• 01/10/2023 00:00

El arte “namban”, una próspera industria japonesa en la América del siglo XVII

El investigador Ocaña (2013) afirma que los artesanos virreinales no intentaron copiar los biombos “sino que recontextualizaron los detalles orientales en iconografías nutridas de distintas fuentes”, es decir, se ‘apropiaron’ de elementos japoneses para combinarlos con su propia creatividad y establecer nuevas composiciones de diseño

Han pasado pocos meses del tránsito de la embajada Keichô por México hacia la España de Felipe III y se produjo la moda de los “biogos” (biombos) japoneses. La presencia de éstos en los edificios gubernamentales y en los hogares virreinales se hizo frecuente entre 1610, a través del comercio con Manila, y 1639 cuando Japón decidió cerrar sus fronteras a los extranjeros aunque dejó puertos abiertos para el comercio con China, Holanda y Corea.

La construcción y decoración de biombos fue un arte japonés de exquisita finura y detalle que fue replicado en la América española por hábiles artesanos sobre todo después de 1639 cuando era claro que los holandeses habían controlado las rutas con Cipango (Japón). El tipo de arte del biombo que llegó a tierras novohispanas y peruanas fue el llamado “namban” por presentar, en el plano de la iconografía, una fuerte influencia católica occidental pero respetando la técnica japonesa, los fondos y nubes dorados y el énfasis en el paisaje con particular atención en aves, animales y plantas. El investigador Ocaña (2013) afirma que los artesanos virreinales no intentaron copiar los biombos “sino que recontextualizaron los detalles orientales en iconografías nutridas de distintas fuentes”, es decir, se ‘apropiaron’ de elementos japoneses para combinarlos con su propia creatividad y establecer nuevas composiciones de diseño. El mismo Ocaña cita la pericia del maestro quiteño Bernardo Rodríguez y Jaramillo en las pinturas que adornan los biombos latinoamericanos de ese período que se alejan del estilo “namban” aunque sin perder un toque europeo cuando se retratan personajes.

Los primeros biombos japoneses en el Nuevo Mundo eran pareados, es decir, de dos, cuatro, seis o doce hojas en las que estaban representadas las aves y flores de las cuatro estaciones. Pronto la temática cambió asociándose al calendario litúrgico, a los Evangelios, a la cartografía, a la vida cotidiana europea y a las batallas de la historia occidental renacentista. También cambiaron las dimensiones de las hojas, las japonesas eran rectangulares y anchas, mientras que las latinoamericanas eran más angostas y altas, luciendo más espigadas. Estas modificaciones provenían, en parte, de los diseños sugeridos por el Seminario de Pintores del jesuita italiano Giovanni Niccolo que funcionó en Japón entre 1580 y 1614 en momentos de la incipiente evangelización de la isla. Entre los pupilos más destacados aparece el talentoso Kano Sanraku cuyas piezas llegaron a México y al Viejo Continente. Un dato interesante que aporta Ocaña (2013) es que “los biombos japoneses no se imitaron en Europa”.

Mientras que los biombos novohispanos eran fabricados en su totalidad con insumos locales inspirándose en pautas japoneses, los biombos peruanos eran confeccionados con las mismas pautas pero con madera centroamericana -la costa peruana es desértica- lo que denota ya un esquema de comercio intravirreinal tercerizando la producción. “Con el tiempo, la inclusión de elementos japoneses en los biombos virreinales se asumió como una característica local” (Ocaña, 2017) lo que permite afirmar que el vínculo artístico entre Japón, Nueva España y el Perú precedió al vínculo político.

Una pequeña digresión sobre la Misión Keichô antes de retomar el devenir del biombo japonés en el comercio de obras de arte y mobiliario virreinales. Fue la más importante embajada itinerante impulsada por el daimyō Masamune con el serio propósito político de establecer lazos comerciales con España -a la sazón, la potencia hegemónica del momento- y un acuerdo con el Vaticano del Papa Paulo V. La misión iba conducida por el samurai Hasekura y el franciscano Luis Sotelo como intérprete, a la que se sumaban otros veintidós samuráis, decenas de comerciantes y artesanos. La Misión es considerada el primer encuentro oficial entre Japón y Occidente. Sin embargo, sus resultados desde el punto de vista económico no alcanzaron los objetivos deseados dado que llegaron “noticias alarmantes desde Japón, donde el shōgun Tokugawa Ieyasu acababa de prohibir oficialmente el Cristianismo en todo el país, expulsando a los sacerdotes extranjeros, obligando a los japoneses cristianos a abandonar la doctrina católica, quemando iglesias y ejecutando a todo el que se resistiese a acatar las órdenes. Ese cambio drástico en la situación política japonesa acabó condenando a la expedición” (López-Vera, 2013). Se convirtió, entonces, en una causa perdida.

El comercio de los “biogos” japoneses fue próspero hasta la cuarta década del siglo XVII -a un ritmo de 27 biombos por año, con un valor promedio de 100 pesos cada uno en el caso novohispano y 20 biombos anuales para el caso peruano- en que fue progresivamente desplazado por una nueva preferencia de los consumidores: las lacas rojinegras de la China con las que también se fabricaban biombos.

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