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20 de Diciembre: Es necesario hacer un reconocimiento a los cientos de humildes funcionarios que, héroes anónimos, bajo las balas y superando las dificultades para circular por las vías públicas, realizaron durante noventa días de ocupación extranjera una labor de limpieza y recolección de basura, desperdicios, escombros y chatarra que se acumularon en mercados, hospitales, almacenes quemados y desmantelados, avenidas, calles, aceras y lotes baldíos, contaminando el ambiente de la ciudad de Panamá. Héroes que, exponiéndose a los riesgos de una invasión, resolvieron los riesgos de otra invasión: la de la basura que la invasión produjo.
Con motivo de la invasión de Panamá por parte del ejército de EE. UU. en Diciembre de 1989, se suspendieron por once días los servicios básicos de la recolección de basura. La intervención del ejército norteamericano, acompañada de saqueo y vandalismo por parte de delincuentes, hizo imposible y peligroso circular con camiones recolectores por las calles de la ciudad. Por tales razones, se suspendieron los servicios de aseo urbano, acumulándose toneladas de basura, desechos y desperdicios en todas las áreas de la ciudad, generando molestia, epidemias y enfermedades en la población.
Durante once días, la acumulación de desechos y basura en calles, avenidas, parques, plazas, hospitales y mercados, estaba provocando podredumbre, malos olores y la presencia de roedores y alimañas, creando un ambiente malsano en toda la ciudad, poniendo en peligro la salud ciudadana. En los hospitales, los olores nauseabundos de la basura se sentían a varias cuadras del lugar. El exceso de basura también hizo crisis en los hoteles, afectando a los turistas que los ocupaban y que no podían salir del país, porque los vuelos al exterior estaban suspendidos.
Se veía basura regada y acumulada en cada esquina. El olor era insoportable, al igual que las moscas y ratones que se concentraban en ella. Había tanta basura en las aceras, calles y avenidas, que los peatones casi no podían caminar, con el agravante de que no había buses de transporte público prestando el servicio.
Ante esta crisis, el nuevo Gobierno, conformado por un presidente y dos vicepresidentes, en forma desesperada y como medida de emergencia, al cabo de once días, me solicitó que no renunciara del cargo de director de Aseo del Gobierno anterior y que me encargara de resolver la crisis. Con el fin de evitar una epidemia que afectara a toda la población de la urbe, acepté la misión, iniciando labores el doceavo día después de la invasión, con un operativo de limpieza que duró noventa días, hasta lograr la limpieza total de la ciudad.
Durante las primeras semanas, los operativos de limpieza se realizaron con flotas de varios camiones juntos, con el fin de no dispersar al personal y protegerlo del peligro en las calles. Cada flota que limpiaba una calle, avenida o barrio era escoltada por dos tanquetas, una adelante y otra atrás, con soldados que los protegían. También tuvieron que ser escoltados los camiones compactadores que llevaban la basura hasta el relleno sanitario de Cerro Patacón. Durante los operativos se le suministraba al personal raciones de comida del ejército y muchos tuvieron que dormir en las instalaciones de la institución durante el primer mes, porque no podían ir a sus hogares. La mayoría de ellos no sabía nada de la situación de sus familiares, por las dificultades que había en las comunicaciones telefónicas. Solo al término del primer mes pudieron ir a sus hogares y turnarse con sus compañeros de limpieza. Estos operativos comenzaron limpiando los hospitales, luego continuaron con los mercados públicos, para seguir por las avenidas principales y finalizar en las calles, barrios y urbanizaciones.
Hubo que instalar una clínica de primeros auxilios en la institución para atender a los empleados, que sufrían cortaduras, golpes o inhalaban gases tóxicos emanados de la basura que recogían. Este centro de salud estaba atendido por un médico del Seguro Social a tiempo completo, debido a la gran cantidad de personas afectadas, que llegaban a diario.
También hay que aplaudir el apoyo que brindaron los residentes de las distintas barriadas y urbanizaciones, que para protegerse de las turbas habían cerrado sus calles colocando tanques y obstáculos como trincheras para evitar que los carros circularan por el barrio. En la medida en que los operativos de limpieza fueron entrando a sus barrios, los mismos residentes salieron a colaborar, despejando las calles y eliminando obstáculos, para que los camiones recolectores pudieran entrar a recoger los desperdicios acumulados.
En este esfuerzo me acompañaron mi esposa y un hijo, que participaron, con cientos de funcionarios de la Dirección Metropolitana de Aseo, exponiendo sus vidas. Los héroes de la basura seguirán en el anonimato, pues son muchos y sus nombres se perdieron en la niebla del tiempo; pero ellos sí saben quiénes son. Su heroísmo en momentos en que la patria estaba herida de muerte por soldados extranjeros, debe recordarse y honrarse.
EXDIRECTOR DE LA DIMA.