El presidente Mulino cuestiona lo poco enérgicas que son las medidas cautelares de los jueces de garantías
- 17/11/2025 00:00
Transformar la manera en que producimos y consumimos es la tarea de nuestra década para hacer frente al cambio climático
La crisis climática no es un evento futuro; es el resultado directo del modelo económico que define nuestros días. Cada producto fabricado y cada servicio consumido tiene una huella. En América Latina, esta realidad resuena con una urgencia particular. A pesar de contar con una de las matrices energéticas más limpias del mundo, la región enfrenta una encrucijada, perpetuar un desarrollo desigual basado en la extracción o liderar una transformación económica que respete los límites planetarios y cierre brechas sociales. La ventana de oportunidad se está cerrando. No estamos hablando de ajustes marginales, sino de redefinir el éxito económico.
El primer pilar de esta transformación es qué y cómo producimos. Durante décadas, el crecimiento regional se ancló en la exportación de materias primas y la dependencia de los combustibles fósiles. Hoy, esa fórmula está agotada y es climáticamente peligrosa. La tarea es movernos hacia una industrialización verde-azul. Esto no es una utopía; es la bioeconomía en acción: aprovechar la inmensa biodiversidad de la región no para explotarla, sino para generar valor agregado sostenible. Es la agricultura climáticamente inteligente, que produce alimentos mientras restaura suelos, no agotándolos. Esta diversificación productiva es, fundamentalmente, una estrategia de resiliencia y soberanía.
Pero de nada sirve una producción más limpia si los patrones de consumo permanecen intactos. Aquí el desafío es urbano y profundo. Nuestras ciudades, marcadas a menudo por la informalidad, son centros de alto desperdicio de alimentos y una huella material insostenible. Transformar el consumo no es solo “reciclar más”; es un rediseño sistémico. Requiere políticas públicas audaces que incentiven mercados locales, que promuevan el reúso, reparación y transformación. Es una revolución cultural que debe ser facilitada por la innovación y la educación, haciendo que la opción sostenible sea la más fácil y accesible para todos, no un lujo de nicho.
Esta doble transición de oferta y demanda necesita un catalizador, las finanzas sostenibles. El capital debe fluir hacia donde genera vida, no donde la destruye. América Latina, guardiana de bosques y biodiversidad cruciales para el equilibrio global, se encuentra en una posición injusta; paga los platos rotos de una crisis que no generó, mientras sus servicios ecosistémicos no son valorados económicamente. La región necesita urgentemente acceso a instrumentos financieros que reconozcan su capital natural. Hablamos de canjes de deuda por naturaleza y/o adaptación al cambio climático, y de mecanismos justos de compensación por pérdidas y daños, no como caridad, sino como justicia climática y económica.
La interconexión es clara, no podemos cambiar la producción sin cambiar el consumo y no podemos hacer ninguno sin reformar las finanzas. América Latina no puede esperar a que las condiciones sean perfectas. La transformación es una oportunidad de desarrollo inclusivo, bajo en emisiones de GEI y resiliente al cambio climático que debe tomarse hoy. Los modelos circulares y regenerativos no son una opción lejana; son la única hoja de ruta viable. La tarea de esta década no es empezar a planificar el cambio; es ejecutarlo.