• 20/10/2021 00:00

Decodificando valores: privacidad

“Para llegar a un balance sano y positivo de esta creciente falta de privacidad, debemos comenzar con ajustar los límites legales de las redes sociales, así como la censura hizo con la TV”

La mayoría de nosotros nos encontramos en conflicto eterno entre mantener nuestra privacidad, nuestro espacio propio, al cual extraños y a veces conocidos no tienen acceso, y entre la necesidad de ser sociales, compartir, ser queridos y apreciados. La privacidad nos otorga seguridad y comodidad, nos relaja, tranquiliza y nos permite reflexionar sobre nuestras vidas, nuestros éxitos y errores, sin el “ruido” de los alrededores. Por otro lado, como seres sociales, anhelamos atención y estima. La pregunta es: ¿cómo podemos mantener un sano balance entre nuestra privacidad y nuestra sociabilidad en un mundo cada vez más virtual, conectado y compartido? Para analizar este dilema, nos dividiremos en dos, los “famosos” y los “menos famosos”.

Para los famosos el internet y las redes sociales, siguiendo la tradición del cine y la televisión, han sido una bendición. Para muchos inclusive una adicción, convirtiendo sus vidas públicas en “super mega públicas”. Esto quiere decir que casi instantáneamente millones de “fans” se exponen a sus ideas y peculiaridades que antes tomaban días o semanas en ser conocidos por un público muy limitado. Además, el internet ha traído la posibilidad de que ese mismo público pueda opinar y expresarse, casi sin censura, exaltando o denigrando a estas celebridades con admiración o repudio. Estas expresiones pueden convertirse, como una bola de nieve, en escándalos y hasta acciones desproporcionadas, las cuales los afectan de forma negativa, como amenazas, burla, ataques a su persona y hasta a su familia, solo por el hecho de ser una figura pública y hacer su trabajo, ya sea mejor o peor. Ellos han escogido una profesión que les da satisfacción, algunos hasta son buenos, y la pregunta es si su “piel” es suficientemente gruesa como para ignorar todo lo negativo y también filtrar lo positivo que puede, en desmedida, afectarlos de forma negativa. De igual forma, el rápido, accesible y extensivo acceso al video crea en el público una falsa conexión con estas personalidades, quienes creen son sus amigos o enemigos y una falsa sensación de que pueden comunicarse y accederlos de forma libre y sin limitaciones. En la mayoría de los casos, esto se limita a la solicitud de un “selfi” (el moderno “autógrafo”), pero en otros casos pueden llegar a la violencia y obligar a estas personas a moverse con guardaespaldas, limitando su libertad.

¿Y qué pasa con aquellos pocos talentosos que simplemente no pueden lidiar con esta sobrexposición? Simplemente quedan fuera del juego.

Para los menos famosos las redes pueden atraparlos como en la de una araña. Por un lado, podemos compartir de forma efectiva nuestra vida con nuestros amigos, pero también esta intimidad puede ser “distribuida” de forma descontrolada, derivando en una clara violación a la privacidad. Igualmente puede una persona compartir su vida en un momento dado y luego arrepentirse. Están también aquellos quienes pasan de menos famosos a famosos sin intención, solo por el hecho de haber actuado de cierta forma o encontrarse en una situación extraordinaria.

En mi opinión, no hemos llegado a los límites, positivos como negativos, de una sociedad filmada y compartida. ¿Será posible usar esta polémica tecnología para disminuir el crimen, para difundir mejores valores, para educar? ¿O quizás tan solo vivamos el comienzo de una sociedad como en la novela “1984”, paranoica y extremadamente sensible? ¿Será posible que se acerque el día el cual no exista la privacidad y les demos las llaves de nuestras vidas, quizás voluntariamente, a un pequeño grupo de elitistas tecnológicos?

Para llegar a un balance sano y positivo de esta creciente falta de privacidad, debemos comenzar con ajustar los límites legales de las redes sociales, así como la censura hizo con la TV. Además, necesitamos una firme base educativa en la que se enseña a jóvenes a qué compartir y qué no, qué debe ser privado y qué puede hacerse público, todo bajo un paraguas de sentido común viendo todo bajo un contexto. Es posible crear una sociedad justa y balanceada, pero para esto son necesarias coordinación y liderazgo. Es posible ya hoy en día se necesite de un Ministerio Cyber, que, además de luchar contra el crimen en la red, cree una base para educar a cada ciudadano sobre sus derechos y deberes en un mundo crecientemente virtual. Solo de esta forma los famosos y los menos famosos podrán encontrar el balance apropiado entre una vida privada y una pública.

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