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- 28/11/2022 00:00
Fiestas patrias y dignidad
Al finalizar el Mes de la Patria, me preocupan los recuerdos que quedarán en la psique de esta generación que estamos formando. El publicitado recibimiento que se le brindó a la nueva embajadora de los Estados Unidos en Panamá, a diferencia de embajadores de otros países, muestra la distancia entre las generaciones en materia de protocolo diplomático, pero ante todo, de dignidad histórica. Comparto unas anécdotas de un tiempo pasado que difícilmente volverá a ser.
Un día como hoy, hace 48 años, el 28 de noviembre de 1974, cerca de la medianoche regresaba medio dormido de La Chorrera, después de haber desfilado como miembro de la banda estudiantil de mi colegio, en los desfiles de celebración de la gesta independentista de 1821. La edad promedio de la delegación oscilaba entre los 13 y 19 años y repartidos en dos buses contratados para transportarnos a esa actividad. Los conductores de los “buses de salsa”, como se les conocía en ese entonces, y con actitud de incipientes “diablos Rojos”, iniciaron una regata en la subida oeste del puente de las Américas. En cuestión de segundos, fuimos perseguidos por patrullas de la policía de la Zona del Canal.
Las sirenas y la algarabía despertaron a todos. Alcanzados, un autopatrulla se colocó adelante y el otro atrás de los autobuses y en el ínterin llegaron más policías zoneítas. Se acercaron a hablar con los conductores. La falta de comunicarse invitó a que dos de los estudiantes que hablaban inglés se sumaran al intercambio. Las arengas de mis compañeros y compañeras desde los “buses de salsa”, hacían más tensa la situación.
Nunca supe por qué, pero los que se habían sumado para resolver los problemas de entendimiento entre buseros y policías, terminaron discutiendo el uno con el otro y casi se van a los golpes. Los policías ni cortos ni perezosos, violentamente procedieron a derribarlos al piso y a esposarlos. Colocaron a mis compañeros en uno de sus autos. Ordenaron la detención de los buses. Un policía “zonian” acompañó a cada conductor para que no intentaran escapar. Fuimos escoltados a lo que hoy es sede de la PTJ.
Desde que comenzó la caravana –a mitad del puente de la Américas– comenzó un canto entre los estudiantes que fue cobrando fuerza: “Iremos de frente al clamor de la Patria que Estados Unidos nos firme el Tratado [...] Colonia Americana… ¡No! Es nuestro el Canal, no somos ni seremos de ninguna otra Nación”. Y así seguimos. Cantamos, tocamos los tambores y los clarines hasta lle gar al sitio mencionado. Los esposados y los buseros fueron trasladados al cuartel de la policía “zonian” en Balboa, acompañados por el único profesor que se había quedado con los estudiantes. A las tres de la madrugada los soltaron. Los buseros citados para otro día y mis compañeros abrazados como camaradas de guerra. Por lo que Omar Torrijos llamó la quinta frontera, esa noche nunca hubo representación ni protección de nuestras autoridades.
Ese tiempo, 1974, formó una generación de panameños de la cual soy parte. Hoy, la mayoría llevamos a cabo actividades disímiles en la lucha por la supervivencia, pero definidos por códigos culturales e intelectuales, con un sentido de patriotismo, determinado por la agitación de la época y ante todo por las razones históricas. Tres años después de ese acontecimiento se firmaron los Tratados Torrijos-Carter, el 7 de septiembre de 1977, que inició el desmantelamiento de esa estructura político, cultural y social, que esa noche rechazamos con el canto patriótico y la bulla de los tambores y clarines.
Mucho tiempo y mucha historia se ha escrito desde ese acontecimiento particular. Hoy nos debatimos entre la falta de ideales, una cultura social cuestionable (a todos los niveles), el pandillerismo, la delincuencia organizada y el narcotráfico. El sistema judicial no es confiable, no hay “certeza del castigo”. A la clase política nadie la respeta, no se fundamentan en ideologías, sino en el clientelismo. El llamado crecimiento y desarrollo no llega a todos.
Al finalizar este Mes de la Patria, no puedo dejar de cotejar los tiempos, las amenazas y las respuestas. La juventud de hoy, debe ser testigo de nuestras propias luchas contra la corrupción. Debemos involucrarlos decididamente sin injerencias externas y con dignidad patriótica para resolver los desafíos que enfrentamos, para un mejor futuro y para ser recordados con respeto y admiración.