• 29/02/2024 00:00

No hubo ningún debate

Los productores de los debates, en un afán que comprobó ser poco práctico, no previeron que sería improductivo tratar de cubrir demasiados temas

Precedido como estuvo por los desaciertos interpretativos y los cambios desorientadores del Tribunal Electoral, finalmente, el pasado lunes se celebró el primero de los tres denominados “debates presidenciales” que, si algo lo caracterizó, es que no fue tal.

En un artículo publicado la semana pasada en El Siglo, cuando el ente rector de las elecciones zarandeaba el tema con sus idas y venidas sobre los participantes y no participantes y algunos de sus funcionarios, en un alarde de chapucerías, leían edictos en las paredes de un juzgado protagonizando “una comedia de errores”, adelanté algunas consideraciones poco optimistas sobre el que, como se preveía, antes que un debate, terminaría en lo que realmente fue: un “encuentro de los candidatos y candidatas” presidenciales, en el que estuvo ausente, de manera notoria, la oportunidad para confrontar propuestas y para argumentar y contraargumentar, que debe ser lo que produzca un debate, propiamente tal.

Lo ocurrido el pasado lunes 26 debe servir como lección para que en la segunda y tercera versiones se hagan los correctivos que aseguren que estas sean verdaderas confrontaciones de propuestas y soluciones. En el mismo artículo recomendaba, y espero que, aprendiendo de la experiencia vivida, los candidatos y candidatas acojan el consejo, de que sean ellos los que acuerden las reglas, que deben tener como finalidad que cada uno y cada una pueda reflejar las diferencias que existen entre sus propuestas y demostrar porqué son las que mejor convienen al país.

El “debate” que vimos el pasado lunes 26, por la excesiva cantidad de temas y los tiempos que tuvieron los candidatos y candidatas para exponer sus propuestas, no permitió comparar sus bondades o que las afirmaciones pudieran ser contrastadas; por su formato, que restringió de tal manera las participaciones, fue como una “camisa de fuerza” que anuló esa posibilidad.

Nuestro sistema electoral, por su fallo congénito de no prever la doble vuelta, propicia, a pesar de que, inconstitucionalmente, se limitaron a tres las candidaturas de libre postulación, que puedan postularse ocho, como en el caso presente, y hasta un número mayor de candidatos. Esa, entre otras consecuencias adversas justifican que, al igual que ocurre en la casi totalidad de nuestro entorno latinoamericano, sea tarea pendiente e ineludible, incluir la doble vuelta, para nuestras futuras elecciones.

Los productores de los debates, en un afán que comprobó ser poco práctico, no previeron que sería improductivo tratar de cubrir demasiados temas. El haber querido abarcarlos casi todos, también hizo imposible que los verdaderamente importantes recibieran el tratamiento que merecían. Para los próximos debates, los participantes debieran tener el cuidado de jerarquizar los temas, de acuerdo a su mayor importancia y sobre todo su urgencia, y tratarles en primer lugar y por todo el tiempo que permita su análisis a fondo. Adoptar como norma esa aproximación debe conllevar a que el tiempo se distribuya, antes que proporcionalmente, de acuerdo a esa jerarquización de los temas.

En la presente realidad de nuestro país, se impone diferenciar las crisis de los problemas que, sin dejar de ser importantes, no tienen la misma urgencia. A nivel de crisis, dos de los asuntos que remontan a ese nivel: 1) la Caja de Seguro Social y 2) el agua. En el primer caso, por “exagerada prudencia y cálculos políticos electorales” no se entró verdaderamente a fondo y, como consecuencia, como el asunto no volverá a ser agendado, su tratamiento no estuvo acorde. Y en el tema del agua sucedió otro tanto. A ambos asuntos, por su nivel de crisis, debieran relegar a otros que, insisto, aunque sean importantes no están urgidos de soluciones inmediatas.

Si los debates debieran ser, como sería el ideal, una vara para medir la estatura política de los aspirantes, antes que pasar la página sobre los temas que tienen envergadura de crisis, de los propios candidatos debiera partir la iniciativa de volver sobre ellos, hasta agotarlos, mediante la presentación y sustentación de “sus soluciones”.

El primero de los susodichos debates dejó un saldo negativo. Que esa experiencia y tan magros resultados no se repitan, depende de que los candidatos así lo decidan. Ellos son los actores y actoras principales, pero ese papel les fue escamoteado por un formato que debe ser descartado, que ellos no controlaron. Así debieran entenderlo, pues los resultados del 5 de mayo, en buena medida dependerán de cómo cada uno o cada una demuestre su valor y consistencia para enfrentarlos sin evasivas y de manera convincente.

El autor es abogado
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