epidemias como las relatadas, por ejemplo, en el Antiguo Testamento.
¿Qué en Panamá tenemos una alta tasa de muertes por COVID-19? Ello se debe a que el panameño es indisciplinado, desordenado, inculto. Variantes de la misma narrativa han sido repetidas en otros países latinoamericanos, e incluso en países europeos con alta mortalidad por COVID-19, y en los Estados Unidos de América.
El psiquiatra español Pablo Malo, hace unos días desarrolló en su cuenta de Twitter (@pitiklinov), en una serie de mensajes concatenados (un hilo), la idea de que esto es un patrón común en la psique humana. El fenómeno tiene un nombre, y es la falacia del mundo justo. La falacia del mundo justo, explica el Dr. Malo, consiste en la creencia de que la gente tiene lo que merece y se merece lo que le ocurre. Las cosas buenas le pasan a la gente buena, y las cosas malas le pasan a la gente mala. Este fenómeno de atribución de culpas es bien conocido en el contexto de los delitos sexuales, especialmente cuando la víctima es una mujer. La víctima de delitos sexuales tiene que lidiar muchas veces no solo con el trauma de su experiencia, sino con el constante juicio moral(ista) de quienes, de modo consciente o inconsciente, atribuyen a la propia víctima la responsabilidad de lo que le ocurrió. También es muy conocido en el contexto del cáncer y SIDA, entre otros.
En el contexto de la COVID-19, se observa también para atribuir culpas colectivas, como ocurría en otras épocas con pandemias y desastres naturales. En la tradición judeocristiana, el Antiguo Testamento es rico en relatos de “castigos divinos” consistentes en plagas o desastres naturales, donde prima la narrativa de la culpa colectiva. ¿Y en 2020? Pues mire, cuando usted refiere los casos de Panamá, Perú o Argentina para señalar lo ineficaces que han sido los confinamientos, fíjese si alguien le responde “pues no habrán sido tan severos sus confinamientos, cuando han tenido tantos muertos”. Argumento circular, pero además uno lleva está implícita la creencia falaz del mundo justo.
Mensajes del tipo “el virus lo paras tú”, transmiten la idea de que la propagación del virus ocurre solo si las personas desatienden las recomendaciones sanitarias (distanciamiento, mascarilla, lavado de manos, etc.). Luego, cuando una persona se contagia, la persona recuerda ese mensaje y siente culpabilidad, pues inmediatamente piensa “en algún momento me habré descuidado”. Viene entonces el sentimiento de culpa. Si presta uno atención, puede ver en redes sociales personas haciendo autoflagelación: cuando anuncian a sus seguidores que se han contagiado, lo hacen guardando el cuidado de expresar algo en la línea de “seguramente fue en algún momento en que bajé la guardia”. Igual que cuando en la misa dicen “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”.
Naturalmente, si el pecado es lo que causa la epidemia, la solución es combatir el pecado. ¿Le suena propio de la Edad Media? Mire a su alrededor. En Panamá se mantuvo por meses una ley seca en todo el país. Algunos hasta claman por restablecerla. Hasta hace poco estaba prohibido ir a playas. La diversión, para todo puritano, es señal evidente de una vida de perdición. Prohibir todo lo que sea divertido, y/o estigmatizar a la gente que quiere vivir su vida, tiene todo el sentido del mundo desde un paradigma que ve el pecado como causante de los males que aquejan a una población. Los que tratan de recuperar su vida social, participando en reuniones sociales con amigos y familiares, son rápidamente tildados de irresponsables por el actual paradigma puritano disfrazado de salud pública. Los neopuritanos hasta se han inventado el término “covidiota”, con el que señalizan su virtud apuntando su dedo acusador hacia su prójimo pecador.
En el año 2020 nos creemos muy sofisticados, pero la naturaleza humana sigue siendo la misma. Hasta nuestras supersticiones siguen esencialmente los mismos patrones que las de otras épocas mientras que, ingenuamente, las damos por superadas.