• 09/06/2022 00:00

Partidos quebrados y apatía

Las promesas incumplidas de los partidos políticos son tantas que, no hay forma que puedan construir credibilidad suficiente para que los ciudadanos puedan acoger sus propuestas

Los partidos políticos están quebrados. La figura jurídica de la quiebra en el derecho comercial se les puede aplicar. Los partidos están como aquellas personas naturales o jurídicas que no pueden pagar sus deudas debido a que su pasivo supera a su activo.

Las promesas incumplidas son tantas que, no hay forma que puedan construir credibilidad suficiente para que los ciudadanos puedan acoger sus propuestas.

La aseveración anterior no deja de tener presente que dentro de los partidos hay muchos de sus miembros que están batallando para que cumplan con los propósitos para los que se fundaron. Igualmente, esto no aplica a aquellos partidos en formación o recién inscritos que inician su caminar público.

Esta realidad no es para celebración. Todo lo contrario. Nadie que este comprometido con el sistema democrático como forma de gobierno puede dejar de reconocer que los partidos políticos son instituciones inherentes al funcionamiento del régimen de libertad política.

Si en Panamá llueve, por la región no escampa. La reciente votación en Colombia evidenció que los partidos políticos tradicionales fallaron en entender que el rumbo del país no va bien y que la frustración del electorado llegó a punto de no retorno.

No existe partido en Panamá que haya participado en las últimas tres elecciones generales y no este enfrentando una crisis interna. Si sus dirigencias no están a la altura para anticipar la tormenta tendrán que sufrir sus consecuencias.

Lo grave de este análisis es que, siendo instituciones principales de la democracia, la ponen en riesgo si no se avocan a una profunda reingeniería. También es cierto que, si no son capaces de autocrítica, la voluntad popular les indicará el camino de su afrenta.

Los políticos tradicionales o convencionales (tal vez los que llevan demasiado tiempo siendo políticos solamente), pueden ser inteligentes, pero con frecuencia su conformismo o ataduras los llevan a pensar y actuar sobre las premisas de que “las cosas no pueden cambiar”, “eso es inevitable” o “mejor no hamaqueemos el árbol”.

Esas actitudes los llevan a la lógica de la transacción. En la que antes que los acuerdos de altura impera el '¿qué hay pa'mi?'. Ese mismo '¿qué hay pa´mi?' que les critican al pueblo es el que sale a relucir en las mesas de las dirigencias de los partidos políticos donde tranzan sus negociaciones y transan al pueblo.

En fin, la clasificación de Duverger de los partidos de cuadros y los partidos de masas, hoy se queda corta, ante los partidos secuestrados por los diputados y la corrupción, cuando no algo peor.

Eso explica las razones por las que miembros fundadores y beligerantes de los partidos no se reconocen, o no se sienten representados o han renunciado. Además, con experiencia saben que quienes los han llevado a estado de quiebra no serán capaces de recomponerlos. La gran aspiración es que puedan surgir las reingenierías internas para bien de la democracia.

Al mismo tiempo, las necesidades no desaparecen, la terrible combinación de desigualdad social, inequidad económica y corrupción política se convierte en receta perfecta para una revolución popular.

Realidades que imperan en la región y que nos permiten observar escenarios futuros con suficiente antelación para actuar. La participación en política con “P” mayúscula es casi una exigencia para todo ciudadano que entiende que su suerte individual se juega en lo colectivo.

Allí martilla sin cesar, en la conciencia del ciudadano la sentencia de Voltaire: “Todo hombre es culpable de todo lo bueno que no hizo”.

En otras palabras, la indiferencia no es una opción. No hacer nada es hacer. Ya lo dijo Montesquieu, “La tiranía de un príncipe no es tan peligrosa para el bienestar público como la apatía de la ciudadanía”.

Romper la apatía es el primer paso, después los principios llevan a las batallas en las que no hay que preguntarse si es fácil o es difícil sino si es necesario. Eso enciende la llama del patriotismo, sin opulencia, con sencillez y humildad, pero con sentido histórico.

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