• 27/01/2014 01:00

El patrimonio nacional

Hace unas semanas admiraba en otra ciudad de las Américas una serie de edificios que, cuando pregunté, tenían más de 100 años. La ciudad...

Hace unas semanas admiraba en otra ciudad de las Américas una serie de edificios que, cuando pregunté, tenían más de 100 años. La ciudad había hecho lo necesario para proteger las antiguas casas, con el fin de preservarlos como parte de su memoria histórica. Acá sufrimos de indiferencia colectiva ante el arrollador paso de los que poco les importa.

Una de las ventajas cardinales cuando se maneja o administra un país (o desventajas, dependiendo del lado en que te encuentres) es saber que gran parte de la población está distraída en los asuntos de supervivencia. El ciudadano común y corriente, el de a pie como decimos acá, anda en lo que anda: la comida, el transporte, los niños, la lluvia que enferma, la quincena que está lejos, el tanque de gas, la abuelita que debe ir al médico, el trabajo, etc. Además, como válvula de escape de los problemas cotidianos: la pelea del sábado, el fútbol, las cervezas, la visita a los familiares por el interior que hace rato no ve. Así es la vida de muchos. Todos los días, todas las semanas. Las explosiones sociales en otros países, que hemos visto en los últimos años, se deben a que esos sistemas político-sociales (Egipto, por ejemplo) ya habían sobrepasado los límites de tolerancia y la población resintió la carga de muchos años de los abusos de sus gobernantes, independientemente de su ir y venir de todos los días.

Este artículo (y la de todos los que escribimos en estos espacios) tampoco le llega a esa masa de personas. Los que nos leen, están perfectamente informados sobre las discusiones de temas de importancia. Los sistemas y modelos de comunicación e información nos tienen medidos a todos. Y esa gran masa de la que hablé arriba se alimenta del periodismo sensacionalista, de los concursos y los bailes, del ‘Macumbero’ y sus predicciones, de la pirámide, etc.

Cuando sale un tema como el de la UNESCO, Patrimonio de la Humanidad, los tópicos de verdadero valor cultural y asuntos de esa naturaleza... esa gran mayoría no los ve. No son temas que les preocupa. No les cae el real, como se dice en el argot popular. Y esa medición es la que conoce y aprovechan los que tienen la intención de afectar el derecho de la mayoría para avanzar sus propósitos.

El afán en las últimas dos décadas ha sido el de construir y construir, más no la de preservar. Numerosos proyectos de viviendas, resorts exclusivos y enormes rascacielos están en construcción o se han planificado para el futuro. Ningún área del país —la ciudad, el campo, las playas, las islas, las montañas— escapa de un proyecto concebido para exhibir un ambiente de desarrollo y prosperidad.

Como ejemplo de este continúo irrespeto por el legado cultural y ambiental del país, en el 2007, los medios expusieron la preocupación sobre el Proyecto Isla Viveros que ‘ofrece una opción extraordinaria para los que vienen de vacaciones, jubilados y empresarios de éxito que buscan el lugar perfecto para relajarse’. El proyecto, con aeropuerto privado, tiene una marina de servicio completo, un ‘spa’ de clase mundial, un hotel cinco estrellas y un campo de golf, entre otras lujosas ofertas.

Entonces expertos arqueólogos señalaban que Isla Viveros forma parte del área arqueológica conocida como Gran Darién y que es una de las regiones menos estudiadas del país. El arqueólogo sueco Sigvald Linne detalla en un estudio de 1929 que en el lugar se encontraron cerámicas que sugieren una conexión cultural con la región de Coclé. El proyecto ya tiene forma y se han acondicionado grandes extensiones de terreno. Áreas que por siglos han estado alejadas y resguardadas de la intervención destructiva del hombre.

Lo ocurrido con la antigua edificación que albergó a la Embajada de los Estados Unidos es otro ejemplo reciente. En ese edificio se llevaron a cabo muchos episodios históricos. Si sus paredes hubieran hablado contarían cientos, sino innumerables circunstancias; no solo nacionales sino otras, que influyeron en toda Latinoamérica en detrimento de nuestros pueblos y en apoyo a los interese del gobierno de los Estados Unidos. La estructura se destruyó a pesar de las protestas.

La conexión de la Cinta Costera se puede hacer. Se han discutido otras alternativas de comunicación vial que muy bien pueden realizarse sin poner el peligro la condición de Patrimonio Mundial.

Todavía no entendemos que, en términos generales (y en algunos casos muy específicamente), cuando una generación se detiene a estudiar los aportes de otra del pasado, examina y en muchos casos se admira de sus aportes culturales: en la plástica, la literatura, la música y los esfuerzos sociales que realizó en favor del conjunto de la población. No es casualidad que en tiempos de guerra, los triunfadores hacen lo necesario por destruir (o saquear) las manifestaciones culturales y artísticas, a manera de dominio y sometimiento. Irónicamente, en la guerra, las carreteras son lo primero que se destruye.

Las naciones son comprendidas enteramente a posteriori cuando los investigadores dan cuenta de la sensibilidad cultural de la época. A nadie le parece importante invertir y preservar nuestro pasado. Mientras la mayoría anda en el día a día, la destrucción de nuestra memoria como país y sociedad parece preocuparles a muy pocas personas en posiciones de liderazgo que pueden influir para que se detenga este asesinato histórico. Los candidatos a alcaldes, tienen la palabra.

COMUNICADOR SOCIAL.

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