• 21/11/2021 00:00

55 grados Celsius

“[...] tenemos que actuar y solo reemplazando los actuales combustibles con energía renovable, podemos reducir las emisiones hasta donde tenemos una oportunidad. Es nuestra única oportunidad de sobrevivir”

La pandemia de la COVID-19 nos dio una clara idea de lo que es una crisis a escala global. La vida normal, esa de comprar comida, celebrar cumpleaños y bodas, salir y ver amigos, o simplemente ir a trabajar, cambió drásticamente. El mundo se siente diferente, con todas las suposiciones sobre seguridad y salud cambiadas.

Esta zozobra, que ha sido causada por un virus, también es un presagio del calentamiento global. Debido a que los humanos hemos alterado fundamentalmente el funcionamiento físico del planeta, este siglo será de crisis tras crisis, muchas de ellas más peligrosas que la que estamos viviendo actualmente. La clave es si seremos capaces de sobrevivir el aumento de la temperatura hasta un punto en el que podamos, con grandes gastos y sufrimiento, afrontar esas crisis de forma coherente, o si nos daremos por vencidos y enfrentamos el fin de nuestra civilización.

La temperatura del planeta ha aumentado un grado Celsius por encima de su nivel antes de la Revolución Industrial. Un aumento de un grado no parece un cambio extraordinario, pero lo es: cada segundo, el carbono y el metano que emitimos atrapan el calor equivalente a la explosión de tres bombas del tamaño de Hiroshima. Todos los años arrojamos alrededor de 35 000 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera. En este momento, los océanos y los bosques absorben un poco más de la mitad de eso, pero todavía unos 18 000 millones de toneladas anuales van a parar a la atmósfera.

Un aumento de un grado es inquietante, porque, en casi todos los casos, excede lo que los científicos hubieran predicho hace treinta años. En Groenlandia, las tasas de deshielo ya están al nivel que se pronosticó para 2070. Los incendios en los bosques ya han destruido una quinta parte de su territorio. Algunas áreas urbanas en Asia y el Medio Oriente ya reciben temperaturas acercándose a los 55 grados Celsius. El blanqueamiento de los corales a lo largo de la Gran Barrera de Coral, la estructura viviente más grande del planeta, supera el 80 %. Y si nos mantenemos en esta trayectoria, podríamos ver dos grados tan pronto como a principios de la década de 2030, tres grados a mediados de siglo y cuatro grados para el 2070. Y si no tenemos suerte, deteniendo el deshielo del Ártico o los incendios de las selvas tropicales, entonces podríamos estar en cinco o incluso seis grados para fines de siglo.

Con dos grados de aumento de temperatura, el Ártico estaría libre de hielo en verano y se alteraría drásticamente los sistemas climáticos en América del Norte y Europa. También se iniciaría la pérdida de la capa de hielo de la Antártida occidental, aumentaría el nivel del mar y se desplazarían más de 80 millones de personas en ciudades y pueblos vulnerables a lo largo de la costa este de los Estados Unidos.

Un aumento de tres grados nos llevaría a un nivel de calor global que ningún ser humano ha experimentado jamás. Veríamos el colapso total de la capa de hielo de la Antártida Occidental y los niveles del mar más altos significarían que se podrían esperar marejadas ciclónicas.

Con cuatro grados, los seres humanos como especie no se enfrentarían a la extinción, al menos todavía no. Pero la civilización industrial avanzada, con sus niveles en constante aumento de consumo de materiales, uso de energía y niveles de vida, el sistema que llamamos modernidad, se tambalearía. En lugares como Texas, Oklahoma y Arkansas, las temperaturas máximas de cada año serían arriba de los 45 grados C, casi como las de un desierto, y tres cuartas partes de la población del mundo estarían expuestas a un calor mortal más de 20 días al año. En Panamá, el número sería de cincuenta días; en Yakarta, 365. Un cinturón de inhabilidad atravesaría el Medio Oriente, la mayor parte de India, Pakistán, Bangladesh y el este de China; los desiertos en expansión consumirán países enteros desde Irak hasta Botswana.

¿Qué pasaría con un aumento de cinco o seis grados? Simplemente, los seres vivos realmente envidiarán a los muertos. Sería un mundo donde la gente se amontonaría en la Patagonia o quizás en la Isla Sur de Nueva Zelanda, un mundo donde los monzones masivos arrastrarían el suelo hasta las rocas, donde los océanos se volverían anóxicos o completamente privados de oxígeno. Olvídese de los asteroides. Con seis grados nos acercamos al tipo de daño asociado con un cataclismo biológico donde el 90 % de las especies desaparecería.

En este momento, nuestros automóviles y fábricas están aumentando la concentración de CO2 del planeta aproximadamente diez veces más rápido que los volcanes gigantes de Siberia que provocaron un desastre similar hace millones de años. Con la crisis climática, volver a la normalidad no es un objetivo factible; nadie va a producir una vacuna. Con lo cual, tenemos que actuar y solo reemplazando los actuales combustibles con energía renovable, podemos reducir las emisiones hasta donde tenemos una oportunidad. Es nuestra única oportunidad de sobrevivir.

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