- 12/08/2021 00:00
La crisis no es del Darién
Cuando una persona está dispuesta a sacrificar su vida para huir de un lugar -de una realidad-, no hay la menor duda de que su situación es desesperante. Cuando se está obligado a compartir ese riesgo con su propia familia, incluidos menores que ni siquiera comprenden lo que están viviendo, está todo muy claro, lo que padece es inhumano.
Esas realidades son identificables, porque son más de 40 las nacionalidades de quienes intentan cruzar el Darién, en ruta hacia Estados Unidos o Canadá.
Aquellas tragedias personales y colectivas, después de sortear cientos de problemas, llegan a la selva que comparten Panamá y Colombia, en su frontera. El llamado “Tapón del Darién”.
De ese tapón se dice que es uno de los lugares más biodiversos de la Tierra, su riqueza natural es inapreciable y, en mucho, debido a que se ha conservado como un santuario impenetrado, por miles de años.
El mote de tapón a la selva darienita le viene porque sirve de barrera natural al continente americano. En época de la Nueva Granada o de la Gran Colombia, cuando los principales asuntos políticos y económicos panameños se decidían en Bogotá, había que llegar por mar -no habiendo transporte aéreo-, pero nunca por el Darién. El Batallón Tiradores, que -en 1903- envió Colombia para conjurar la separación del Istmo de Panamá, llegó a Colón embarcado en el vapor Cartagena.
Dos realidades importantes han devenido con los años. Aproximadamente, los últimos 40 años. El tapón se ha ido llenando de una red de trochas y trechos, caminos irregulares e ilegales, porque las autoridades panameñas ni colombianas tienen real control sobre ellas. Por otro lado, esos senderos sin autoridad ni ley han quedo bajo el dominio de todo lo peor de la estirpe humana.
El que existan estas formas de atravesar la frontera colombo-panameña y que haya toda clase de delincuentes aprovechándose de la miseria humana, solo reafirma que la selva sigue siendo una trampa de muerte. En 2016, el periodista Jason Motlagh, que trató de atravesarla, la catalogó como “el pedazo de selva más peligroso del planeta”.
Más recientemente, en marzo de 2021, la periodista especializada en temas de migración, Paola Ramos, realizó una cobertura impresionante en el Darién, para VICE News. Entrando por Colombia, se adentró como si fuera una migrante más en la selva. En ese reportaje describe, entre otras cosas, que no encontró una sola persona que no denunciara algún tipo de ataque, desde robos hasta asaltos sexuales. No son pocos los que pierden la vida y quedan tragados por la selva. También, en una entrevista con la periodista Christiane Amanpour de CNN, Paola denunció que muchas partes de la frontera son controladas por clanes del narcotráfico.
Adicionalmente, hace poco más de un mes, en una conversación con Radio Panamá y La Estrella de Panamá, el presidente colombiano, Iván Duque, nos dijo a Edwin Cabrera y a mí, que Colombia observaba un grave problema de trata de personas en la frontera. Si tomamos en cuenta que hay presencia de migrantes africanos, asiáticos y hasta del Medio Oriente, las implicaciones extracontinentales de este tema se agravan.
Ante una problemática tan compleja y diversa, hay que señalar que la información transparente se torna obligatoria. No caben excusas de seguridad nacional, mal entendida, toda la data que tengan las autoridades nacionales, de otros países e incluso, de organismos internacionales, como Acnur, OIM, Unicef y otras, debe ser hecha de conocimiento público, para dimensionar adecuadamente la magnitud del problema, para concitar los mejores apoyos y para comprender que solo con la participación de todas las sociedades y Gobiernos envueltos en esta realidad se podrá enfrentar de la mejor manera.
A Panamá, que su geografía le ha regalado tantos bienes, ahora, le impone un desafío muy grande, que tiene muy poco que ver con ella. Es por eso que, con la información real, la que se tenga y la que se deba obtener, podrán definirse responsabilidades y exigir a cada país cumplir con su parte.