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- 25/09/2010 02:00
A mi maestro con cariño...
¿ Puedo acaso olvidar a mi maestra de primer grado, que con amor y cariño me enseñó mis primeras letras, a pesar de que tal vez no era la más dócil de sus alumnas? ¿Qué decir de mi profesora de Español de 9º grado, una santa mujer que marcó mi vida para siempre? Dos veces por semana nos ponía de tarea en el salón de clases una redacción. ‘Escriban’, nos decía, ‘de lo que quieran, pero escriban’, y yo escribía de todo y ella corregía con manos de hada mis escritos.
Casi todos los docentes que me formaron fueron increíblemente humanos, respetuosos, dedicados y bondadosos, nunca olvidados por mí, aunque a la mayoría de ellos nunca más los he visto, héroes lejanos de mi querido Aguadulce, en donde no había escuelas privadas en aquel tiempo. Pobres, ricos de pueblo y campesinos, todos estábamos en la misma aula recibiendo la misma calidad de educación.
En tiempo más cercano, casi todos los maestros y profesores de nuestro menor hijo, casi celestiales, a pesar de que cada día es más difícil enseñar a esta juventud descarriada y hago constar que la experiencia de nuestro retoño es en su mayoría de escuela y colegio público.
Tampoco podré olvidar nunca, y es aquí donde adquiere mayor importancia la palabra casi, a mi profesora de 5º grado, que me ridiculizó en público por escribir la palabra ‘ahorro’ con dos letras h, porque dijo que era imperdonable que la escribiera así, porque todos los días esta palabra salía en televisión, en los anuncios publicitarios de la Caja de Ahorros... lo que la maestra en cuestión no sabía era que yo no tenía televisión.
Todavía me conmueve hasta las lágrimas el recuerdo de una pobre niñita que ganó uno en un ejercicio en el que le preguntaban lo que había desayunado ese día y ella lo dejó en blanco, porque no había nada en su casa para desayunar. No olvido tampoco al maestro de 3er grado de mi hijo, que lo golpeaba en la cabeza con un libro cada vez que él se distraía.
Al punto donde deseo llegar, con todo lo anteriormente expuesto, es que malos maestros y profesores han existido toda la vida. Debemos agradecer a Dios que los buenos fueron y son la mayoría.
Desde este escrito quiero reconocer la responsabilidad que me toca, siendo docente en ejercicio, por los resultados obtenidos en las pruebas de conocimientos de los alumnos de escuelas y colegios públicos en los últimos años. Talvez no hice lo suficiente, talvez no me capacité lo suficiente, talvez me falta regresar a la universidad y talvez no pueda acabar la lista de todo lo que podría haber hecho. Lo que no admitiré jamás es que se le endilgue al docente de este país toda la responsabilidad de los fracasos académicos. La falta de respuesta social y económica por parte del Estado, el deterioro de la familia como núcleo de la sociedad y las malas influencias foráneas han dado como consecuencia el tener alumnos desmotivados, conformados con su existencia y sentimientos de inseguridad e inferioridad que les impide asimilar lo enseñado.
Todo el que no quiera ver que la responsabilidad de la educación de un país es una tarea compartida, contribuirá para que la misma se estanque y al que no quiera reconocerlo lo invito a que intente enseñarle y hacer que le pongan atención estudiantes con hambre; con miedo de ser violados por padrastros inescrupulosos o por vecinos que saben que están solos en casa; a chicos que delinquen, porque su desesperanza es tanta que creen que es mejor vivir poco, pero vivir bien; a los desposeídos de todo, amor, comprensión y bondad y a los olvidados de todos los gobiernos.
¿Cuántos docentes no contribuyen comprando libros, uniformes, pagando comidas y alentando a muchachos que no tienen casi nada? Muchos de nosotros lo hacemos y sin ánimo de ganar ninguna medalla o recibir ninguna congratulación al respecto, paladines ocultos que nos entristecemos cuando solo recibimos críticas.
Cambiemos, les digo a todos, por nuestros hijos, por nuestros nietos, por el bien del país, cambiemos y dejemos de culpar solo a un sector por lo que es culpable toda la sociedad.
*EDUCADORA.