• 12/06/2009 02:00

Extorsión: otra modalidad de violencia

Su amabilidad y particular acento delataban su foránea procedencia. Cada tarde de regreso a casa —el paso obligado frente a su novel y p...

Su amabilidad y particular acento delataban su foránea procedencia. Cada tarde de regreso a casa —el paso obligado frente a su novel y pujante negocio— daba cabida a una amena plática que iba revelando las interioridades de aquella emprendedora familia que en busca de paz y prosperidad dejó atrás su terruño para enfrentar la hostilidad de una burocracia decidida a espantar cualquier intento de inversión seria y honesta en este país; donde casi todo engranaje se mueve en función del chantaje y la coima.

El proceso de adaptación fue raudo. Abandonar el despertar y la complejidad de una moderna urbe con millones de habitantes —no exenta de los malestares sociales que usualmente las caracterizan (delincuencia común, narcotráfico, desplazados y hasta guerrilla)— para optar por la aparente tranquilidad que ofrece una diminuta ciudad; era —simple y aparentemente— permutar una puerta al infierno, por una sucursal del cielo.

Sin embargo, “de eso tan bueno, no dan tanto”. La tranquilidad y prosperidad en que se escurrían aquellos días terminaron a la sombra de un emisario acompañado de exigencias y amenazas que condicionaban la subsistencia del negocio y su familia al pago de una permanente y onerosa cuota. De manera inadvertida estaban siendo víctimas de una práctica extorsiva que revivía aquellos momentos y circunstancias difíciles que alguna vez le hicieron migrar de sus fronteras.

Indudablemente, la evolución y organización del hampa en Panamá ha sido salpicada de la inventiva, participación e innovadoras prácticas que elementos extranjeros le han imprimido, llevándonos al extremo de una vorágine criminal que amenaza con tomarse nuestras calles, la voluntad y el derecho a la sana convivencia de los que en calidad de buenos, somos más.

Esta historia es la voz de muchos que temiendo por su vida y la de su gente rehúyen a las autoridades, no denuncian éstas deplorables acciones y terminan abandonando su labor de contribuir con el progreso de nuestro país. Es la crónica que no se refleja en las estadísticas oficiales que dan cuenta de que en apenas 5 meses transcurridos del presente año, se han denunciado 29 casos de extorsión; en contraste con los 28 que se presentaron en el 2008 y otros 51 reportados en 2007.

Estamos frente a un flagelo en auge que —valiéndose de múltiples modalidades como la intimidación, robo, chantaje, amenazas de muerte, lesiones personales— está apuntando de primera mano a la clase empresarial — comercial y en segunda instancia al ciudadano común que con esfuerzo y sacrificio lucha día a día para obtener el sustento.

Cerremos fila, entonces, a esta vileza que nos convierte en cómplices, cada vez que optamos por ocultarlo y no denunciarlo.

Perder un buen vecino no es simplemente anular la compañía y respaldo de quien te ofrece una mano amiga; es despedir un negociante, es ver naufragar los sueños y obras de aquellos que nos escogieron como destino para compartir su riqueza e infructuosamente no hallaron ese clima de paz, seguridad y estabilidad que les brindase un regazo propicio donde ver florecer sus inversiones.

-El autor es financista y docente.alfasa13@cwpanama.net

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