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- 07/06/2021 00:00
Lecciones de mi abuela sobre el parasitismo oligárquico
Cada vez que escucho hablar a connotados empresarios panameños acerca de sus esfuerzos y talento que dieron lugar a las fortunas que hoy amasan, me acuerdo de mi inolvidable abuela, quien, por vivir en la Presidencia en los inicios de la República, conocía de primera mano las fuentes oscuras y corruptas de las fortunas obtenidas por las familias de los “próceres” y otros allegados a ellos. Recuerdo cuando mencionaba nombre por nombre lo que habían hecho, a costa de los bienes y tesoros de “su república”, (no la nuestra), nos decía. Cuando se repartieron las tierras de las ciudades terminales y cabeceras de provincias, a los “Fulanos tal por cual” les tocaron las peores tierras de la ciudad; que ahora son de alto valor donde se han construido las barriadas exclusivas de las últimas tres décadas. En ese momento de rapiña, estos tenían el menor poder dentro del clan oligárquico originario. Pero sus nietos actualmente disfrutan del gran negocio inmobiliario que heredaron de sus abuelos, gracias a que les tocó lo que en el presente pasaron a ser tierras de demanda elitista, o sea, de alto precio.
Hoy, a tales “próceres” les conocemos sus cuestionados legados, que, por cierto, opacan a los que, sin tantas fortunas heredadas, han hecho aportes más relevantes a la construcción de nuestra sociedad. Los Porras, los Morales, los Mendoza, los Duncan… fueron la cara opuesta de esa oligarquía, por lo demás, conservadora.
Así, podemos hablar del modelo oligárquico, no solo porque se trata de clanes de familias más o menos cerradas que han controlado los principales resortes del poder económico y político del país -con excepción del período del régimen cívico militar Torrijista, donde perdieron el poder político-, sino que esta oligarquía tiene un rasgo que les resplandece, a saber: la acumulación de sus fortunas, parasitando de las arcas públicas (he aquí su “talento” y “esfuerzo”).
El fenómeno no es exclusivo de la zona de tránsito. En Chiriquí, se conoce de la existencia de un par de médicos que no solo intervenían quirúrgicamente en el plano privado, sino que la clínica especializada que este dúo estableció obtenía gratuitamente los medicamentos de parte del Estado. Esto, por ser ellos de los llamados “médicos oficiales” contratados para que brindaran servicio a “pobres” dos horitas, tres veces a la semana en el deprimente hospital de caridad de la provincia (Ecos del Valle, 14/04/1920). Uno de estos médicos, era dueño de la pequeña farmacia que antecedió al emporio que hoy participa de los abusos a la Caja de Seguro Social con la venta de productos farmacéuticos. No hay que hacer mucho esfuerzo mental para reconocer en las aportaciones gratuitas del erario las condiciones propicias para que estos “prohombres de la medicina” atesoraran la fortuna que gozan sus hijos y nietos. Que, además, no han perdido el hábito parasitario respecto del Estado.
Diez años antes de la narración de este suceso, uno de los diarios del liberalismo social de la época denunciaba la ampliación del gasto público municipal orientado hacia la elevación de la “subvención de una o varias boticas de turno” (El Mosquito, 22/12/1910). Una manera sutil -junto al acaparamiento de tierras del Estado- de alimentar la acumulación originaria de oligarquías regionales, para esas temporadas tempranas de la vida republicana.
El hecho contradictorio, a estas aportaciones desde el Estado, sea que fuesen otorgadas desde el nivel central, sea que se otorgasen desde el poder local, lo representaba la realidad de abandono de los establecimientos públicos de atención de salud. Por ejemplo, se hizo denuncia, por muchos años, de las condiciones de precariedad con las que contaba el llamado “Hospital de caridad de David”, el cual: “No tiene letrina (…) permanece cerrada la casa, impidiendo la libre circulación del aire (…) Ubicado a una cuadra del matadero (…)” (Op cit, 4/05/1911).
Cualitativamente, es la misma realidad que se viene fomentando desde mediados de los años 1980 -luego de la muerte del general Torrijos-, cuando los grupos oligárquicos comenzaron a retomar el poder político perdido, incurriendo en las estrategias y políticas de sistemático abandono de los servicios públicos para justificar los mecanismos privatizadores de estos o bien, de inaprensibles subvenciones a sus negocios privados engrosados por el parasitismo en el Estado. A fin de cuentas, la historia nos ha confirmado las aseveraciones de mi abuela sobre las fortunas acumuladas de los clanes oligárquicos.