• 24/03/2014 01:00

Adolfo Suárez, el jugador valiente

Adolfo Suárez era una de esas excepciones que combina la mezcla de los mejores valores del ser humano en su dosis más perfecta:...

De añadido, el indiscutible atractivo de su planta y una simpatía que imantaba. Nadie apostaba por él, y su designación como primer presidente de un gobierno bajo el incipiente reinado de Juan Carlos I causó estupor en todos los frentes de un país en peligro de resucitar sus rencores tras la muerte del dictador Franco, uno de los personajes más siniestros de la historia política contemporánea, que gobernó España de espaldas al mundo, con odio y mediocridad, durante 40 años. Fue Suárez quién recibió su herencia para convertir el país, contra todo pronóstico y con la velocidad de su audacia, en un Estado de derecho y democracia ejemplar, digna de entrar, pocos años más tarde y por la puerta grande, al selecto club de la Unión Europea.

En menos de 10 años, Adolfo Suárez borró con astucia y firme determinación todo vestigio institucional del franquismo. Legalizó los partidos políticos, incluido el Partido Comunista de España, la principal bestia negra de la España sometida; restauró las libertades sindicales y de expresión y devolvió a los ciudadanos sus derechos fundamentales. Para ello dialogó y peleó. Peleó sobre todo contra unos militares y una Iglesia medievales. Y lo hizo hasta jugarse el propio físico. Nadie podrá olvidar la imagen, el 23 de febrero de 1981, de un Parlamento subyugado por los disparos de una pandilla de rufianes golpistas que lanzaron al suelo bajo sus escaños a todos los representantes del pueblo, excepto a tres: Adolfo Suárez y su ministros de Defensa, Manuel Gutiérrez Mellado, y el líder comunista Santiago Carrillo. En aquella infausta circunstancia, se votaba para elegir al sucesor de Suárez, quien había dimitido, también en un gesto de valentía y honestidad políticas, a causa del único enemigo de la democracia española que no pudo doblegar: el terrorismo de ETA.

Tuve el privilegio de conocer personalmente a Adolfo Suárez. Viajé con él durante 20 días como parte de un grupo de periodistas que lo acompañábamos en una caravana electoral en 1990. Y además, el privilegio de batirme con el al Póquer en una de sus más características facetas, la de gran jugador, aunque su juego favorito era el Mus. Durante aquella campaña, todas las noches, Suárez, entonces en la oposición, terminaba la jornada cenando con los periodistas y nos deleitaba con el emocionante relato de diferentes episodios de la España reciente, la que él transformó para convertirla en una nación habitable y digna. Arrollador y sencillo al mismo tiempo, esta fue una de sus citas características: ‘Este pueblo no nos pide milagros ni utopías. Pienso que nos pide, sencillamente, que acomodemos el derecho a la realidad’.

Parafraseando a GK Chesterton, quizás sea este uno de esos momentos en los que ‘el periodismo consiste en contar que Lord Jones (Adolfo Suárez) ha muerto a gente que no sabía que Lord Jones (Adolfo Suárez) vivía’.

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