• 06/08/2020 00:00

Competitividad: la clave del éxito en el deporte

“Solo generando sana y entusiasta competitividad podremos realizar con orgullo unos juegos regionales con la enorme satisfacción de ver a muchos atletas panameños […] recibir sus medallas”

El éxito del desarrollo deportivo de los países se mide principalmente de dos maneras, uno, por la cantidad de medallas que reciben los atletas en las justas deportivas internacionales, y la otra, por cantidad de personas que asisten a los coliseos. La característica de los primeros países es la enorme inversión pública que realizan los Gobiernos en la preparación física y emocional de los atletas, modernos coliseos e instalaciones de entrenamiento de última tecnología, en los otros países, el secreto es la competitividad que se genera desde la escuela, a los barrios, ciudades, provincias, etc.

Los países socialistas principalmente son el mejor ejemplo del primer modelo, Rusia, China, Cuba, cada uno en su contexto, es ejemplo claro del éxito de la inversión pública en el deporte. Unos dirán que es un pretexto propagandístico, pero el hecho es que un país exitoso en el deporte brinda a la sociedad enormes beneficios, además de los que da a atletas, preparadores, profesionales de salud deportiva y muchos otros profesionales del sector.

En los países capitalistas, como Estados Unidos, Francia, Inglaterra, y otros, en donde la inversión pública es limitada, el secreto ha sido generar un ambiente de intensa competencia deportiva, que va desde los primeros grados escolares hasta las universidades, y que permea y ofrece atletas de alto rendimiento y calidad a las distintas circunscripciones geográficas de un país.

En los Estados Unidos existe toda una cultura de competitividad que hace que los padres de familia se involucren intensamente en las actividades deportivas de sus hijos, sirviendo como entrenadores auxiliares, organizadores de torneos intercolegiales y en la construcción y administración de los campos deportivos escolares. Este modelo se traslada a las escuelas y universidades, en donde estas buscan y ofrecen becas a estudiante con aptitudes especiales hacia determinados deportes. Esta competitividad hace que deportes y atletas alcancen tal calidad, que incluso el nivel escolar y universitario es televisado con enormes audiencias.

Un ejemplo de lo anterior es el fútbol americano, deporte auspiciado principalmente por colegios privados y padres de familia educados en los Estados Unidos, equipos que llegaron a ser mejores que los de la antigua zona del canal, y que hoy viajan regularmente a competencias en Estados Unidos, triunfando con mucha frecuencia.

La competitividad deportiva descubre, valora y enaltece el talento deportivo que alimenta delegaciones deportivas, que, con poco respaldo económico estatal, trae como resultado grandes medalleros. Es que el atleta va a “competencias” y “compite" para ganar y, aunque no lo logre, ese estímulo se contagia a los padres, a los compañeros, a los condiscípulos, a los coterráneos que reconocen el esfuerzo y que mantienen la esperanza, al extremo de que todos terminan integrándose de manera entusiasta al deporte.

En nuestros países “emergentes”, el deporte es por pasión, no por apoyo, nuestros deportistas dependen de sus padres y en algunos casos de sus escuelas para entrenarse y ser exitosos, pero sobre todo con un esfuerzo y sacrificio personal extraordinario.

Irving Saladino, Roberto Durán, Mariano Rivera, Elieen Coparropa, Davis Peralta, y cientos de otros destacados atletas panameños, llegaron donde lo hicieron, gracias solo a dos factores, primero un talento natural extraordinario y segundo un impresionante nivel de sacrificio para dejar todo de lado por la responsabilidad de entrenar, entrenar y entrenar, y, lamentablemente, en medio de la ausencia casi absoluta de una política de desarrollo deportivo oficial y de la participación correcta de la dirigencia deportiva privada.

Salvo algunos ejemplos valiosos de ese entusiasmo regional del béisbol, en provincias como Herrera, Los Santos y Chiriquí, ver estadios casi vacíos en los juegos de la LPF, en los campeonatos juvenil y mayor de béisbol o en la liga de baloncesto, que son los deportes que más entusiasman al fanático, o competencias a las que solo asisten los atletas y sus preparadores, es prueba de la indiferencia social hacia el deporte, no hacia el deporte en sí, que sí seguimos de manera pasional por el televisor; ¡qué incongruencia!, pero es la realidad.

Siendo un país de recursos limitados, debemos atacar el deficiente modelo deportivo buscando el medio para generar verdadera competitividad, y eso no lo hace el Gobierno ni con el mejor Pandeportes, eso lo hace la iniciativa privada, desde la escuela a la universidad, a los corregimientos y provincias, al nivel nacional “amateur” y de ahí al deporte profesional.

Como primer paso debe darse la creación del Patronato de los Juegos Deportivos Intercolegiales, un patronato privado en donde participen los padres de familia, los empresarios y quienes puedan aportar sin intereses personales.

Estos juegos intercolegiales deben abarcar cuantas disciplinas olímpicas sea posible, y realizarse cada año, como se hacía años atrás, en los coliseos públicos y privados disponibles. Creo, sin temor a equivocarme, que estos juegos serán el inicio de ese sentimiento de arraigo a su equipo que es fundamental para acompañarlo en sus presentaciones y que es la fuente de esa competitividad que podemos llamar “el corazón que bombea la sangre del deporte”.

Ahora, que el Gobierno atinadamente ha renunciado a la organización de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, ojalá acoja esta iniciativa, permita la organización del patronato, le confiera mediante ley la legitimidad para organizar y llevar a cabo los juegos intercolegiales y, de paso, le entregue el cinco por ciento de lo que se ha ahorrado para que le sirva de capital semilla.

Solo generando sana y entusiasta competitividad podremos realizar con orgullo unos juegos regionales con la enorme satisfacción de ver a muchos atletas panameños subir al podio a recibir sus medallas.

Abogado
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