• 13/08/2023 00:00

Al final del desfile

“Está en nuestras manos decidir si seguimos cambiando nuestro oro, nuestro voto, por bisutería y baratijas que pronto pierden brillo y valor; por simbólicos jamones que desaparecen en una sentada. Piénselo”

Lo que he visto en estas últimas semanas guarda cierto parecido con los concursos de las “misses”. Cada país pasa semanas examinando a bellas señoritas, tomándoles las medidas de busto, cintura, piernas, etc.; luego de esto se pasa a la decisión final, aunque a veces tanta revisión es innecesaria, porque alguna de las concursantes, se ha dicho en varios casos, cuenta con la bendición anticipada del jurado. ¡Y que en estos concursos hasta la política se mete! Algo parecido he presenciado en el desfile de candidatos para la contienda electoral que nos dará un nuevo presidente el 5 de mayo de 2024 y también diputados, alcaldes y representantes de corregimiento. Nada de lo que resultó me tomó por sorpresa; estaba preparada para los coloridos espectáculos montados para mostrar “el músculo” de los finalistas en esta maratón de amor al pueblo con las consabidas promesas de honestidad, trabajo, prosperidad nacional, salud y todo lo bueno que nos merecemos, pero que les resulta imposible cumplir una vez en el poder, porque olvidan que “una cosa es con violín y otra cosa es con guitarra”. Así, vi desfilar otra vez a los candidatos acompañados de murgas, fuegos artificiales, banderolas, amigos leales y también de los no tan leales, pero que nunca faltan en estos festejos “por si acaso”. El prolongado desfile, con decenas de candidatos disfrazados de “buena gente” y con mucho asoleo de trapos sucios de los rivales cumplió su propósito. Ante nuestros ojos pasaron con voz enérgica, a ratos apasionados, a ratos con voz dulzona, pero imbuidos en amor patrio para mostrarnos lo que, debidamente asesorados por especialistas en mercadeo político que saben qué deseamos, les dan las pautas para que nos calienten las orejas con ráfagas de esperanzas, promesas de mejores días; enderezamiento de lo chueco; justicia igual para todos, bla bla. Y creo que algunos candidatos, los ingenuos, hasta se creen capaces de derribar las bien montadas murallas de corrupción. Otros, cuyos corruptos antecedentes nos deberían alertar, van más a lo suyo, a recobrar lo que en su momento no se pudieron llevar, fea sospecha que zumba en mi oreja la necia mosca de la suspicacia.

Bajó el telón y tenemos ante nosotros a 10 candidatos. La fiesta de presentación, el debut oficial terminó. Ahora, también con amor patrio, empezarán las negociaciones para decidir quién se lleva el premio mayor, la candidatura presidencial; y es allí “donde la puerca tuerce el rabo”, donde los egos afloran, muestran la cara. Se sabe que en estas negociaciones, además de la candidatura presidencial, que es presea principal, se ponen sobre el tapete ministerios, embajadas, consulados, Ifarhu, AMP, notarías, etc. en una especie de “¿qué hay pa'mí? (inolvidable Yanibel Ábrego) con más “caché”. Algunos dirigentes de partidos con poco arrastre, que saben que no tienen posibilidades de triunfo ante la maquinaria de los partidos ya “billetudos” (“cuotas” voluntarias de los funcionarios y de coimas en proyectos) y del respaldo del poder económico, se presentan en este escenario para tener, aunque sea, un pedacito del pastel gubernamental. Y por lo que he visto en campañas anteriores, algunos lo logran.

No dudo que algunos candidatos se creen capaces de resistir las presiones que recibirán una vez accedan al poder. Tal vez hasta se autoconvenzan de que lograrán conformar un buen equipo, honesto, capacitado, trabajador, leal, entusiasta, etc. Pero hay facturas que pagar, favores que devolver, cambalache de alto nivel, vieja y conocida historia. Y así empiezan los problemas. Pero me voy al fondo de esto que es “historia patria”: nuestra débil honestidad ciudadana. Dejemos de proclamar inocencia ante los desmadres de los malos Gobiernos, porque somos nosotros, los de a pie, la gran masa votante, en gran medida los responsables de lo que cada Gobierno nos escatima. Porque los hemos acostumbrado a ofrecernos pindín electoral, pan y circo; a que nos pueden comprar con jamones reales o simbólicos. Durante la colonización de América, los nativos cambiaban con los conquistadores su oro por espejos, copas de vidrio, cascabeles, etc., porque daban más valor a lo que recibían que a lo que ofrecían. Aquel cambalache lo comparo con la campaña electoral: nos dan “jamón” por el oro que es nuestro voto. Y así, cada quinquenio negociamos votos por cinco jamones si cinco años madrugamos y no se acaban antes de ponernos en la fila. Y es ni más ni menos lo que hacemos.

La legislación del Tribunal Electoral no impide la participación de candidaturas independientes a archiconocidos y activos militantes de partidos políticos, lo que les abrió un portillo por donde se han colado con doble chaqueta enturbiando la claridad de los verdaderos independientes. También, y era inevitable, se presentaron algunos aspirantes con reputación “non sancta”. Esta apertura en el proceso electoral contribuye, aún más, al bien condimentado “guacho” de candidatos.

¿Qué nos espera? Está en nuestras manos decidir si seguimos cambiando nuestro oro, nuestro voto, por bisutería y baratijas que pronto pierden brillo y valor; por simbólicos jamones que desaparecen en una sentada. Piénselo.

Comunicadora social.
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