• 11/01/2021 00:00

La bioética fue asesinada en nombre de la ciencia

“El que unos médicos se pretendan arrogar la potestad de cercenar la libertad de criterio de otro médico, porque este se aparte del criterio predominante, necesariamente implica querer cercenar la libertad de toda persona para elegir a su profesional sanitario”

En la pandemia de COVID-19, se han abandonado los más fundamentales principios de bioética, y de hecho, gran parte de lo que estamos viendo desde que inició, va directamente en conta de tales principios.

“No emplearé mi conocimiento médico para violar derechos humanos y libertades civiles, aun bajo amenaza” -Declaración de Ginebra, de la Asociación Médica Mundial (AMM). Contrástelo con la “exigencia” de médicos individuales y de gremios médicos, para encerrar a la población y para clausurar “negocios no esenciales”. Vaya y dígale a cualquier persona que aquella actividad lícita con la que alimenta a su familia es no esencial. Vaya y dígales a las personas que han perdido sus fuentes de ingresos como resultado de órdenes de cerrar sus operaciones durante meses, que ellas son “no esenciales”. ¡Cuánta arrogancia se requiere para creerse con autoridad para decidir quiénes son esenciales y quiénes no!

“Todo paciente tiene derecho a ser atendido por un médico que él sepa que tiene libertad para dar una opinión clínica y ética, sin ninguna interferencia exterior”, y “El paciente tiene derecho a elegir o cambiar libremente su médico […] sin considerar si forman parte del sector público o privado”. -Declaración de Lisboa, de la Asociación Médica Mundial. Contrástelo con la pretensión de algunos médicos prominentes, muy mediáticos, de que el Minsa tome acción disciplinaria contra otros médicos que tienen juicio clínico diferente al de aquellos. Es la pretensión de que las personas solo puedan seguir el protocolo que ellos, los dueños absolutos de la verdad, consideran válido. No se contentan con expresar su opinión en público, cosa a la que tienen derecho y debe ser bienvenida, sino que con reiteración insinúan que los medios que les dan cabida a otros médicos que disienten de aquellos -los guardianes del dogma de la fe de la Medicina Basada en la Evidencia representada en los sagrados textos de las guías clínicas- cometen una irresponsabilidad por darle cabida a esas opiniones heréticas. Además, se expresan reiteradamente de esos colegas que piensan distinto, con insultos y calificativos derogatorios que a muchos, que sin ser médicos observamos desde la barrera, nos parece una conducta poco ética y carente de la mínima cortesía profesional. Las personas tienen derecho a elegir a su profesional médico. Si Juan prefiere atenderse con un médico que avala remedios caseros, esa es una decisión de Juan. El que unos médicos se pretendan arrogar la potestad de cercenar la libertad de criterio de otro médico, porque este se aparte del criterio predominante, necesariamente implica querer cercenar la libertad de toda persona para elegir a su profesional sanitario. Es anticientífico, además, por más que quienes buscan suprimir las opiniones y criterios disidentes se arropen con el manto de la ciencia. Cualquier persona que haya leído sobre historia de la ciencia, y en particular historia de la medicina, y siga sin entender que el paradigma dominante (para emplear el término acuñado por Thomas Kuhn, en “La Estructura de las revoluciones científicas”) no siempre resulta a la postre ser el correcto, no ha entendido nada sobre cómo opera la ciencia.

“El paciente tiene derecho a la autodeterminación y a tomar decisiones libremente en relación a su persona”. Declaración de Lisboa, ya citada, y “toda intervención médica preventiva, diagnóstica y terapéutica solo habrá de llevarse a cabo previo consentimiento libre e informado de la persona interesada, basado en la información adecuada. Cuando proceda, el consentimiento debería ser expreso y la persona interesada podrá en todo momento y por cualquier motivo, sin que esto entrañe para ella desventaja o perjuicio alguno”, Declaración Universal Sobre Bioética y Derechos Humanos, de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Contraste esto con la orden del coronel Sucre, de someter a hisopados obligatorios a la población, de modo aleatorio. Esto, ante el silencio atronador de los mismos médicos y sociedades médicas que se han rasgado las vestiduras porque algún otro médico cometa la herejía de recetar ajo, cebolla o jengibre. Intervenciones forzosas contra individuos y contra la población, en el nombre de la salud.

El derecho de autonomía, como derecho humano de la persona, implica que la persona humana es fin en sí misma, no instrumento. Todo esto ha quedado en letra muerta con la pandemia, como resultado de la fatal arrogancia de quienes creen que tener un conocimiento especializado les da autoridad moral para decidir sobre las vidas de los ciudadanos, y de privarles de sus derechos. El que estos atropellos sean cometidos en nombre de “la ciencia”, no los hace menos abusivos.

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