• 28/06/2025 00:00

Lo que nos falta: aprender a escucharnos de verdad

Algo muy serio nos está pasando. Nos está fallando la escucha. No solo la de los gobiernos o los grandes poderes. Nos está fallando a todos. Vivimos en un país y en un mundo donde todos gritan, pero pocos escuchan. Donde cada grupo siente que tiene razón, pero no se detiene a mirar cómo sus acciones afectan a los demás.

Aquí mismo en Panamá lo estamos viendo. Maestros que llevan semanas en huelga, dejando a los estudiantes sin clases. Jóvenes que expresan su dolor con violencia. Grupos indígenas que, con razón, reclaman sus derechos, pero a veces bloquean caminos y complican la vida de quienes también están luchando. Todo esto tiene un fondo real: hay injusticias, hay cansancio, hay rabia. Pero también hay algo más profundo que estamos olvidando: el respeto por el otro.

No se puede pedir justicia dejando a los niños sin educación. No se puede exigir derechos afectando a quienes no tienen culpa. No se puede luchar por un mundo mejor usando los mismos métodos de imposición que criticamos. Lo que nos falta no es solo justicia: nos falta diálogo, nos falta conciencia, nos falta humanidad.

Y esto no lo decimos desde el juicio, sino desde el deseo profundo de que las cosas cambien. No podemos seguir alimentando una cultura del grito, de la imposición, del “yo tengo la razón y punto”. Porque eso, al final, nos deja más solos, más rotos, más desconectados.

Tenemos que volver al centro. Y ese centro es la escucha real. Escuchar al otro con respeto, incluso si no piensa como yo. Escuchar el dolor ajeno sin cerrarme. Escuchar lo que me dice la vida antes de reaccionar por impulso. Porque sin escucha no hay diálogo. Y sin diálogo, no hay transformación posible.

Las comunidades que han sido históricamente marginadas —campesinos, pueblos originarios, mujeres, jóvenes, migrantes, adultos mayores— tienen todo el derecho de alzar la voz. Pero al hacerlo, necesitamos también cultivar algo que es igual de poderoso que la protesta: la capacidad de tender puentes. No basta con gritar. Hay que construir. Hay que buscar salidas. Hay que encontrar formas nuevas de avanzar sin destruir.

Lo mismo vale para quienes están en el poder. Gobernar no es imponer. Gobernar es escuchar, es atender, es cuidar. Pero también es tener el coraje de abrir espacios donde todas las voces cuenten. Y no solo las que convienen. Un país no se levanta con discursos vacíos ni con miedo al pueblo. Se levanta con confianza, con verdad, con diálogo firme.

En este momento, los extremos están ganando demasiado terreno. Y eso es peligroso. Porque los extremos, de un lado o del otro, rompen los vínculos. Destruyen lo común. Y al final, los que más sufren son siempre los más vulnerables: los niños sin clases, las familias sin comida, los pueblos sin caminos.

Necesitamos cambiar el tono. No para rendirnos, sino para crear nuevas formas de lucha y esperanza. Una lucha que no se base en el resentimiento, sino en la dignidad. Una esperanza que no sea ingenua, sino comprometida.

Hablemos claro. ¿Qué ganamos si los maestros siguen en huelga mientras los estudiantes pierden sus años escolares? ¿Qué se resuelve si los jóvenes canalizan su frustración golpeando o destruyendo? ¿Cómo avanzamos si cada grupo se encierra en su dolor y deja de ver al otro?

Lo que nos falta es lo más simple y lo más difícil a la vez: reconocernos como parte de algo más grande. Entender que nuestras luchas no se ganan solos. Que no hay victoria si dejamos a otros en el camino. Que no hay justicia verdadera si se construye desde el odio.

En este momento de la historia, Panamá —y el mundo— necesita un nuevo acuerdo profundo. No de papeles ni de promesas. Un acuerdo de conciencia. Donde cada persona, desde su lugar, se comprometa a escuchar, a dialogar, a respetar. No para quedarnos en palabras, sino para empezar a sanar de verdad.

Es tiempo de bajarle el volumen al grito y subirle la fuerza al encuentro. No todo se logra con pancartas o consignas. También hace falta mirar al otro a los ojos y decirle: “Estoy aquí, dispuesto a escucharte. Pero también necesito que tú me escuches”.

Porque sin ese acto simple, humano y profundo, no hay futuro posible.

*La autora es psicóloga social, jungiana y escritora
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