• 26/04/2022 00:00

¿Qué hay pa' mí?, cuando todos los gatos son pardos...

“[...] los partidos y políticos en oposición, denuncian el clientelismo político. Rasgan vestiduras, se lamentan en los hemiciclos. Hasta que les llega el turno”

Muchos, tal vez demasiados estudios, incluyendo exposiciones de reconocidos analistas políticos, señalan que la corrupción es la mayor fuente de vicios que amenaza la estabilidad política, social, económica, etc., de un país. Si se le suma el ingrediente de la narcoinfluencia, siguen esas voces, tenemos, si no la antesala, por lo menos, la premonición de un Estado fallido.

O, por lo contrario, puede ocurrir que las sociedades asediadas por semejantes males optan por elegir mesías políticos populistas, que, como Savonarolas modernos, despotrican contra la corrupción. Y con ese discurso, logran hacerse con el Poder. Y muchas veces resultan peores que la enfermedad.

América Latina está sobregirada en tales situaciones. Una importante mayoría de países están siendo actualmente gobernados por políticos populistas que amenazan aún más las endebles democracias que los escogieron, e inexorablemente se convierten o tienden a convertirse en autócratas antidemocráticos. Una característica de esos países es el estancamiento económico, las magras tasas de crecimiento y un permanente malestar social.

Sin embargo, hay un país en el cual las voces anticorrupción, de distintos cortes, parecen no tener eco ni oídos que los escuchen. Y en consecuencia, aparentemente estos riesgos de populismos exacerbados no existen. Por lo menos, no son evidentes. Su nombre es Panamá.

En nuestro país, en vía contraria, se presentan notables tasas de crecimiento, si bien con un sesgo hacia la concentración de ingresos, Gobiernos con generosas políticas de subsidios a todos los sectores, y como telón de fondo, con una tremenda opacidad en la economía nacional. Considero que esta condición es determinante en los arreglos institucionales que permiten que la sociedad panameña funcione.

Esa informalidad, valga la contradicción, está formalmente vigente, practicada, y aceptada. Se cumplen los ritos de pasaje del poder a través de elecciones periódicas, con la sustitución reglamentaria de Gobiernos por distintos partidos, y se mantiene una relativa paz social. Ni la pandemia con sus secuelas, logró abatir ese paradigma, si bien a costa de un severo endeudamiento en gasto público financiado de manera importante por deuda.

Economistas destacados han llamado la atención a las prácticas poco capitalistas de la sociedad panameña, en la cual no es la competencia, sino el grado de proximidad a los que gobiernan lo que orienta la asignación de recursos y preferencias de mercado.

Se denuncia que se legisla en función de la fuerza de los grupos o gremios sociales organizados. No es denominado corrupción. Se le llama incentivos a la inversión, cuando son empresarios, y entre los trabajadores, logros o derechos adquiridos.

Por otra parte, de manera constante los partidos y políticos en oposición, denuncian el clientelismo político. Rasgan vestiduras, se lamentan en los hemiciclos. Hasta que les llega el turno. Y ¿cómo se evidencia? En el crecimiento de la planilla o nómina salarial. En las leyes garantizando estabilidad a funcionarios que no se sometieron a concursos ni a procesos transparentes de selección laboral.

Curiosamente, parece que este sistema que les puede parecer hediondo a algunos, en el caso nuestro, da la impresión de que ayuda a la estabilidad del sistema político y social.

Hasta ahora, ha funcionado. Mientras los Gobiernos logren obtener suficientes rentas para mantener una abultada burocracia y los grupos organizados logren mantener sus privilegios, parece que está a salvo el equilibrio social.

Amplios sectores ciudadanos al votar, pareciera descuentan por anticipado los beneficios esperados del nuevo Gobierno, aceptando un dinero, bloques, bolsas de comida u hojas de zinc. Es la valuación presente que hacen de los flujos futuros de beneficios a producir por el nuevo Gobierno. Aunque después se quejan de la precariedad de los servicios públicos.

¿Hasta cuándo puede sobrevivir este sistema? No tengo idea. De nuevo, la opacidad de la Economía Nacional, es la clave. La dificultad en obtener ingresos por parte del Estado, o de cumplir con los requerimientos de información de OCDE y GAFI, irónicamente, podría impulsar transparentar la economía informal, y ahí, tal vez, podamos medir la profundidad de los arreglos institucionales de la sociedad panameña. Que en otras latitudes se llama corrupción. Pero acá, es ¿qué hay pa´ mí?

Economista y exsubdirector de la CSS.
Lo Nuevo