• 27/04/2024 15:39

‘Ávila’ marca de platero virreinal trinacional

La necesidad de contar con una marca propia surge por la notoriedad que Manuel Antonio de Ábila Rincón adquiere con los veinte trabajos de platería que efectúa para la Catedral de Guatemala

Recientes estudios sobre el comercio intravirreinal -formalmente restringido por la Corona- han arrojado -en el contexto de insólitas investigaciones sobre el bicentenario de las aún nóveles repúblicas latinoamericanas- nuevas hipótesis de trabajo que, basadas en historias personales de actores específicos, permiten establecer la existencia de rutas alternativas para el comercio de la plata peruana o guatemalteca apoyándose en la bisagra panameña.

El hilo conductor pudo ser, por ejemplo, el sello “Ávila” en obras de platería labrada referidas al culto litúrgico en Guatemala, Panamá y el Perú del siglo XVIII, una época en que los orfebres no estilaban marcar sus creaciones ni registrarlas como su propiedad en momentos previos a la venta. Intriga doblemente el punzón o marca “Ávila” porque, según la investigadora Muñoz Paz (2022), este fue atribuido primero a Gregorio de Ábila y después, en el 2008, a Francisco Xavier de Ávila Mérida. Catorce años después el misterio quedó resuelto al determinarse que perteneció a Manuel Antonio de Ábila Rincón, maestro platero guatemalteco, “pardo libre” que alcanzó prestigio por sus trabajos como orfebre especializado en ornamentos eclesiásticos y bienes utilitarios.

Su biógrafa Muñoz Paz preparó una cuidada investigación que presentó a la Academia de Geografía e Historia de Guatemala hace dos años (2022) en la que, basándose en el Padrón de la Nueva Guatemala de 1796, ubica a Manuel Antonio de Ábila Rincón como vecino de la capital de la Capitanía General en el barrio platero de Las Capuchinas. Había nacido el 18 de julio de 1733 en el seno de una numerosa familia de ocho hermanos, último hijo de artesanos orfebres en cuya acta de bautismo su padre Blas de Ábila “aparece inscrito como mulato libre” y su madre Josepha del Carmen Rincón como “mulata libre” por lo que el recién nacido fue registrado bajo la denominación étnica de “pardo libre”. A los treinta y cinco años contrajo matrimonio con Manuela Antonia de la Roca, mulata diez años menor que él, procreando cinco hijos Phelipa Angela de Jesús, María Antonia, Joseph María, María Michaela y Cándido Joseph, núcleo familiar al que se sumó una hija de crianza Petrona Arriola. La prosperidad los acompañó porque cuando el maestro platero dictó testamento el 26 de abril de 1801 (Escribano Real José María Estrada, AGCA, A1.20, leg. 766, exp. 9259) señala que dejaba siete casas, tienda y herramientas de “platero y cincelador” así como una importante suma de dinero.

Manuel Antonio de Ábila Rincón, en 1769, pasó el examen del gremio platero y se matriculó como “Maestro Platero de oro y plata” desarrollando varios trabajos para diversas órdenes religiosas y la élite guatemalteca pero no será sino hasta 1792 en que empezará a usar el sello o marca personal “Ávila”. Un sobrino suyo, también platero, Miguel Bruno Guerra de Ábila, empezó a utilizar, desde 1776, un punzón o sello propio “Guerra” para identificar sus creaciones. Tío y sobrino mantuvieron excelentes relaciones y el segundo autorizó al primero a emplear su marca “Guerra” en los talleres de Manuel Antonio.

La necesidad de contar con una marca propia surge por la notoriedad que Manuel Antonio de Ábila Rincón adquiere con los veinte trabajos de platería que efectúa para la Catedral de Guatemala entre 1776 y 1796 (rayos y peana de Nuestra Señora del Socorro, Lignum Crucis, ciriales sobredorados, copones, diademas, candeleros, arandelas, cruces procesionales, palmatorias, acetres de plata, entre otros) y para Don Roque Barreyros, Don Cayetano Pavón y Don Juan García (vajillas completas de plata amén de cuchillería) que despiertan el interés de los mercaderes genoveses-limeños que tenían presencia en la ruta de El Callao-Guayaquil-Panamá-Guatemala (Raffo, 2024). Estos comerciantes sudamericanos ya dominaban la compraventa de joyería de oro y plata, además de bijouterie, y rápidamente se percataron que llevar piezas con marcas o sellos de sus autores como signo de autenticidad era un buen negocio. Cuando era necesario se le proporcionaba plata peruana y así remediaban la falta de suministros y de esta forma no atrasarse en la entrega de las vajillas que formarían parte del ajuar de las jóvenes novias del período borbónico del virreinato peruano. La calidad estilística de las vajillas Ábila Rincon lo colocó entre los preferidos de la plata labrada aún cuando el uso de la loza en platos decorativos estaba cambiando aceleradamente las pautas del “buen comer” de fines del s. XVIII. Es de destacar que se trató de un exitoso emprendedor afrodescendiente que supo abrirse paso utilizando las fisuras de la aparentemente rígida sociedad dieciochesca.

El autor es embajador peruano
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