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- 18/08/2009 02:00
Una pandemia que requiere vigilancia
Informes recientes confirman que la gripe A (H1N1) es imparable y alcanza categoría de pandemia. Igualmente, queda demostrado que las autoridades sanitarias perdieron la oportunidad de prevenirla y que la contención ya no es una posibilidad. Las recomendaciones de expertos cayeron en oídos sordos y la población se siente cómoda jugando a la complacencia. Mientras tanto, el virus se incrusta en cada esquina del planeta y no parece ganar el respeto que se merece.
Pero lo más peligroso de todo esto es pensar que “a mí no, solo los otros serán los contagiados”. Hasta ahora, una pequeña fracción de los infectados ha muerto. Actualmente, la tasa de mortalidad oscila entre 0.40 y 0.50; es decir, cuatro o cinco de cada mil perecen. ¿Qué ocurre si el número de contagios aumenta a millones? Tal vez la tasa permanezca baja, pero el número de fatalidades sería muy elevado.
Verdaderamente, la situación es muy grave. El más reciente estudio publicado en Europa señala que hasta 65 mil personas pudieran morir en Gran Bretaña y más de 40 mil en Alemania, y si esta cifra se proyectara a nivel mundial, en el mejor de los escenarios, la cantidad de muertos alcanzaría los ocho millones, siempre que la tasa de mortalidad no varíe.
Para efecto de ejercicio, la mortandad de una pandemia se calcula primero estimando el número de personas que pudieran quedar infectadas por el virus y luego multiplicando por la tasa de mortalidad. Hasta ahora, el porcentaje observado de exposición es de 30, es decir, uno de cada tres personas expuestas al virus quedan infectadas. Esto sugiere que más de dos mil millones de personas pueden quedar infectadas en los próximos meses. Y con base a esta cifra y a la tasa de mortalidad promedio de 0.45, entre nueve y diez millones pudieran morir.
La tasa de mortalidad, sin embargo, no es número fijo y puede variar de acuerdo a las circunstancias. Existen algunos factores que han contribuido hasta ahora para que esta cifra sea relativamente baja. Primeramente, el virus se inició en el Hemisferio Norte, en medio de la temporada de verano. A medida que el virus se ha propagado al Hemisferio Sur, la tasa de mortalidad ha subido a niveles cinco veces más altos, cerca del 2.5% en el caso de Argentina. Segundo, actualmente los sistemas sanitarios han tenido que enfrentar una cantidad manejable de casos, cifra que de subir descompensaría las condiciones de estos sistemas y pondría en peligro la capacidad de atención a pacientes.
No hay duda de que el desarrollo de una vacuna puede ayudar considerablemente a reducir el número de infectados y muertos. Pero hay que entender que inventar una vacuna de esta naturaleza va en contravía con la capacidad mutante del virus. De allí lo crucial de monitorear las distintas cepas y tomar muestras en diferentes regiones.
Con todas estas variables aún pendiente, queda todavía por resolver el impacto del virus sobre los costos médicos, el ausentismo laboral y la interrupción en las distintas actividades económicas, especialmente en medio de una espiral recesionaria a nivel mundial. Para mitigar estos efectos, es vital comprender que lo más peligroso del virus no es necesariamente su tasa de mortalidad, sino la facilidad de contagio, su rápida propagación y la alta tasa de mutación. Y aunque esto pueda debatirse, lo incuestionable es que este virus se ha propagado en ocho semanas lo que ningún otro ha logrado en seis meses.
Por tanto, la velocidad de propagación del virus es un parámetro importante para que las autoridades desarrollen una campaña de prevención. Desde un inicio, los esfuerzos sanitarios estuvieron encaminados a evitar el pánico, pero al mismo tiempo se creó un ambiente de relajamiento y complacencia, contrario a lo requerido. Lo correcto hubiera sido orientar a la población sobre medidas concretas de prevención y establecer políticas de obligatorio cumplimiento sobre qué hacer y qué evitar. Pero se prefirió lo más fácil; lo que en verdad crea el pánico es cuando el virus aparece y se propaga por comunidades y produce muertes y tragedia. Pánico es cuando el público, sentado sobre sus laureles, practica la indiferencia y la apatía.
Tal como lo indicó la directora general de la Organización Mundial de Salud, Margaret Chan, el pasado 2 de julio en la ciudad de México, “entre el extremo del pánico y la complacencia existe un amplio y sólido espacio para la vigilancia”. No hay duda de que muchos insistirán en permanecer del lado de la complacencia, hasta que llegue el momento y sean lanzados súbitamente y caigan en el pánico por la falta de prevención y sentido común. Por tanto, ha llegado el momento de preguntar cuántos muertos más deben aparecer para que empecemos a actuar coordinadamente y a enfrentar las consecuencias por no haber actuado efectivamente. El costo en vidas es muy alto para no intentarlo.
*Empresario.lifeblends@cableonda.net