• 22/07/2022 00:00

Panamá: Maltrecho por la creciente corrupción

Es muy difícil determinar quiénes son los responsables de la actual situación que experimenta el país

El descaro y la sinvergüenzura no tienen límites en este paisito del sancocho y la zancadilla. El imperio de la creciente corrupción, si bien no es nueva ni mucho menos, hoy  muestra sus fauces por todas partes; o de tanto disimularlas las sugiere de manera más evidente, válgase la aparente paradoja.

Sería muy difícil determinar en el maltrecho Panamá de julio de 2022 quiénes son los responsables de peor calaña por su indisimulada disposición y su voraz capacidad de corromper o dejarse corromper (caras de la misma moneda): Políticos del gobierno y otros tantos de la oposición que venderían a su madre por llegar al poder; buena parte de los actuales diputados que siendo también la peor ralea de políticos, han adquirido todas la malas mañas clientelistas de auténticos delincuentes protegidos por ley; y aquí añado a la recua de sistemáticos abogados especializados en defender a ultranza los casos en que impera a  todas luces la más recalcitrante culpabilidad porque todos lo indicios están a la vista. Y no me salgan con el cuento de que todo el mundo es inocente hasta que se le pruebe culpable, porque todos sabemos que hay casos en que es al revés; esa máxima simplemente no funciona cuando los imputados se las ingenian para impedir que la justicia fluya.

El tristemente célebre caso Odebrecht, uno de los más siniestros y nefastos del mundo contemporáneo, es el más claro ejemplo de lo anterior; sobre todo cuando, contrario a lo ocurrido en otros países, en Panamá se pospone la audiencia, que tanto tardó en llegar, por la simple y ridícula razón de que los abogados de la defensa no asistieron a la audiencia (unos, según parece, sin excusa alguna; otros, porque pudieron hacerse de los usuales certificados de mala salud). La estúpida multa de $100 es el único castigo por tan socorrida excusa que solo busca ganar tiempo para que las acusaciones expiren.

¡Hay 50 personas imputadas; otro montón confesas mediante acuerdos de delación, y resulta que la jueza encargada del caso so pretexto de interpretar al pie de la letra las malditas leyes hechas a la medida de los más corruptos —leyes que rigen nuestro maltrecho sistema judicial— ha decepcionado a los ciudadanos de este país cediendo ante esa otra conocida forma de chantaje que es interpretar las “salvedades” (léase literalmente “salvavidas”) de la ley con patológico temor, en vez de hacerlo con prístina decisión justiciera. Porque ocurre que al posponer la audiencia hasta septiembre no solo le ha echado un balde de agua helada a la ciudadanía expectante que al fin iba a tener sintonía directa con el juicio en tiempo real, sino que, paradójicamente, al mismo tiempo le ha echado más leña al fuego de la repulsa y hartazgo de la gente, y por tanto a la rabia que la tiene protestando en las calles como nunca antes desde tiempos de la Cruzada Civilista.

Sin duda, al común de la gente no le es fácil detectar los sobornos millonarios, ya sea para sacarle provecho a un contrato millonario pactado tras bambalinas con alguna empresa favorecida por el mal gobierno, o simplemente para sobornar a determinado funcionario buscando alguna prebenda. Tampoco suelen estar a la vista los numerosos casos de lavado de dinero si uno no es empresario, ni mucho menos banquero. Pero todos sabemos que nos están robando, engañando, manipulando con desfachatada impunidad, a todos los niveles, todos los días, sin  que pase absolutamente nada.

Por otra parte, cuando la parentela de altos funcionarios y de no pocos diputados son nombrados sin mérito alguno sangrando aun más el erario público; cuando a una universidad estatal de segundo clase (iba a poner de tercera, pero se me acalambraron los dedos) se le regala dinero que hace falta para llenar los huecos de otros aspectos fallidos de la educación nacional; cuando sin empacho se favorece mediante contratos millonarios, dizque para estimular el turismo, a empresarios que fueron donantes de campaña del gobierno; mientras que en el país hay gente que no come más que una vez al día, sin duda se trata de actos deleznables que debemos repudiar. Y todo esto a ciencia y paciencia del presidente. Y para colmo de males, sin que la Contraloría —ciega, sorda, muda y manca— diga ni pío. He llegado a pensar que en las oficinas refrigeradas de ambas instancias solo hay robots fácilmente manipulables o espectros sacados de una mala novela gótica.

Súmenle a todo esto el desmedido precio de gasolina, medicinas y comida, los cientos de veces que nos mienten; y un larguísimo etcétera que se resume de una forma u otra en la palabra corrupción, y entendemos que la gente esté en la calle y a ratos se ponga violenta: tanto los que las cierran para presionar al gobierno, como los afectados por tales medidas de fuerza.

O el gobierno da un giro de timón y, haciéndolo declara públicamente un mea culpa y empieza a enderezar sus múltiples entuertos, o más temprano que tarde habrá que aplicar el célebre adagio: “¡Aquí fue Troya!”

Cuentista, poeta, ensayista, promotor cultural
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